Recientemente leí un artículo en que se hacía mención a ocho inventos españoles que, según su autor, revolucionaron el mundo. Estos ocho son el submarino, el tren articulado Talgo, la jeringuilla desechable, la fregona, el traje de astronauta, el autogiro (precursor de los helicópteros), la calculadora y el teleférico. A esta lista habríamos de sumar otras muchas invenciones tales como la navaja, la guitarra española, el cóctel injustamente denominado Molotov, el cigarrillo que aunque insano tantos dividendos ha generado y, cómo no, la epidural, desarrollada por el médico oscense Fidel Pagés a pesar de su corta vida. (...)
... Semejante muestra de ingenio no hace sino evidenciar el talento de nuestros compatriotas, que antes de que político alguno inventase las siglas I+D+I (Investigación, Desarrollo e Innovación) para luego no estar dispuesto a sufragar su moderado coste, frente a los pingües beneficios, ya éramos capaces de imaginar un mundo diferente y más amable al ser humano.
No obstante, hubo un reinado y un rey, Felipe II, a quien denominaban “el Prudente”, y si era prudente bien podría ser porque igualmente era sabio, en el que España se situó holgadamente a la cabeza del mundo en lo que a Ciencia se refiere. A ese tiempo y a los personajes que lo protagonizaron he querido hoy dedicar estas líneas.
En tiempos de los Reyes Católicos España se convirtió en la primera potencia, en los de Carlos V en hegemónica, pero fue Felipe quien dotó al imperio de una capital, desde la que pretendía regir un universo que estaba en la obligación de conocer, aunque no estuviese en disposición o no pensase salir de ella. Es por ello que se supo rodear de un ejército de burócratas, pero también de un elenco de artistas y científicos de primer orden que, con su talento, revolucionaron el conocimiento. Lo siguiente es una breve relación de algunos de los más destacados.
El primero de ellos fue Juan de Herrera de Maliaño (Cantabria, 1530-Madrid, 1597). Éste es sobradamente conocido por su obra como arquitecto, de la que sobresale entre otros el monasterio del Escorial. Y no en vano, pues es de los pocos constructores que han creado un estilo propio, llamado herreriano, que resulta tan sobrio en el exterior como rico y racional en su interior, muy acorde al carácter castellano. Su estela fue seguida por otros muchos tras su muerte y hasta el siglo XX. Pero además fue militar, fundó la Academia de Matemáticas y Delineación, proyectó la ampliación de los jardines del Palacio Real de Aranjuez y, como veremos, destacó en la faceta de inventor.
Otro nombre ilustre es el de Jerónimo de Ayanz y Beaumont (Navarra, 1553-Madrid, 1613). Éste, que también comenzó su carrera como militar, destacó en otras múltiples facetas. Y su obra es tan prolija, que tan sólo voy a destacar alguna de sus aportaciones. Preocupado por la contaminación en las minas, desarrolló una máquina de vapor diseñada para propulsar líquidos y así evacuar el agua contaminada de las galerías, adelantándose en dos siglos al empleo generalizado de esta tecnología. Inventó otros medios para refrigerar el aire de esos espacios cerrados, precursores, así mismo, de lo que hoy conocemos como aire acondicionado. E ideó la primera campana y traje de buceo, dando lugar a la primera inmersión documentada de un buzo, la cual se produjo en el río Pisuerga, en Valladolid, el 2 de agosto de 1602, ante el rey Felipe III. Suyo también es el primer proyecto de un submarino, y el descubrimiento reciente de varios documentos muestra que lo elevado de su conocimiento era aún de mayor calado del que pensábamos en materias como la Física o la Astronomía.
Pedro Juan de Lastanosa (Huesca, 1527- Madrid, 1576), que era doctor en Teología, sobresalió en obras de carácter hidráulico. Comenzó al servicio de Carlos V y residió en varios países de Europa, donde completó su formación. Participó en las obras del alcázar de Madrid e inspeccionó la construcción del Canal Imperial de Aragón. Aunque uno de sus trabajos más notorios lo realizó junto a Pedro de Esquivel, a quienes el rey les encargó cartografiar el territorio español.
El anterior también fue tenido como maestro relojero, aunque en esta materia fue mucho más reconocido Juanelo Turriano (Milán, 1500-Toledo, 1585) que, como Lastanosa, comenzó sus trabajos ya en tiempos de Carlos V, para quien construyó alguno de los estanques del monasterio de Yuste. También diseñó la máquina hidráulica que permitía subir el agua hasta la ciudad de Toledo desde el río Tajo. Pero sobresalió especialmente en el diseño y creación de relojes astronómicos e, incluso, de mecanismos autómatas como el conocido Hombre de Palo, concebido para recabar limosnas, y que podía mover brazos y piernas. En Toledo coincidió con el capitán de la armada Blasco de Garay (1500?-1552?), a quien se atribuye la primera utilización de las máquinas de vapor para la navegación.
La importancia de los relojes en aquel momento es mucho mayor de la que el lector pudiera suponer. Gobernar unos dominios tan vastos requería de conocimientos precisos en materia de navegación. A mediados del siglo XVI se había conseguido con holgura poder determinar la latitud de una determinada posición, pero no era posible concretar aún del mismo modo la longitud. Para ello se requería de un reloj del que se pudieran servir también en la mar, que no fuese perturbado por el balanceo del barco. Felipe II convocó premios con carácter internacional para promover esa invención y a ellos concurrieron consumados especialistas presentando sus invenciones. Aquél que conseguía desarrollar un aparato mejor, obtenía un privilegio para poder comercializarlo sin pagar impuestos a la Corona, lo que actualmente sería lo equivalente a una patente. Y entre los que lo ganaron, podríamos citar al anteriormente mencionado Juan de Herrera, o al marino Pedro Menéndez de Avilés (Asturias, 1519 - Santander, 1574), quien además de recibir el encargo de tomar posesión de la Florida, se le encomendó la tarea de cartografiar la costa este de los actuales Estados Unidos.
Así pues, obtener una cartografía veraz y detallada del globo era una de las máximas pretensiones del rey, pues sólo así era posible establecer rutas mejores y más seguras, potenciar el comercio y la defensa de los territorios, etc. En esa materia brilló Martín Cortés de Albacar (Aragón, 1510 - Cádiz, 1582). Éste descubrió la declinación magnética de la Tierra y la existencia del polo norte magnético, distinto del terrestre. Así mismo, desarrolló el noctularbio, para determinar la longitud en función de la posición de alguna determinada estrella, y la carta esférica, sobre la cual plasmar la cartografía existente.
La relevancia de todo este trabajo queda sobradamente plasmada en el trabajo que el rey encargó al cartógrafo milanés Urbano Monti (Milán, 1544 – Milán, 1613). Él capitaneó a un grupo de hombres que dieron lugar al planisferio o mapamundi compuesto sobre una esfera más antiguo de los que se conocen o conservan. Esta pieza representa la totalidad del mundo conocido con un alto grado de detalle. Incorpora textos de algunas de sus fuentes, como el testimonio de Pigafeta de la primera vuelta al mundo de Magallanes y Elcano. También representa a parte fundamental de los líderes mundiales y, en el centro del océano Atlántico, con un claro propósito propagandístico, a un poderoso rey Felipe II, a quien le rinden homenaje otros soberanos y hasta una deidad marina, reconociéndolo como señor del mundo.
Como dije, éstos son sólo unos pocos de ese elenco de grandes personajes sobre los que el tiempo ha dejado una pátina de polvo y que, no obstante, deberíamos lustrar con sobrado orgullo.