Parafraseando el título de la obrita icónica de Luis Alonso Luengo, Ricardo Gullón y Leopoldo Panero, Guía sentimental y artística de la ciudad de Astorga (Imprenta Porfirio López, Astorga, 1929), estas notas pretenden ser las primeras de una serie que también podría titularse “Guía sentimental y artística de la Escuela de Astorga”.
Pongo el énfasis en lo sentimental, por lo personal. Conocí a los tres autores. Muy brevemente, poco antes de sus respectivos fallecimientos, a Leopoldo Panero (por medio de mi madre, que tenía amistad con su familia) y a Luis Alonso Luengo (por medio de mi esposa, que estaba entrevistándole para una tesis doctoral). Muy extensamente a Ricardo Gullón, del que pude considerarme amigo, pese a la diferencia de edades, tras nuestro primer encuentro en Madison (campus de la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos, otoño de 1973). Siete años después tuve el gran honor de entregarle personalmente la Medalla de Oro de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, en Santander (1980), en un sencillo acto –por delegación del rector Raúl Morodo– en el que don Ricardo agradeció emocionado la distinción, ya que era la primera que recibía en España desde la Guerra Civil.
Como es sabido, la denominación “Escuela de Astorga” se debe a Gerardo Diego, que con tal título publicó un artículo en ABC (Madrid, 3 de marzo de 1948), y también, con algunas variantes y el mismo título, treinta y cinco años después, en El Faro Astorgano (Astorga, 1 de marzo de 1983). El mismo poeta y académico había dedicado asimismo sendos artículos a los hermanos Panero (“Juan Panero”, ABC, Madrid, 21 de marzo de 1948, y “Leopoldo Panero”, ABC, Madrid, 4 de abril de 1948).
Javier Huerta Calvo editó el volumen colectivo La Escuela de Astorga (Luis Alonso Luengo, Ricardo Gullón, Leopoldo Panero, Juan Panero), Astorga, 1993, con una treintena de ensayos de los participantes en un Congreso celebrado en la misma ciudad; con anterioridad, Augusto Quintana Prieto ya había publicado muy tempranamente el artículo “La Escuela de Astorga” (1948); más tarde, José Antonio Carro Celada publicaría el breve ensayo –primero conferencia– “Raíces locales de la Escuela de Astorga” (1982/1984), y Luis Alonso Luengo otro titulado “La Escuela de Astorga vista desde dentro: pequeña historia de una nostalgia” (1984).
Existen bibliografías académicas sobre la Escuela y sus fundadores (principalmente sobre Ricardo Gullón y Leopoldo Panero) debidas a Luis González del Valle y Darío Villanueva (1984), Antonio Campoamor (1988), Florentino Trapero (1988), Ann M. Brown (1992), Miguel A. Olmos Gil (1993), Javier Huerta Calvo (2007), y Javier Huerta Calvo y Emilio Peral Vega (2010).
Igual que escribiera Gerardo Diego en 1948, “El arvolorio de Astorga sigue dando sombra templada y buena olor, como en tiempos de Juan Lorenzo Segura, el poeta casi seguro –y no es chiste– del Alexandre, el del buen mester…” El gran poeta de la Generación del 27 se refería en sus artículos a “la nueva escuela poética de Astorga”, pero en el “arvolorio” o arboleda han crecido muchas otras plantas y ramas.
Entiendo hoy la Escuela de Astorga como una consolidada tradición literaria y cultural, plural y polifónica, de astorganos (nativos y residentes, circunstanciales o sentimentales) que habiendo bebido en las fuentes originales de los fundadores y respirado la atmósfera de la vieja ciudad provinciana (de “buena olor” según el poeta medieval), han evolucionado por múltiples senderos de la vida artística e intelectual.
Aparte de las raíces, es decir, los fundadores Luis Alonso Luengo (1907-2003), Ricardo Gullón (1908-1991), y los hermanos Juan y Leopoldo Panero (1908-1937 y 1909-1962, respectivamente), cuyas memorias y obras nos inspiran permanentemente, debo mencionar las ramificaciones, algunos nombres de los hijos y nietos intelectuales de la Escuela, aunque soy consciente –y pido disculpas por ello– de que varios se escapan a mi recuerdo.
