La extraordinaria ofensiva desencadenada por el Partido Socialista desde las instituciones del Estado y su continua presencia en numerosos medios de comunicación, contra el renovado Partido Popular, tras la formación de gobierno en Castilla y León, solo se comprende por el temor de los socialistas y sus socios de Gobierno a perder las próximas elecciones generales y, con ello, el poder absoluto.
Cualquier observador puede constatar cómo en las últimas fechas se ha desencadenado un ataque frontal de los dirigentes y cargos del Partido Socialista, al unísono, desde su Secretaría General hasta sus portavocías en ayuntamientos y comunidades autónomas, pasando por todos o casi todos los ministros del Gobierno que, uno a uno, han desgranado el “argumentario” repleto descalificaciones y amenazas, dispuesto desde la cúpula del Gobierno de España, que de otro modo sería imposible orquestar. (...)
... La campaña tiene dos causas simultáneas en su origen, que son el resultado de la reunión Sánchez-Feijóo –que aparca, al menos de momento, la hipótesis de un posible aliado incondicional de las políticas del Gobierno–, y la constitución del gobierno de Castilla y León, consecuencia este de la alianza de los partidos de la derecha.
Aunque el catalizador de ambas puede haber sido los continuos sondeos de opinión, que dan a esta última alianza una posibilidad real de ser alternativa, en las próximas elecciones generales, a la actual coalición que conforma el Gobierno de la nación.
Las consecuencias de una campaña como esta son difíciles de valorar, pero aun así, es necesario realizar una prospectiva sobre sus posibles efectos debido a su repercusión real en la sociedad –ya constatable–, siendo también necesario recordar lo que han supuesto campañas de esta índole en un pasado, tan próximo, que todavía viven, aunque pocos, ciudadanos que las vivieron y sufrieron sus consecuencias.
Aterrorizar a un pueblo con la segura pérdida de sus libertades conquistadas, con la muerte de la democracia, con la abolición de la Constitución, con el regreso del fascismo –e incluso del nazismo–, entre otras muchas barbaridades, y asociar estas calamidades con los partidos que representan al menos a la mitad de la sociedad española, es un error de tal calibre y denota tal falta de escrúpulos, que lo primero que genera es perplejidad.
Y conviene, antes de seguir, dejar claro que tales barbaridades no son ciertas; que no tienen ninguna base ni programática ni por la fuerza de los hechos ni intelectual ni de ninguna otra índole, como algunas voces de los partidos acusados se hartan de repetir sin que sus argumentos muevan ni un milímetro las posiciones de sus acusadores, sino que por el contrario dichas imputaciones maliciosas son el producto de una estrategia electoralista premeditada; de un irredente revanchismo histórico; de la consecuencia de la ideologización de la enseñanza; de la también ideologización de la cultura; del complejo de falta de legitimación de alguno de los partidos de la derecha y, sobre todo y por encima de todo, del ansia de poder y de dinero. Sí, de dinero, de esos miles de millones de euros que necesitan desde el gobierno de las instituciones para darle la vuelta a la sociedad como a un calcetín para reconstruirla a su imagen y semejanza, sueño máximo y, por medio de él, del dinero, posible.
Sin embargo, y a pesar de lo expuesto, cuando esas afirmaciones apocalípticas vienen adveradas por personas de cierto un nivel intelectual o reconocimiento social, la cosa cambia y, aunque la perplejidad permanece en unos, en otros se convierte en duda: “¿Será verdad?” y, lo que es peor, en axioma: “Es verdad, [por lo que] habrá que hacer lo que sea para evitarlo”. Y empieza la prospectiva.
Y quedará, como verdadera incógnita, de lo que será capaz la izquierda radicalizada con objeto de impedir que la voluntad popular se cumpla, al ser representada esta por esa derecha demoledora de libertades e impresentable para “su” democracia que, a pesar de todo, se habrá impuesto en las urnas.
¡Ah! En cuanto a la mirada al pasado y para no cansar a los lectores que conocen nuestra historia, recomiendo a estos saltarse tranquilamente este párrafo. En cuanto a los que no tienen la suerte de conocer la Historia y que, en muchos casos, no es su culpa sino de algunos de los puntos que ya he apuntado más arriba les recomiendo que echen un vistazo a la cuestión “izquierdas y derechas” en las elecciones de noviembre de 1933, con la victoria de las derechas (Confederación Española de Derechas Autónomas) –que la ultraderecha entonces ni existía: Falange se fundó veinte días antes como consecuencia de la violencia en la calle de las izquierdas–; las amenazas coercitivas de la izquierda a que la derecha vencedora formara Gobierno, cosa que consiguen; la creación de las milicias populares socialistas para irse preparando en todos los rincones de España, con sus correspondientes e importantes alijos de armas; la entrada de cinco ministros de la CEDA en el Gobierno en octubre de 1934 y, como respuesta, el golpe de estado armado del Partido Socialista, horas después, a las cero horas del 5 de octubre de 1934, revolución armada que duró catorce días con miles de muertos y que ahora se vende como “Revolución de Asturias”. Lo que vino después seguro que no lo desconoce nadie.