No sé si este hombre carece de sensibilidad o es que está reñido con el sentido común. Su última campaña, esa de los treinta y seis ciudadanos españoles condenados a morir por desplazarse en coche esta Semana Santa –en la que solamente falta ponerles nombres y apellidos–, supera todas y cada una de las que viene realizando desde que fue elevado a general en jefe de la movilidad española por su correligionario –también inefable y tarambana–, el señor Zapatero, y recuperado para esta misma función y cargo tras la penosa era Rajoy por el señor Sánchez, que en la gloria del poder está mientras los españoles así lo quieran. (...)
... Lo peor del asunto es que los ciudadanos no tenemos forma de ponernos a salvo de estas agresiones de mal gusto, condenados como estamos al zapeo televisivo en busca de cordura sin encontrarla, so pena que nos refugiemos en la marabunta de series y canales que quedan fuera de la lluvia de millones de euros –procedentes de los diferentes presupuestos públicos– que riegan generosos la panoplia mediática privada que gustosa mira hacia otro lado. Sin hablar de la otra, la pública, que por pública más debía ser exquisita y plural, virtudes estas cada día más lejos de su parrilla.
Señor Navarro: piense. Piense un poco y abandone su inquietante inclinación a dejar su impronta en la historia de la movilidad española como si no hubiera un mañana… sin usted.
Desde luego, a esos treinta y seis condenados a morir estrepitosamente este año, entre los que podríamos encontrarnos usted y yo o alguno de los nuestros –Dios no lo quiera–, su gualtrapada seguro que no les hace ninguna gracia.