En primer lugar los herederos cronológicamente inmediatos, de sobrado prestigio: Lorenzo López Sancho, Eugenio de Nora, Bernardo Velado Graña, Augusto Quintana Prieto, los hermanos Esteban y José Antonio Carro Celada, e incluso el vecino poeta bañezano Antonio Colinas que, en sus propias palabras referidas a Leopoldo Panero, tiene “el don de haber compartido con él una misma tierra, unos mismos espacios… (descubriendo) los signos y símbolos del poeta… Esos símbolos de la tierra y los cielos que –cuando todo falla en nuestras vidas– son como faros, nos ayudan a seguir”.
Seguidamente los hijos biológicos dedicados a los menesteres literarios: los hermanos Juan Luis, Leopoldo María y José Moisés “Michi” Panero (poetas y prosistas poéticos) y Germán Gullón (crítico literario y novelista).
A continuación, otros poetas y escritores de sucesivas generaciones: los hermanos Generoso García Castrillo y Jesús García Castrillo (éste también notable filólogo, ensayista y novelista), Martín Martínez, Juan José Alonso Perandones, Javier Huerta Calvo (a mi juicio un importante crítico literario, catedrático universitario, especialista imprescindible en Leopoldo Panero y Ricardo Gullón), otros poetas y críticos dispersos como José Megías Aznar, Adolfo Alonso Ares, César Martínez Callejo, Juan Manuel Martínez Valdueza (también editor, con Catalina Seco, de algunas obras sobre la familia Panero), etc. Asimismo el brillante novelista Andrés Martínez Oria, artistas plásticos como los hermanos Palmero Alonso –Ramón (pintura y escultura) y Andrés (fotografía)–, y también algunos practicantes del ensayo histórico o político, de temática astúrica, nacional o internacional, como Francisco José López Becerra, Arsenio García Fuertes, el antes mencionado Juan Manuel Martínez Valdueza, y este modesto escriba que ocupa ahora la atención del amable lector.
Finalmente, deben incluirse múltiples periodistas, “embajadores” y “emprendedores” culturales –aquí la lista sería muy larga– vinculados a Astorga por nacimiento o reconocimiento: desde la saga Magín Revillo hasta Ángel Alonso Jarrín, Alejandro García Nistal, Dionisio Ramos Martínez, José Rafael Álvarez de la Puente (éste presidente durante muchos años de la Casa de León en Madrid, y actualmente director del prestigioso Foro Clavijo en la capital de España), etc.
Tres astorganos ya mencionados, Dionisio Ramos Martínez, José Rafael Álvarez de la Puente, y un servidor, tuvimos un decisivo papel, como relataré, en la creación de una importante institución cultural y universitaria española en los Estados Unidos: el Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard.
Aunque un astorgano exiliado de la Guerra Civil, el socialista Jerónimo Mallo (1887-1963), se había adelantado a poner una pica –como profesor de lengua y literatura españolas– en el Flandes estadounidense (concretamente, primero en Florida y después en Iowa), va a ser a través de Puerto Rico, residencia de otro astorgano exiliado, el ex ministro azañista Gabriel Franco (1897-1972), donde Ricardo Gullón, que había militado también –junto a Juan Panero– en el republicanismo azañista, traslade una extensión de la Escuela de Astorga y desde donde inicie la reconquista cultural del Imperio de Calibán, el gran Coloso del Norte (como lo calificaron nuestro Juan Valera, José Enrique Rodó, Rubén Darío, y todos los “arielistas” del 98). En Puerto Rico Gullón coincidirá con mis futuros maestros universitarios Raúl Morodo y Enrique Tierno Galván, así como con otro exiliado español y amigo mío, Jorge Enjuto, con quienes establecerá una amistad duradera.
