Lenny Flames

“El que toque puede”

Soldados ucranianos en el este del país. Ministerio de Defensa de Ucrania. (Foto: https://elordenmundial.com/).

LA CRÍTICA, 9 MARZO 2022

Lenny Flames | Miércoles 09 de marzo de 2022

Método infantil, solución y a la vez causa de peleas.

La palabra poder tiene en español varios significados, poder como capacidad o posibilidad de hacer algo: “podemos arreglar el tejado” y poder como idea de dominio: “pudimos con nuestros rivales”. Algún partido político nos ha vendido la burra jugando al despiste con estas acepciones y han importado directamente de América el “we can” haciéndonos creer que estaban llenos de posibilidades cuando en realidad estaban pensando en ponernos la bota en el cuello. (...)



... Es este significado de dominio el que se usaba antiguamente en las escuelas de los pueblos, cuando para resolver disputas, o más bien para avivarlas, los mayores de la clase invocaban a modo de arbitraje el juego cruel de “el que toque puede”.

A principios de los sesenta, en todos los pueblos de España por pequeños que fueran, había una escuela que cubría toda la enseñanza básica obligatoria. Mejor dicho, había al menos dos, pues los chicos siempre estaban separados de las chicas. El único maestro enseñaba en la misma aula a todos, desde los que estaban empezando a leer hasta los de catorce años. Estos mayores eran pocos pues la mayoría había abandonado la escuela para trabajar en el campo y otros pocos habían dejado el pueblo para estudiar bachillerato. Estos últimos, casi siempre en seminarios o colegios de frailes donde podían estudiar prácticamente gratis.

Los cuatro o cinco mayores por cada pueblo que seguían en la escuela se hacían notar. Eran enemigos entre ellos, aunque, de cara al maestro, aparentaban llevarse bien. Cada uno era jefe de su clan. Por aquel entonces el “bullying” apenas existía, pues cada pequeño que entraba en la escuela buscaba protección en alguno de los mayores que en cierto modo protegía a sus pupilos.

Pero ¿qué era el “toque puede”? Entre los pequeños de 6 o 7 años, con rasgos mínimos de su futura personalidad, eran frecuentes las disputas por cualquier tontería, fuera un insulto, unos cromos o por ver quién meaba más lejos (y esto no es una frase retórica). En cuanto los mayores detectaban una discusión se prestaban a poner paz a su modo. Para ellos debía ser muy divertido el puesto de pacificador pues se reían de lo lindo viendo como los pequeños resolvían sus diferencias como casi siempre lo ha hecho la humanidad. Esto es, a hostia limpia.

Enseguida separaban a los pequeños y tras avisar a todos de que había un “toque puede” los volvían a enfrentar uno con otro, pero con un ritual digno de los duelos de unos pocos años antes. En unos segundos se había formado un corro de espectadores y curiosos que tomaban partido por uno u otro y seguramente también disfrutaban. Los contrincantes quedaban separados a medio metro mirando al árbitro y esperando que este dijera como si de un pitido arbitral se tratara “el que toque puede”.

El más atrevido daba un leve toquecito en el hombro a su rival y miraba al grandullón como asegurándose de si lo había hecho bien. Inmediatamente ese toque era respondido con otro de la parte contraria. Se repetía la rutina cuatro o cinco veces, cada vez con toques de mayor intensidad. Luego los toques se convertían en empujones en lo que alguno llamaría hoy día una “escalada”, hasta que finalmente acababan abrazados en una especie de lucha leonesa y alguno caía al suelo. El caído era el perdedor. Pero si nadie caía, llegaba el maestro o alguna nariz sangraba, el árbitro daba por finalizado el combate y el ganador era el más allegado al grandullón. Esta labor de pacificador no era gratuita. Acabado el combate, el grandullón reclamaba sus honorarios: Dadme los dos vuestros bocadillos.

Viendo esta guerra –perdón, invasión de Ucrania– por parte de Rusia no puedo por menos de acordarme del “toque puede” de mi infancia pues algún parecido tiene. Desde luego es una estúpida guerra evitable, avivada y permitida desde fuera. A Biden, seguramente le traicionó el subconsciente cuando dijo que una incursión pequeña era admisible. La triste diferencia es que ahora hay miles de víctimas. Además, si en el rito infantil los que peleaban eran de fuerzas parecidas, ahora no es lo mismo. Uno de ellos es un abusón que se cree mayor y que además lleva navaja a modo de arma letal. Los pacificadores están nerviosos no sea que vaya a sacarla. Para más inri los enfrentados son familia, algo así como primos lejanos. Lo que nadie esperaba es que el renacuajo –que los tiene bien plantados– con menos estatura y fuerza, se esté defendiendo tan bravamente que está poniendo en un compromiso al abusón. Casi todo el patio se ha puesto de su lado y aunque eso no ayuda, al menos anima.

¿No saben ustedes quiénes son los mayores que incitan a que otros empiecen con toquecitos y acaben matándose? Es fácil. Miren quién se está quedando ya, ahora mismo, con los bocadillos.

Lenny Flames