La desobediencia civil, sea de alta o baja intensidad, es toda una tradición; en algunas sociedades más que en otras. Pero cuando se extiende su aplicación donde no puede ser positiva, como por ejemplo frente a la Naturaleza, se da de bruces con la simple Realidad. (...)
... Desobedecer las normas tiene un cierto aura de pertenecer a una élite, de estar fuera del rebaño. En la España postfranquista (o postdonpelayista, que con el tiempo van siendo cada vez más parecidas), posicionarse en contra de ‘lo establecido’ fue, en algún momento, casi imprescindible para pasear por la calle con la cabeza bien alta, sobre todo si eras joven.
Eso unido a que siempre se pensó que todos los problemas tienen solución, y que en último término el gobierno es quien tiene que solucionar las cosas, termina de sumergirnos en una sopa de razonamientos, bulos y hechos contradictorios, de la que terminamos saliendo por el lado que no es.
En concreto, para muchos, oponerse a la vacunación frente a la Covid-19 (que parece que es algo promovido por ‘Las Autoridades’) parece revestido de ese aura de la Gloriosa Desobediencia frente al Poder, pero tropiezan con que a quien están desobedeciendo es a la Naturaleza, que no suele ser tan permisiva como son algunos gobiernos, sobre todo los de España.
Cuando se desobedecían unas leyes a las que se tachaba de represivas, e impuestas por un gobierno dictatorial, se podían aportar argumentos filosóficos, políticos o morales; incluso se podía terminar la discusión con un ‘porque no me da la gana’. Pero frente a los datos epidemiológicos, o ante las evidencias médicas y científicas, el ‘no me da la gana’ se queda en pataleta infantiloide, sin más.
En el mismo saco hay que meter los negacionistas del Cambio Climático, a los terraplanistas y a otros muchos rebaños de rebeldes.
Y casi lo peor es cuando les sale bien. No se han vacunado, no se han contagiado (por el momento), o se han contagiado, pero ha sido leve, por lo que sonríen con suficiencia. Pero eso no cambia el razonamiento. Para ilustrar la idea, yo tenía un compañero y amigo que nunca se ponía el cinturón de seguridad en el coche: recorrió así miles de kilómetros sin problemas y, por lo tanto, cada día podía tener más y más confianza en que tenía toda la razón… hasta que un día, en un frenazo de autopista… El conductor y los tres niños que iban detrás salieron del coche completamente ilesos, y así asistieron dos días después al entierro de mi amigo Fernando.
Por favor, seamos conscientes de que hay cosas que son opinables, negociables o negables, pero que, como dijo Hipatia hace 1600 años, la Realidad es la que es, nos guste o no. Y la Ciencia que desentraña su estructura tampoco es negociable ni opinable.