He contado resumidamente la aventura americana de nuestro hombre en unas notas para una revista digital, bellamente editada en Estados Unidos, y dirigida por Alberto Acereda (Manuel Pastor, “Ricardo Gullón, hispanista y americanista. Un recuerdo…”, Journal of Hispanic Modernism, 2, 2011).
Mi esposa Ann M. Brown, que había participado en el Congreso y la obra colectiva sobre la Escuela de Astorga de 1993, ha investigado y publicado sobre su vida y obra, aportando algunos datos relevantes sobre su larga estancia como profesor en Puerto Rico y en Estados Unidos (Ann M. Brown, Ricardo Gullón (1908-1991), in memoriam, UNED, Melilla, 1992; “Notas sobre Ricardo Gullón como crítico de la cultura, la sociedad y la política”, Debate Abierto, 9, Madrid, 1993; “La vocación norteamericana de Ricardo Gullón”, en Javier Huerta Calvo, ed., Ricardo Gullón: crítica literaria y modernidad en la España del siglo XX, Ediciones del Orto, Madrid, 2010). Esta obra contiene también una aportación de Cristina Martínez-Carazo, “Ricardo Gullón en Estados Unidos”, y el exhaustivo ensayo bibliográfico de Javier Huerta Calvo y Emilio Peral Vega, “Ricardo Gullón: esbozo de una bibliografía crítica”.
Como resume Ann M. Brown en el ensayo antes citado: “En 1958 (Gullón) abandona definitivamente la carrera de fiscal. Regresa a Puerto Rico, esta vez para quedarse más tiempo, como encargado de la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez y profesor de Humanidades en el mismo campus de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Comienza entonces propiamente su periplo norteamericano como profesor universitario de literatura española. En el curso 1959-60 dio clases en las universidades de Columbia, New York University (ambas en New York City), y Midlebury College (en Vermont). Desde 1960 hasta 1975 fue profesor permanente (titular, desde 1972, de la Cátedra Ashbell Smith) de la Universidad de Texas en Austin, sin dejar de ser visitante en otras universidades (incluyendo los veranos en la Escuela Española en Middlebury College), como California en Los Angeles, Puerto Rico en Río Piedras, Colorado en Boulder, Iowa, Chicago… En esta última fue catedrático desde 1975 hasta 1985. Finalmente, desde 1985 hasta su jubilación definitiva, ocupó la cátedra de la Universidad de Califonia en Davis.”
Debe destacarse la influencia de Gullón en los trabajos de los hispanistas norteamericanos Barbara Bockus Aponte (1973, 1975), Douglass Rogers y Catherine M. Reiff (1984), y de una larga lista: Keith Ellis, Joan J. Gilabert, Geoge Haley, Lily Litvak, Allen W. Phillips, Russell P. Sebold, Joseph H. Silverman, J. C. Wilcox, etc., y en los ya mencionados de Ann M. Brown (1992, 1993, 2010).
Asimismo, deben recordarse los estudios sobre Leopoldo Panero de otros hispanistas norteamericanos: Eilen Connolly (1969), Alicia Raffucci de Lockwood (1974), Mirta Camandone de Cohen (1980), etc.
Aparte de mi encuentro con Gullón en Madison, Wisconsin, en 1973, en los años ochenta y noventa, siendo profesor visitante en la Escuela Española de verano en Middlebury College, Vermont, pude sentir en aquel ambiente denso del hispanismo norteamericano, el recuerdo y la influencia de don Ricardo, que había sido profesor de la misma Escuela muchos años antes, y en donde precisamente coincidí algún verano con su hijo Germán Gullón, también profesor visitante (entonces profesor titular de literatura española en California, aunque ya pensando en su traslado a Holanda).
Al terminar mi etapa profesoral en Middlebury, en 1998, fui nombrado director del Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard, en Cambridge, Massachussetts, cargo que acepté entusiasmado, teniendo en mente la experiencia hispanista de Gullón en Estados Unidos, y mi trabajo reciente en los cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo en Santander (1980-1983), y de Middlebury College (1985-1998).
