El propósito de una sección de Cultura no habría de consistir en la mera trasmisión de datos. Considero igualmente provechoso que promueva la reflexión, pues nada más rico que el pasado y, especialmente el nuestro, para hallar referentes que den lugar a un futuro mejor.
La imagen que encabeza este relato es la de un Carlos V flanqueado por los dos símbolos que escogió para su representación y, curiosamente, ambos se han convertido en distintivos de los dos paradigmas políticos antagónicos que se han disputado el mundo durante buena parte del siglo XX, y aún en la actualidad, capitaneados por los Estados Unidos de Norteamérica y la Rusia renacida de la Unión de Repúblicas Soviéticas. ¿Y cómo es esto posible? (…)
... A la izquierda del emperador se ubican las llamadas Columnas de Hércules, las cuales aparecen siempre unidas por una porción de tela con el lema “Plus Oultre” (más allá).
Según el pensamiento propio de los pobladores del Mediterráneo en la Antigüedad, este par de columnas, ubicadas cada una en un extremo del Estrecho de Gibraltar, delimitaban el mundo conocido. Pero una vez tomada conciencia del descubrimiento de América, este símbolo adquirió un significado completamente distinto. El lema antes indicado desplazó al antiguo “Non terrae plus ultra” (No hay tierra más allá), y nuestro rey lo lucía orgulloso, sabedor de que el mérito había sido de su pueblo, el español, y que suyas eran por derecho la casi totalidad de aquellas tierras, adonde asumió la responsabilidad de llevar nuestra civilización. El nuevo escudo pasó a figurar en las monedas españolas y, como sucede con toda primera potencia, nuestras acuñaciones se convirtieron en las más codiciadas. Es necesario puntualizar, que lo que les confería su valor tan elevado (y ha perdurado hasta la actualidad), no era otra cosa que la mejor calidad del metal con que estaban fabricadas.
Finalmente, una de aquellas monedas de plata, el Real de a Ocho, se convirtió en la primera moneda de reserva mundial y la que más tiempo ha estado en vigor, unos tres siglos. Esto es, que los Estados e instituciones la utilizaban para realizar los pagos internacionales y sirvió como principal patrón de referencia en el cambio de divisas. En los EEUU sería de curso legal hasta 1857, cuando su primera acuñación data de 1497. El caso es que para referirse a ella se procedió a la simplificación del escudo que portaba, y fue así como dio lugar al símbolo del dólar ($), donde los dos trazos verticales que representan a las columnas, son envueltos por aquel lazo en forma de “S”.
Posteriormente, las dos guerras mundiales que se dieron en el siglo XX convirtieron a los Estados Unidos de Norteamérica en primera potencia y, más adelante, en hegemónica. A diferencia de otros modelos de civilización, con los cuales aún rivalizan, éstos adoptaron la defensa del mercado y su economía como su principal vocación, capitaneando al resto de países, principalmente los europeos, frente al resto del mundo. Así pues, no es de extrañar que el símbolo de su moneda se convirtiese, así mismo, en el distintivo de la propia civilización occidental, del epicúreo concepto del “dinero” e, incluso, de la propia idea de poder.
Por otro lado, a la derecha del emperador aparece su heráldica personal representada en el pecho de un águila bicéfala. Lleva en su parte posterior la corona imperial y va rodeada por el collar de la orden del Toisón de oro.
El águila bicéfala imperial, en efecto, fue un símbolo heráldico de origen bizantino que, según está documentado, adoptó en su coronación Segismundo de Luxemburgo en 1433, como nuevo titular del Sacro Imperio Romano Germánico. Así pues, Carlos lo hereda de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano I. Pero sucede, que Iván III de Rusia (1462-1505) se apropió igualmente de dicho animal años después, justo después de contraer matrimonio con Sofía Paleóloga, sobrina del último emperador bizantino, de quien se declaró heredero.
Resumiendo mucho, la monarquía española renunció luego al uso de esta figura heráldica que, en cambio, sí siguió siendo empleada por el archiduque Fernando de Habsburgo, hermano de Carlos nacido en España y quien le sucedió con el título de emperador, dando lugar a una nueva rama dinástica que perduró hasta comienzos del siglo XX. En Rusia, sin embargo, los zares lo utilizaron de manera ininterrumpida hasta la creación de la Unión de Repúblicas Soviéticas. En 1991, la disolución de la URSS permitió a Rusia recuperar el águila bicéfala de los Romanov que, representando en su pecho a San Jorge, su patrón, pasó a ser incorporado en la actual enseña nacional.
Todo símbolo es dual, posee significante y significado; mientras su forma persiste, lo segundo, como hemos visto puede cambiar. De hecho, hay evidencias de que así está sucediendo, pues mientras que en los países de Occidente el discurso patriótico y los nacionalismos atentan contra la primacía del mercado global, en los del Este los asuntos económicos comienzan a primar, y el consumo se ha disparado tras haber dejado atrás los rigores sufridos impuestos por la doctrina comunista. En definitiva, ya no somos tan distintos.
En cuanto a Europa, en el propósito de crear una federación de Estados que nos amparase respecto a esos dos bloques citados, no se puede sino señalar la torpeza de no haber entendido un mensaje tan potente, como el que el emperador trató de difundir en vida: su proyecto de la Universitas Christiana. Porque de haberlo comprendido, sus emblemas personales podrían haber sido tomados prestados, copiados, incluso usurpados por sus extremos, pero su propia persona se habría convertido en nuestro símbolo más poderoso.
Me explico, aquel hombre nacido en Gante, hoy ciudad belga, cabeza del Sacro Imperio, que se extendía por buena parte de Estados actuales como Italia, Alemania, Austria y Francia, y que fue rey de las “Españas”, aún no ha sido reivindicado por nadie. Resulta gracioso y muy significativo que ni tan siquiera los nazis, embebidos de soberbia y de una pretendida grandeza milenaria, no apelasen a un cuarto Reich en vez de al tercero, olvidándose del monarca y emperador germánico que más territorios europeos había señoreado.
No obstante, es haber hecho oídos sordos a su mensaje lo que más ha lastrado nuestro futuro. Él propuso una unión sin fisuras de todos los europeos bajo un único liderazgo. En aquellos grandes Estados en que no gobernase, su supremacía sería simbólica. Porque lo importante era hacer causa común contra la gran amenaza que en aquel momento se cernía sobre el viejo continente, la media luna de los estandartes del otro gran imperio en expansión. Entendió y no como nosotros, que el único distintivo común que se podía adoptar era la cruz, pues únicamente ésta podía imponerse sobre el resto de diferencias que había (y aún persisten) entre los diferentes pueblos europeos.
Hoy, como ayer, esas dos dinámicas siguen persistiendo en Europa, la integradora y la disgregadora. Nuestra unión sigue siendo necesaria y la cruz, al menos en lo que representa como sustrato cultural, sigue siendo el único atributo que en verdad compartimos. Aun así, ni tan siquiera los partidarios del sueño europeo han sabido rendir el debido homenaje al primer hombre que planteó un programa político que la hiciera posible, al primero que en realidad imaginó Europa.
Íñigo Castellano