HISTORIA Y CULTURA

Osio de Córdoba, el obispo español que cristianizó el imperio romano

LA ESPAÑA INCONTESTABLE

LA CRÍTICA, 22 MAYO 2022

Hugo Vázquez Bravo | Domingo 22 de mayo de 2022

Anteriormente en esta sección, hemos hablado de la relevancia de algunos ciudadanos romanos nacidos en Hispania, tanto en la historia del imperio como de la cristiandad. Las conquistas de Trajano otorgaron a Roma su máxima extensión, las reformas de Adriano dieron lugar a una de sus épocas más estable y de mayor bonanza, y Teodosio I el Grande fue el último emperador quien dividiría el territorio definitivamente en dos partes, la occidental y la oriental. Pero hubo muchos más, y la misma ciudad de la que surgió el político y pensador Lucio Anneo Séneca, también vio nacer en el año 256 al conocido como Osio de Córdoba. (...)



... En el año 294 fue elegido obispo de su diócesis y como tal, se tuvo que enfrentar con la persecución que contra los cristianos orquestaron los emperadores Diocleciano y Maximiano, considerada la más sangrienta que aquéllos padecieron. Osio sufrió la pena de destierro, aunque cabe recordar que muchos otros mártires perdieron su vida, entre ellos la muy venerada en Zaragoza, Santa Engracia.

Tomó parte en el Concilio de Elvira o de Ilíberis (nombre que recibió con anterioridad la ciudad de Granada), primero de los celebrados en Hispania, aunque de fecha incierta. Entre las disposiciones aprobadas en él, se acredita la más antigua concerniente al celibato del clero. Otras cuestiones que se discutieron versaron sobre los diferentes sacramentos, el uso de las imágenes para el culto, y cómo regular la relación de los cristianos con los paganos.

En cualquier caso, debió granjearse una gran reputación, porque fue reclamado por el emperador Constantino I el Grande como asesor, y su primer gran logro se estima que fue el de influir en éste y en la redacción del Edicto de Milán del año 313, también llamado de la tolerancia religiosa, pues decretaba la libertad de culto en el imperio, suponiendo el fin a la persecución de los cristianos.

El siguiente encargo que recibió del emperador fue acudir a Alejandría a mediar en el conflicto teológico que se estableció entre dos de las grandes figuras del periodo. De un lado Arrio, asceta y sacerdote contrario al dogma de la Trinidad, al defender que, si el Hijo había sido creación del Padre, igualmente debía estar subordinado a Él. Del otro lado, San Atanasio, que aún no había sido designado obispo de Alejandría (nombramiento que conllevaba el de patriarca de la Iglesia copta y, por tanto, un rango equiparable al del Papa). El pensamiento herético del primero tuvo una gran repercusión, recordemos que arrianos fueron los primeros reyes visigodos que hubo en España. En cuanto al segundo, está considerado ni más ni menos que doctor de la Iglesia Católica y Padre de la Iglesia, además de santo en todas las confesiones cristianas.

No obstante, las posiciones estaban tan enfrentadas, que nada se pudo hacer. Con todo, sabemos que Osio se volvió a reunir con Constantino en Bizancio, al tiempo que el emperador consideró rebautizar dicha ciudad en el año 324 y otorgarle el nombre de Nueva Roma (Constantinopla fue como pasó a ser llamada tras su muerte, manteniendo este topónimo hasta su conquista por los otomanos en 1453). Y como remedio a la disputa anteriormente citada, se les atribuye a ambos la convocatoria del fundamental Concilio de Nicea del año 325, el cual fue presidido por este religioso hispano.

Este Concilio está considerado como la primera reunión ecuménica del cristianismo o, lo que es lo mismo, de las Iglesias católicas y ortodoxas. Es sabido que no sirvió para poner fin a la herejía que suponía el arrianismo, pero los más de doscientos obispos asistentes adoptaron decisiones sumamente importantes. Para comenzar, allí se consolidó la concepción divina de Cristo y, además, se construyó el llamado Símbolo Niceno, doctrina reconocida por todos los cristianos. Los dogmas declarados en él y que muchos suponen que pudieron ser incluso redactados por el propio Osio, constituyen los principios que todo creyente ha de admitir sin reservas. Este credo fue completado en el Concilio de Constantinopla del año 381 y, actualmente, únicamente los mormones, testigos de Jehová, arrianos y unitaristas no lo consideran como su canon de fe. Otras notorias aportaciones fueron la declaración uniforme de la fecha del día de la Pascua y, cómo no, la primera promulgación de Derecho Canónico.

Por esas mismas fechas Osio también reunió un Concilio provincial en Antioquía.

En el año 337 el gran Constantino falleció. Fue casi en su lecho de muerte cuando el cordobés lo catequizó e inspiró para que, justo antes de su tránsito, fuese bautizado y así pudiese cruzar el umbral en estado de gracia. Por otro lado, el óbito del emperador supuso la pérdida de un poderoso protector pues, además, alguno de sus sucesores, aunque cristianos, prefirieron abrazar el arrianismo.

En lucha contra esa facción, aún convocó los Concilios de Sárdica (hoy la búlgara Sofía) y de Córdoba.

En el 355, el emperador Constancio II, decidido a beneficiar a la otra parte litigante, quiso obligar a esta ya tan trascendental figura a condenar el pensamiento de Atanasio. Osio le respondió mediante una epístola que igualmente se ha hecho célebre, por estar considerada el primer texto en que se promulga la separación del poder civil del religioso.

Con todo, en el atardecer de sus días, que tardó en llegar, pues murió siendo ya centenario, se le exigió comparecer ante un Concilio arriano, y no hay autor que no considere que, bajo presión, hubo de hacer una concesión a la facción contraria a su pensamiento. Éste firmó lo que se conoce como segunda fórmula sirmiense o también fórmula de Osio. A partir de aquí se suceden las versiones. Una firma de peso como supone la de San Isidoro defiende que supuso abrazar el arrianismo. En esa línea algunos también mantienen que supo retractarse justo antes de morir y, la mayoría de autores, que aquello no supuso ni renuncia ni crítica a la Teología de Atanasio. Finalmente, en el año 357, éste encontró el descanso eterno en la ciudad de Sirmio (Serbia), donde venía padeciendo su destierro.

Puede que las dudas que acabo de exponer impidiesen a Roma haberle canonizado, pero las Iglesias ortodoxas, así como las católicas de rito oriental, sí que lo veneran como santo en la actualidad.

No quisiera acabar sin señalar la hermosa coincidencia de que dos de los hispanos referidos en este relato, primero Osio y no mucho tiempo después el emperador Teodosio, hayan sido los responsables de la libertad de culto que permitió en Roma exteriorizar sus creencias a los cristianos, dejando de ser un colectivo proscrito, y luego que incluso se decretase a esta confesión religión oficial del Estado, desplazando al poderoso panteón de tradición grecolatina.

Hugo Vázquez Bravo.