Ya anticipé la iniciativa que tres jóvenes universitarios astorganos tuvimos en la fundación del Colegio en Harvard. Dionisio Ramos era consejero del rector Villapalos en la Complutense; Rafael Álvarez trabajaba como asesor del director de un prestigioso bufete madrileño con importantes contactos políticos y profesionales en Estados Unidos; y yo era catedrático de la Complutense con una ya larga experiencia universitaria norteamericana. Organizamos un cocido maragato en Castrillo de los Polvazares con las personas decisivas (el rector Villapalos al final no pudo asistir), pero el resultado inmediato fue la creación de un programa de colaboración entre las facultades de Derecho de la Complutense y de Harvard, que sería el núcleo original sobre el que se fundó más tarde, en 1990, con el apoyo moral de los Reyes de España (que fueron investidos doctores Honoris Causa por la prestigiosa universidad), el Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard.
Mi propio nombramiento como director de la institución, para el periodo 1998-2000, por el nuevo rector Puyol (con el visto bueno del presidente de Harvard, Neil Rudenstein), fue posible en gran medida gracias a Dionisio Ramos, entonces gerente de la Universidad Complutense.
Llamo “caso Leopoldo Panero” a un episodio de la vida del poeta durante la Guerra Civil sobre el que hasta no hace tanto había poca información y mucha confusión, en gran medida por culpa de las imposturas y delirios ideológicos de su propia familia (véase la bella pero engañosa película de Jaime Chávarri, “El desencanto”).
Para aclararlo resulta fundamental el testimonio de su amigo de toda la vida, Ricardo Gullón, corroborado por la propia esposa del poeta, Felicidad Blanc, aunque ésta a veces también contribuyera a la confusión.
Ya he relatado la confidencia sobre la liberación de Leopoldo Panero por decisión personal del Generalísimo Franco, que Gullón me hizo en el otoño de 1973 en la casa de Antonio Sánchez Barbudo en Madison, Wisconsin (M. Pastor, “Ricardo Gullón, hispanista y americanista”, Journal of Hispanic Modernism, 2, 2011, y theamericano.com, Diciembre 2011), que más tarde él mismo narró en su librito La juventud de Leopoldo Panero (DPL, León, 1985), y que previamente Felicidad Blanc había contado en sus memorias, Espejo de sombras (Argos/Vergara, Barcelona, 1977). Lo importante y significativo del testimonio de Gullón en este caso es tener en cuenta la cronología.
En Febrero de 1936, Unamuno viaja a Inglaterra para ser investido triple Doctor Honoris Causa por las Universidades de Oxford, Cambridge y Londres, según recordará el hispanista británico Walter Starkie en el obituario “A Modern Don Quixote: Miguel de Unamuno, 1864-1936” (Fortnightly, 141, 1937), y asimismo el profesor David Callaham de la Universidad de Aveiro, Portugal, en su artículo “The Early Reception of Miguel de Unamuno in England, 1907-1939” (Modern Language Review, 100, 2005). Panero, que había publicado un artículo en 1931 sobre el escritor vasco (“Notas de amor. Miguel de Unamuno. Poesía y vida”, Sol, 17 de Noviembre) se encontraba realizando estudios en la Universidad de Cambridge desde el Otoño de 1935, y asiste a la ceremonia, oficiando incluso de traductor informal del rector salmantino. El joven astorgano regresa a España justo una semana antes del Alzamiento militar el 18 de Julio. Permanece en la casa familiar de Astorga hasta que es detenido el 19 de Octubre, es decir, una semana después del incidente en el Paraninfo de Salamanca. Junto a su amigo y novio de su hermana Asunción, también detenido, Ángel Jiménez, son llevados a León y encarcelados en el recinto de San Marcos. Allí les visitarán las hermanas de Leopoldo Panero, Asunción y María Luisa, y se encontrarán también con otro detenido, el profesor leonés Manuel Santamaría, casado con una amiga de Astorga de los Panero, Olvido Alonso García. Al parecer, el 2 de Noviembre Ángel Jiménez es “sacado” de San Marcos y ejecutado en el monte de Estébanez, y por las mismas fechas ocurre otro tanto con Manuel Santamaría (González Egido menciona, en su libro sobre los últimos meses de la vida de Unamuno, el caso de este profesor y la carta que su esposa envió al escritor vasco desde Astorga a finales de octubre, pidiéndole ayuda, que evidentemente no llegó a tiempo o no fue eficaz).
