Juan Manuel Martínez Valdueza

… y el centro se esfumó

Dirigentes centristas en Chueca, Madrid. (Foto: Benito Ordóñez / La voz de Galicia).

LA CRÍTICA, 12 ENERO 2022

Juan M. Martínez Valdueza | Miércoles 12 de enero de 2022

Queridos centristas que en España sois –somos, todavía, algunos, a pesar de todo–: agitemos los pañuelos para despedir a esta nueva ocasión perdida. Es lo que tiene el usurpar unos principios y objetivos políticos y sociales determinados, con el fin único de engatusar a los inquietos y conseguir sus votos para uso y disfrute personal, que no para luchar por su aplicación y defensa.

El centro político no es una cuestión de equidistancia sino más bien un ni contigo ni sin ti. (...)



... ¿Y cuáles fueron esos principios y objetivos políticos usurpados por la última aventura centrista? Pues ni más ni menos que dos de gran calado desatendidos, si no atacados, por las fuerzas de derechas y de izquierdas de forma ominosa y prolongada: la igualdad de los españoles y la transparencia en la acción política. Lo demás, agua de borrajas…

Después de décadas contemplando la descomposición de la acción política por un lado y por otro el desmoche de España no solo como realidad física sino también como concepto, que apareciera un chaval sin aparentes pelos en la lengua enarbolando tal bandera y plantando cara a los malos fue como un alivio esperanzador: ¡era posible que las cosas cambiaran!

Pero poco duró la alegría en casa del pobre. Conforme tomaba cuerpo la formación política que dio cobijo a los esperanzados, se fue pariendo una secta –otra vez– muy secreta y muy cerrada, cada vez más alejada de los principios enarbolados y enferma de necesidad de conseguir trocitos de pastel en el gran festín de la administración de lo público y de gran parte de lo privado. Cayendo en el olvido la transparencia y ocupando sus miembros –o iniciados– un puesto preeminente en el Patio de Monipodio de la política nacional.

Las consecuencias, lógicamente, no se hicieron esperar y llevamos unos años de caída lenta pero segura de esta formación política, que tanto bandazo en su recorrido es de admirar no haya terminado antes con ella. Conviene en este punto reflexionar sobre la viabilidad de las opciones centristas en España y, en todo caso, de las causas que las hacen viables o no.

Es evidente que las opciones de centro se fraguan con postulados que satisfacen al electorado de derechas, que es de donde obtienen su premio electoral. Como también es evidente que los dirigentes de centro no suelen ser muy conscientes de esta realidad y a las primeras de cambio buscan en la izquierda una legitimidad de la que creen carecer. Y en eso no se equivocan porque la mayoría de estos dirigentes proceden de otras formaciones de izquierdas, a las que traicionan –por decirlo de forma clara y que se entienda– al no obtener los beneficios esperados de su militancia y callada sumisión. Llegados a este punto se puede entender que la acción política centrista en general venga condicionada por el oportunismo personal y no por aquellos contenidos programáticos –flexibles siempre a su entender, erróneamente– con los que consiguieron sus votos. Consecuencia: pérdida de credibilidad primero y de su electorado después.

Hasta aquí, este reproche a los centristas profesionales podría hacerse extensivo al resto de formaciones que al calor del hartazgo emergieron hace unos años, sumado a otros como la sumisión de los cuadros a sus élites como garantía de control y esquivado de la democracia interna; la ocultación de trapos sucios y trapacerías diversas, etc. Pero con algún matiz. Porque esas novísimas opciones que como setas brotaron por todo el territorio nacional, agrupadas por variopintas coyundas han jugado y lo siguen haciendo con ventaja: saben cómo manejar la calle, cómo hacer de la propaganda arma imbatible y, sobre todo, cómo mentir tan descaradamente que al que no se cree sus mentiras le entra complejo de idiota, o de desafecto, que es peor…

Por el contrario, los centristas, saltan a la arena política con los complejos de la derecha a cuestas (de ahí su búsqueda de legitimidad) y sin las “virtudes” de la izquierda que les dote de armas para el combate. Las experiencias centristas españolas, primero republicanas y después democráticas (obsérvese el antagonismo), se cuentan por fracasos si obviamos la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, que es otra historia digna de reposado análisis. Ni Portela Valladares ni Adolfo Suárez bis ni Miquel Roca ni los novísimos y novísimas pasaron (ni pasan) de ser brindis al sol en la política española, al comprobar la ciudadanía –nosotros todos– que detrás de sus postulados no hay más que ambición de poder y ansia de un trozo del pastel.

¿Y adónde nos lleva (nos ha llevado siempre) esto? A una nueva frustración y, de forma irremediable, a la polarización. ¿Se piensan que acaso es nuevo esto del frentepopulismo y la extrema derecha? Pues no. Es el lógico punto de llegada (y recurrente) tras el fracaso de las opciones centristas cuya obligación (nunca cumplida) debería ser aglutinar lo mejor de cada casa repudiando lo peor de las mismas. Es decir, lo contrario al pasteleo con premio de unos cuantos platos de lentejas.