Santos con Historia II

San Estanislao: símbolo de Polonia

Martirio de san Estanislao a manos del rey Boleslao.

LA CRÍTICA, 26 MAYO 2022

Pilar Riestra | Jueves 26 de mayo de 2022

Según acreditan los datos de ACNUR, más de tres millones de ucranianos –con motivo de la invasión rusa– se han refugiado en Polonia, que los ha acogido sin ninguna protesta ni contraprestación (con una generosidad heroica, según testimonio de nuestro cocinero y benefactor internacional, José Andrés, que estuvo desde el principio en Polonia, dando de comer a los primeros refugiados ucranianos), a ejemplo de lo que hizo en su día san Estanislao, que encarnó los auténticos valores de la Polonia de siempre. (...)



... El nacimiento de Estanislao, el 26 de julio de 1030, se consideró casi un milagro, después de 30 años de matrimonio de sus padres. Hijo único, tras los correspondientes estudios, se ordenó sacerdote y fue elegido obispo de Cracovia, el 2 de Febrero de 1072. Su primer biógrafo, el historiador polaco Jan Dugosz, escribió: “Estanislao era de carácter dulce, pacífico y humilde; era muy cuidadoso en reprimir sus propias faltas antes de hacerlo con sus prójimos; era un alma que jamás mostró soberbia ni se dejó llevar por la ira; muy atento, de naturaleza afable y humano, inclinado a la compresión con las debilidades del prójimo; de gran ingenio y sabiduría, y dispuesto siempre a ayudar a quien necesitaba ayuda alguna. Odiaba la adulación e hipocresía, mostrándose siempre sencillo y de corazón abierto”.

Su extraordinario celo pastoral le llevó a hacer una serie de denuncias sobre injusticias y una de esas denuncias afectó a aquel gran guerrero, valiente hasta la temeridad, que fue el rey polaco Boleslao, pero que también fue un hombre amoral, enfangado en los vicios más crueles y escandalosos.

Boleslao, al volver tras su brillante victoria en Kiev, parece que creció en su soberbia y en todo caso, su gobierno se hizo más despótico, cruel y amoral, para quien “todo lo monstruoso está permitido” (Jan Dugosz). El abuso, la violación, el rapto de mujeres campesinas eran práctica frecuente, pero cuando raptó y violó a la mujer de uno de los principales de la nobleza, la totalidad de los nobles le pidieron al arzobispo de Gniezo que denunciara y condenara esa conducta. Pero el arzobispo no hizo nada y tuvo que ser Estanislao quien se enfrentó y condenó a Boleslao, por su habitual mala conducta, sus injusticias que clamaban al cielo y el escándalo que su comportamiento daba al pueblo.

Como Boleslao siguió con sus costumbres, sus delitos, acusó al obispo Estanislao de ser un ladrón por haberle quitado las tierras a un tal Pedro, al que ya daban por muerto de dolor ante tal atropello; por suerte para el obispo, Pedro pudo reponerse (resucitar, decían) a tiempo de declarar ante el tribunal que había vendido aquel terreno y recibido el dinero acordado.

La conducta de Boleslao se volvió, si cabe, aún más escandalosa y le llegó la excomunión que le impedía la asistencia a los actos de culto. Pero Boleslao intentó violar e incumplir la excomunión y asistir a la misa de la Catedral, por lo que Estanislao celebró la misa fuera de las murallas, en la iglesia de San Miguel. Furioso, Boleslao, ordenó a sus soldados que dieran muerte al futuro santo mientras celebraba la misa. Lo mandó por tres veces, pero los soldados que eran hijos, maridos, familiares o amigos de los que asistían a misa, unido a la fama de santidad y del amor y caridad que irradiaba Estanislao, junto con su gran energía y valentía, defendiendo, en todo momento y ocasión, a los pobres y desvalidos –entre ellos, familiares y amigos de los soldados– contra las injusticias y atropellos de los poderosos, impidieron a esos soldados cumplir la orden.

Lleno de ira, el propio Boleslao se presentó en la iglesia de San Miguel, mientras Estanislao celebraba, con una unción extraordinaria, la Misa. Se acercó a él, desenvainó su espada y le dio tal tajo en la cabeza que, según la tradición, algunos de los sesos se pegaron al muro. Después lo arrastró fuera de la iglesia y descuartizó el cadáver, impidió que lo enterraran, esparciendo sus miembros fuera de la ciudad, para que los devoraran los perros y las alimañas.

Sin embargo, las oraciones y sacrificios que el futuro San Estanislao, ofreció en vida, por Boleslao, por su conversión y la rectificación de su conducta, produjeron un impensable cambio en aquel esforzado, violento, atrevido y amoral guerrero que fue Boleslao. Todo comenzó con la llamada Guerra de las Investiduras.

Existía la costumbre que los feudos eclesiásticos (el beneficiario debía ser una persona consagrada), con sus rentas, beneficios y títulos, los otorgase el emperador, entre sus parientes y amigos, que, al no ser clérigos, eran investidos, por parte del emperador, a la vez, en los derechos feudales y en su consagración religiosa. De manera que era un laico, aunque fuese Emperador, el que investía y consagraba. Además, con frecuencia tales beneficiarios no eran dignos de ser clérigos, pero sí se contaban entre los mejores y más leales vasallos del emperador, por lo que bajo ningún motivo el Emperador estaba dispuesto a ceder dichos nombramientos a la Iglesia, con el consiguiente perjuicio económico y de vasallaje que le causaban.

No obstante, en cuanto Gregorio VII fue nombrado Papa, prescribió el celibato sacerdotal, de modo que los clérigos ya no podían dejar en herencia sus feudos, y además recabó su derecho inalienable para consagrar a los sacerdotes. Pues bien, Boleslao, siguiendo los intereses de Polonia y Hungría, apoyó al Papa frente al Emperador. A pesar de ello: “En lo que se refiere a Boleslao, según sus biógrafos, fue excomulgado y destituido de su título real por el papa Gregorio VII. Abdicó y se arrepintió de sus pecados. Murió como hermano lego benedictino”. (Omer Englebert, El libro de los santos, Ediciones Internacionales Universitarias, 1999, p. 137).

“Junto con San Casimiro, no hay otros santo más popular en Polonia, de la que es patrono. Está considerado como el hombre que encarna el espíritu polaco y símbolo del pueblo; los polacos entienden que vivió y murió por los valores de Polonia; perderlos es renunciar a su identidad como pueblo y recuperarlos es volver a la unidad. Muchas veces entró el mal y la arrogancia causando la división en Polonia; cada vez que se produjo la vuelta a los principios de la vida cristiana, la nación polaca encontró su equilibrio y unidad. Enfrentarse al que manda tiene sus riesgos, claro está; pero vale la pena el desafío al poder, ser fiel a la verdad hasta la muerte, cuando lo que está en juego es superior a la propia vida”. (Francisco Pérez González, Dos mil Años de Santos, Ediciones Palabra, 2001, p. 427).

En efecto, san Estanislao encarnó el verdadero espíritu del pueblo polaco, como lo ha demostrado varias veces la historia de Polonia; y ahora, el pueblo polaco, con su comportamiento con los refugiados ucranianos, vuelve a comportarse como lo habría hecho su obispo santo, san Estanislao.

Pilar Riestra