Según narra Gullón, la madre de Panero se desplaza con urgencia a la ciudad del Tormes, provista de cartas y documentos, “y provista, sobre todo, de la voluntad de salvar a su hijo, marchó a Salamanca, convencida de que únicamente del centro del poder podían salir las órdenes salvadoras. Visitó a Unamuno y le pidió que interviniese a favor de Leopoldo declarando cuáles eran sus actividades en Inglaterra y quiénes sus amigos (…) Una segunda visita, ésta a doña Carmen Polo, esposa del general Franco y pariente lejana de los Torbado, trajo la solución. (…) Sin duda su intervención fue eficaz, pues no tardó en recibirse en León orden de no proceder contra Leopoldo. El 18 de noviembre le pusieron en libertad y volvió a Astorga.” (Gullón 1985: 89-90).
Felicidad Blanc ofrece una versión parecida: “En Salamanca va primero a ver a don Miguel de Unamuno; piensa que el testimonio del rector de la Universidad puede aclarar la conducta de Leopoldo en Cambridge, se le acusa de marxismo por su amistad con Ilia Ehrenburg y otros intelectuales marxistas. Mi suegra gustaba de recordar aquella conversación con don Miguel (…) De la casa de don Miguel se dirige al Cuartel General. Carmen era prima lejana de mi suegra, en su juventud se habían tratado superficialmente. La mujer de Franco la recibe y mi suegra le cuenta lo que sucede: la absurda situación de su hijo, una persona pacífica que nunca se había metido en nada. Carmen Polo le dice que su marido está en una reunión, pero le promete que, en cuanto termine, hablará con él y se dará orden de que lo suelten.” (Blanc, 1977: 122-123). En ambas narraciones se subestima la intervención de Unamuno y se supone que la de Carmen Polo es la decisiva (en la de Felicidad Blanc un poco exageradamente). Lo cierto es que Franco aceptó recibir a Unamuno en su residencia oficial, el palacio episcopal, y Panero fue puesto en libertad. Probablemente las peticiones combinadas de su esposa y del ex rector convencieron a Franco de la decisión final que tomó.
Sobre la culpabilidad o inocencia de Panero, Gullón siempre fue un poco impreciso o elusivo, y personalmente no he podido averiguar nada en concreto. Intenté explorar esta cuestión con su hijo Michi, ya que éramos amigos desde jóvenes, sentados en un banco del paseo de la muralla, cara al monte Teleno, en Astorga (donde entonces él residía), justamente unos días antes de su muerte, pero fue difícil y no insistí por su extrema debilidad física y mental. Esta fue la última vez que hablé con el pobre Michi. No mucho antes nos habíamos encontrado frente a la confitería Velasco, en la plaza del Palacio de Gaudí, y le había presentado a mi madre –que había sido amiga de la suya–, a mi esposa y a mis hijos. Durante la última conversación en el paseo de la muralla, a modo de despedida última, me pidió que diera recuerdos a mi hermana Aurora y a nuestro común amigo en Madrid, el profesor Carlos Moya.
