The Economist, biblia del Establishment social-demócrata europeo, ha expulsado a los Estados Unidos y a España, además de otros países occidentales (Francia, Italia, Bélgica, Portugal, Grecia, …) del selecto club de las democracias “plenas”, limitado ahora a solo una lista de 21, encabezada por Noruega y otros países escandinavos (club en el que –merece subrayarse– Taiwan figura como primer país asiático en el puesto 8). (...)
... En realidad, mientras escribo esto pocos días después de la publicación del Democracy Index 2021 en el mencionado semanario británico, habría que expulsar también del selecto club a Canadá (que ocupaba el puesto 12 en la lista), por méritos sobrados del idiota progre y arrogante primer ministro Trudeau y su actitud autoritaria ante las legítimas protestas de los camioneros. Comenzó confundiendo, desde su cobarde escondite, las banderas nacionales canadienses con las de esvásticas nazis y ha terminado imponiendo el Estado de Emergencia.
España ocupa el puesto 24 en la lista general de las democracias (en el sector de las “defectuosas”), y los Estados Unidos un humillante pero merecido 26, después del deterioro en años recientes de las libertades políticas y sobre todo tras el desastre de las elecciones presidenciales en 2020.
Históricamente EEUU fue la primera democracia moderna del mundo, consolidada después de la Guerra Civil, que sin embargo degenerará por obra principalmente del Partido Demócrata entre las presidencias de Kennedy y de Biden (dos demócratas de la costa Este, católicos, de ancestros irlandeses, que pasarán a la historia por los grandes fraudes electorales que les auparon a la Casa Blanca, y los graves errores en la política exterior).
España nunca ha llegado a tener realmente una democracia consolidada. Hizo correctamente la transición desde el autoritarismo franquista, pero se quedó en una democracia incipiente –Imperio de la Ley más nominal que normativo– con una deficiente separación de poderes y un poder judicial no suficientemente independiente. Para el colmo, la partitocracia y la corrupción (especialmente tras el infame 23-F, intensificándose con los gobiernos socialistas y en el actual socialcomunista, con apoyos de separatistas y terroristas) han contribuido a impedir la necesaria consolidación, que sigue pendiente. Es, por tanto, una democracia fallida, por incompleta y por “defectuosa”.
En EEUU el sistema político ha degenerado pero la sociedad civil es todavía muy fuerte y la democracia puede regenerarse, ya que existe una masa electoral crítica potencialmente capaz de impulsar tal regeneración, y un partido Republicano que ha reaccionado efectivamente (movimiento Tea Party y Trumpismo) contra la corrupción del Establishment.
Mientras en España la incompetente clase política (con la excepción de Vox) y la servil clase mediática está entretenida en disputas sobre los resultados de las elecciones en Castilla y León, con las posibles combinaciones para formar gobierno, y mientras en toda Europa y resto del mundo el conflicto entre Ucrania y Rusia está resultando una conveniente distracción, durante varios días se ha pasado por alto el gravísimo asunto que para la democracia estadounidense y la cultura política de los países libres suponen las actuaciones del Special Counsel John Durham, en concreto las acusaciones contra Hillary Clinton y su equipo desde la campaña presidencial de 2016.
Lo que algunos comentaristas están calificando como el “Hillarygate”, escándalo político mucho mayor que el “Watergate”, y el ex presidente Trump ya se ha atrevido a llamarlo el “Crimen del Siglo”, parece que solo es la punta del iceberg: la extensa y profunda conspiración para espiar a un candidato presidencial, continuada a un presidente ya electo, implicando a los máximos responsables en las instituciones y agencias de seguridad nacional (consejeros en la Casa Blanca, dirigentes del FBI, dirigentes de la CIA y DNI, representantes y senadores del Partido Demócrata en el Congreso, etc., actuaciones muy probablemente conocidas –cábala en el Despacho Oval el 5 de Enero de 2017– por Obama y Biden durante la transición de administraciones) con una histérica pasión golpista sin precedentes en la historia de los EEUU.
Invito al lector a que lea o relea algunos artículos míos publicados en Libertad Digital y La Crítica acerca del “Estado Profundo” y los recurrentes intentos golpistas contra el presidente Trump, denunciados por Devin Nunes, Lee Smith, Svetlana Lokhova y otros. Sin entrar ahora en el problema del fraude electoral, que Mollie Hemingway ha planteado correctamente en su reciente e imprescindible libro, Rigged: How the Media, Big Tech, and the Democrats Seized Our Elections (2022), hacen sospechar que la posición de los EEUU en el ranking de las democracias “defectuosas” ha sido excesivamente benevolente.
Manuel Pastor Martínez