En 1965, coincidiendo con el 400 aniversario de la fundación de San Agustín de la Florida, la primera ciudad de los Estados Unidos, el prestigioso dramaturgo Paul Green, ganador de un premio Pulitzer, estrenó una obra que fue representada de manera continua durante más de 30 años. Su título es Cross and Sword. Este escritor era un amante del legado español y, a pesar de ello, el enunciado Cruz y Espada resulta muy simplista para definir el modelo de colonización española. (...)
... Tras el establecimiento de una colonia de protestantes franceses en la Florida, el rey Felipe II reclamó en la Corte a Pedro Menéndez de Avilés, a quien le expresó su preocupación por esta noticia. Esa región era estratégica, pues allí se hacía la última parada en el viaje de vuelta desde América a España. Ambos concertaron un acuerdo y lo recogieron en un documento, donde se establecían los beneficios de los que gozaría el marino y, así mismo, las condiciones que éste debía cumplir en la empresa que se le encomendaba.
El 28 de junio de 1565, la flota comandada por el galeón San Pelayo, verdadera nave nodriza que permitió el hito de fundar esa primera ciudad y asentamiento católico de los Estados Unidos, estaba presta en Cádiz para ser revisada antes de iniciar el viaje. Conocemos sobradamente el día, pues los oficiales del rey realizaron un minucioso inventario que incluye el número de barcos, número y calidad de los marineros, militares y colonos, así como de todas las mercancías que se embarcaban para establecerse en su destino.
De entre los datos anteriores, es precisamente el desglose de los oficios a que se dedicaban esos primeros pobladores, lo que llamó nuestra atención cuando investigamos esta gesta. De aquellos 257 hombres, 116 eran labradores, lo que evidencia la vocación de crear un asentamiento estable. A éstos se sumaba un grupo de personas cuyo trabajo consistía en la elaboración del bien más preciado en una comunidad, el pan. Otros muchos de los oficios que se declaran estaban relacionados con la construcción, como los 10 canteros y los 15 carpinteros, a los que se unían maestros en la elaboración de tejas, en la fabricación de cal, cerrajeros y albañiles. Y para la primera dotación y sustento de esa población, también es destacable la mención a un mantero, un tejedor o los 21 sastres y 10 zapateros, por citar sólo algunos.
Cómo no, el material de guerra era igualmente necesario, pero curiosamente sólo se registran 3 espaderos y un maestro especialista en ballestas y arcabuces. 5 barberos, dos cirujanos y un boticario habrían de velar por la salud del conjunto. Otros oficios muestran la pretensión de llevar la producción más allá de lo preciso, como documenta la mención a un maestro sedero o a los 8 plateros. Los bienes que éstos produjesen estaban orientados al consumo propio, pero también al comercio con otras ciudades y al intercambio con los locales. Y, por último, no puedo dejar de mencionar al maestro en fabricar cerveza, una bebida necesaria allá donde la calidad del agua no era previsiblemente buena y aún no habían prendido las vides; y al librero, fundamental para trasladar allí la producción de textos religiosos, con los cuales proceder con el fin siempre obligado de los españoles que fueron al Nuevo Mundo, la evangelización de las poblaciones autóctonas.
El 8 de septiembre de ese mismo año Pedro Menéndez fundó San Agustín, luego expulsó a los protestantes de la Florida y consiguió que ese primer asentamiento se consolidase, procediendo a la colonización de su entorno.
Con todo, el primer plano que tenemos de esta ciudad data de finales de siglo, de en torno a 1590, y se encuentra conservado en el Archivo de Indias de Sevilla. El problema de esta pieza es que, es tal la imponente presencia del fuerte de San Marcos, como el entusiasmo que despiertan este tipo de estructuras militares, que se ha pasado por alto el resto de lo que el citado mapa nos muestra. De hecho, en el Museo de la propia ciudad únicamente realizaron y exhiben la maqueta de este edificio. Sin embargo, la interpretación del conjunto es esencial para comprender el modelo de ocupación del territorio y la presencia española en América.
El verdadero centro neurálgico de la ciudad son el grupo de casas que se sitúa a la izquierda del fuerte. Si se lee la leyenda, se puede comprobar que ahí está ubicada la casa del gobernador, la iglesia parroquial, el campanario que además de anunciar la liturgia habría de servir para emitir las señales de alarma, y el puerto, donde se desarrollaría principalmente toda actividad económica.
De las plantaciones anexas podemos decir, que buena parte de los cultivos eran especies que los españoles habían llevado desde su tierra, las cuales se unieron a las que allí ya se plantaban y se estimaron de utilidad. Los cereales que se introdujeron eran esenciales para hacer el pan, aunque fueron los productos de la huerta los que más enriquecieron la dieta de colonos y autóctonos. En lo tocante al ganado, la aportación fue aún mayor si cabe. Tanto aquellos animales destinados al consumo como al trabajo y, por supuesto, los caballos, supusieron un cambio radical respecto al más inmediato pasado.
En el dibujo del fuerte de San Marcos, otro texto nos señala el domicilio del alcaide. Éste era quien tenía a su cargo no sólo este establecimiento, sino también la guarnición que protegía a la ciudad, pero, jerárquicamente, estaba bajo las órdenes del gobernador. Esa primera diferenciación entre el poder civil y el militar es lo que evidencia que el asentamiento tenía vocación de ciudad, dispuesta a desarrollar todas las instituciones necesarias para el futuro de sus habitantes. Así pues, la estructura defensiva estaba concebida para acoger a la población civil en caso de necesidad, y protegerla por un lado del ataque de los piratas, y por otro de los pueblos colindantes, no siempre amistosos.
Por último, el pequeño poblado que se ubica justo por encima de San Marcos, se detalla que es la Misión franciscana de Nombre de Dios, erigida por el capellán de esta expedición, el padre Francisco López de Mendoza Grajales. Este espacio estaba destinado a la conversión de los habitantes de la zona y, una vez cristianizados, muchos de ellos se habrían de trasladar bien a la ciudad, bien a otros núcleos donde poder establecerse y prosperar.
Es digno reseñar que son investigadores norteamericanos, entre los que destaca Michael Gannon, los que defienden la teoría de que fueron el padre Grajales y Pedro Menéndez quienes celebraron, también por primera vez en el norte del continente, una misa de acción de gracias junto a los naturales de aquellas tierras. Esto sería unos 58 años antes de la que los ingleses celebraron en Plymouth en 1623, dando lugar a una de las festividades más importantes en los Estados Unidos, el conocido Thanksgiving day.
En definitiva, se comprueba a través de lo expuesto que, en efecto, los españoles acudieron a América con algo más que una cruz y una espada. Como los antiguos griegos, que prendían una antorcha del fuego sagrado que protegía su ciudad para portarla consigo y conservarla en un nuevo asentamiento, ligando ambas polis por los siglos venideros, y así dando la apariencia de una continuidad entre el lugar que dejaban atrás y la nueva urbe que fundaban, los españoles también pretendieron llevar al Nuevo Mundo su civilización. En América se trató de reproducir las mismas estructuras que en la metrópoli e, incluso, muchos de los descubridores otorgaron el honor de bautizar a esas ciudades con el nombre de su cuna de nacimiento, deseando para aquéllas igual gloria. De lo que aquéllos llevaron consigo, y de lo que una vez allí descubrieron, nació la primera sociedad que ocupó los actuales Estados Unidos de América.