Es un tema intrigante y que, sin duda, puede tener interés histórico: ¿fue realmente Leopoldo Panero militante comunista y agente de influencia o simplemente un compañero de viaje? ¿Estuvo relacionada su estancia en Cambridge con la red de inteligencia/propaganda bajo la cobertura de la organización Socorro Rojo, vinculada como hoy se sabe a la Komintern? Sus misteriosos, por improvisados, viajes a Francia y a Inglaterra, repiten una pauta conocida por otros agentes de la red internacional, como el caso de otro intelectual español de su misma generación, Gustavo Durán (véase M. Pastor, “Galíndez vs. Durán. Espías españoles en la Guerra Fría”, La Ilustración Liberal, Madrid, Otoño-Invierno 2010). Aparte de su presunta colaboración con Socorro Rojo, eran conocidas sus relaciones de amistad con intelectuales comunistas como el peruano César Vallejo (invitado a su casa familiar de Astorga), el chileno Pablo Neruda (agente colaborador de la NKVD, como hoy sabemos gracias a los documentos desclasificados del programa secreto VENONA), el francés Jean-Richard Bloch (según Ricardo Gullón) y el soviétivo Ilya Ehrenburg (según Felicidad Blanc), éste precisamente autor de un durísimo ensayo propagandístico contra Unamuno en 1935, y una “Carta a D. Miguel de Unamuno” en 1936 del mismo tono, escritos que nunca rectificó, una prueba más de que la adhesión del viejo liberal a la rebelión acaudillada por Franco era sincera y firme.
Sin embargo, de lo que no cabe duda es que la conversión religiosa de Panero, paralela a su “colaboración” con el franquismo (probablemente con la misma actitud unamuniana de elegir el “mal menor”), fue sincera, como se desprende de su honda y humana poesía. No comparto la opinión de una mayoría de sus críticos y creo que su polémico Canto Personal (1953) es poesía pura, arraigada en la experiencia, en la fe y el patriotismo recobrados o descubiertos, además de todo un tratado de poética, como ha subrayado el mejor conocedor de su obra, el profesor Javier Huerta Calvo (De poética y política. Nueva lectura del Canto Personal de Leopoldo Panero, DPL, León, 1996).
Este caso es ilustrativo de un problema (y otras cosas) que ha tenido atención en los medios, aunque de manera poco rigurosa: las diferencias entre Autoritarismo y Totalitarismo, que a mi juicio se pueden detectar en el pensamiento liberal de Unamuno, y que, como he dicho repetidamente, se remonta a la distinción teórica de Juan Donoso Cortés en su Discurso sobre la Dictadura (1849) entre dictadura gubernamental y dictadura insurreccional. En términos concretos y más claros, entre dictadura conservadora y dictadura revolucionaria.
Don José Antonio Maravall Casesnoves fue un ilustre historiador del pensamiento político español, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y profesor mío en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología durante los años sesenta/setenta. Maestro de, a su vez, ilustres profesores universitarios progresistas (Juan Trías, Antonio Elorza, Carmen Iglesias, José Álvarez Junco, Joaquín Arango…) y padre del catedrático de Sociología y ministro socialista de Educación José María Maravall. Todos ubicados también en la citada Facultad de la Complutense. Falleció en Madrid en 1986, y había nacido en la ciudad valenciana de Játiva en 1911. Con motivo del centenario de su nacimiento se publicaron sendos artículos de homenaje de dos discípulos suyos, Carmen Iglesias y José Antonio Gómez Marín (ambos en El Mundo, Madrid, 13 de Junio de 2011). Suscribo casi enteramente los elogios y méritos académicos que en ellos se destacan de tan ilustre historiador, pero no deja de sorprenderme que en ambos casos se silencie tan radicalmente su pasado político, primero falangista y después franquista, aunque se pueda admitir que en una tercera fase de su vida evolucionó hacia posiciones democráticas y posiblemente progresistas. Tal silencio contrasta con la reciente y ruidosa polémica sobre otro extraordinario historiador de la siguiente generación, Luis Suárez Fernández, a propósito de un artículo suyo sobre Franco para un diccionario biográfico avalado por la Real Academia de la Historia, asunto sobre el que los medios de prensa y círculos intelectuales simpatizantes con la familia Maravall no ahorraron la oportunidad de descalificar a Suárez por su presunto pasado franquista. ¿Doble estándar? Es evidente, y algunos sectores de la izquierda cultural nos tiene acostumbrados a ello: en el caso de Suárez, pese a sus innegables méritos como historiador, no se olvidan sus posiciones conservadoras; con Maravall es distinto, tanto por su evolución hacia el progresismo como por ser el padre de un ministro del primer gobierno socialista de Felipe González, aunque el balance de su gestión en el Ministerio de Educación, con la importante colaboración de Alfredo Pérez Rubalcaba, haya sido un auténtico desastre para varias generaciones de españoles.
Maravall era muy amigo de Panero y de Gullón. Éste, por ejemplo, le publicó en su revista Literatura, en 1934, algunos de sus primeros artículos, cuando tenía ciertas veleidades literarias (uno, curiosamente, apologético de un “unamuniano” que se hizo estalinista, titulado “Pasión y vida de José Bergamín”). Ya he mencionado que en 1931, en el mismo año que Panero, Maravall publicó un artículo sobre Unamuno (“Glosa a una lectura. Unamuno y Don Juan”, Sol, 5 de Julio). Ricardo Gullón, mucho tiempo después, ya durante la democracia, le dedicaría un artículo-homenaje, “Recuerdos de un amigo: José Antonio Maravall” (Cuadernos Hispanoamericanos, 477, Madrid, 1990). Los tres habían sido liberales orteguianos durante la República, pero evolucionaron de manera diferente: Gullón siguió siendo liberal hasta su muerte; Panero se radicalizó en la línea comunista, para convertirse en un franquista al modo unamuniano; Maravall se hizo falangista antes de la Guerra Civil y lo siguió siendo hasta su propia conversión en franquista (supongo que de una manera similar a la de Panero), para terminar en sus últimos años como un liberal progresista, próximo a la socialdemocracia.
Lo significativo de su caso es que como ha documentado el historiador del franquismo Luis Suárez Fernández (y en la misma línea han señalado Stanley G. Payne y Joan Maria Thomàs), durante su fase falangista, en la inmediata postguerra civil, publicó un artículo –probablemente inducido por su tutor político, Ramón Serrano Súñer– en el diario Arriba (4 de Marzo de 1941), en el que postula, frente al franquismo, un sistema falangista auténtico, según el modelo del fascismo italiano, en el que el Partido debería imponerse al Estado, y los políticos (de ideología falangista) desplazar a los técnicos o tecnócratas (de variable ideología conservadora dentro del franquismo). Este sistema debería desarrollar un potencial totalitario frente al carácter moderado y conservador autoritario del régimen de Franco. No era más que una nueva versión de la “revolución pendiente” defendida por los elementos más fascistas y radicales de la Falange, que tenía antecedentes en Ramiro Ledesma, y poco después de la muerte de Unamuno, en la primavera de 1937, en el entorno de Manuel Hedilla, que se manifestó en la “mini-rebelión” de Salamanca. Ahora, a la altura de 1941, adoptaban esta posición un poco confusamente, entre otros, Ramón Serrano Súñer, Antonio Tovar, Gerardo Salvador Merino, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo, etc., y Maravall era el abanderado o propagandista inicial de la misma. Como es sabido, Franco no toleró esta alternativa y el grupo fue liquidado políticamente. La versión definitiva de la crisis nos la ofrece Luis Suárez Fernández en su reciente libro, matizando los anteriores, Franco. Los años decisivos, 1931-1945 (Suárez Fernández 2011: 3, 193).
Mientras Gullón permaneció más o menos fiel a un liberalismo orteguiano (excepto durante su interludio azañista), Panero y Maravall “evolucionaron” hacia una socialdemocracia, paradójicamente mediante un tránsito falangista/franquista (lo que Jonah Golberg llamó “Liberal Fascism”, y yo he traducido “fascismo progresista”), como ocurriría con Dionisio Ridruejo (AD, USDE), más tarde con Francisco Fernández Ordóñez (PSD, PAD), el propio Adolfo Suárez (CDS), y muchos futuros militantes del PSOE tras la muerte de Franco, procedentes de Falange o del Régimen.
Es un poco absurdo decir que Panero murió cuando estaba “evolucionando” (como su amigo Maravall, en los años sesenta ya eran un poco mayorcitos) hacia posiciones más progresistas. Es más honesto y objetivo reconocer que el falangismo y el franquismo compartían talantes, ideas y espacios de centro-izquierda con la socialdemocracia post-marxista.