Marzo de 1992. Habían salido las vacantes para mandos de Regimientos y Tercios Legionarios. Las pedí todas. Era coronel de Infantería diplomado de Estado Mayor (DEM). Estaba destinado en el Estado Mayor de la Defensa, en la División de Planes que mandaba el general Muñoz Grandes. Mi mando era el de la Sección de Política Militar de aquella División. (...)
... A finales de julio se habían concedido casi todas las vacantes. Solo quedaban por designar las del “Alcázar de Toledo 61” y el Tercio “Duque de Alba”, Segundo de la Legión, en Ceuta.
Un mes antes, el 28 de junio, se había producido en esa ciudad un hecho sin graves consecuencias pero magnificado por todos los medios en toda España de forma escandalosa. Una Compañía de casi 150 legionarios en periodo de instrucción como reclutas, habían salido desarmados del acuartelamiento “García Aldave” después del toque de silencio para «dar una lección a algunos moros que habían robado y dado una paliza a un compañero». Aquellos aprendices de legionarios querían tomarse la justicia por su mano.
Bajaron por la carretera y llegaron al barrio de los Rosales. Avisados por los vecinos, acudieron dos o tres coches de la Policía Nacional. Consiguieron convencer a los bisoños reclutas para que se dieran la vuelta y regresaran a “García Aldave”, salvo a media docena de ellos que por su actitud fueron llevados a comisaría. En el pequeño tumulto que se originó, cayó al suelo una motocicleta. Eso fue todo.
Pero aquello se trató en los medios como un escándalo bestial con titulares como este: «Una Compañía de legionarios se escapa de “García Aldave” para vengarse». Incluso alguno llegó a decir que los legionarios estaban dispuestos a prender fuego a media ciudad. Fue evidente que alguien quiso que aquel hecho pueril se convirtiera virtualmente en una especie de tragedia evitada in extremis por las fuerzas de seguridad dependientes de la Delegación del Gobierno en la ciudad.
El resultado de este lamentable suceso fue el cese inmediato del coronel del Tercio –en aquellos días de vacaciones fuera de Ceuta y poco amigo del Delegado del Gobierno–, el cese del teniente coronel jefe de la IV Bandera, el arresto y sanción disciplinaria de 15 o 20 mandos del Tercio, y el arresto de dos meses por falta grave de los 150 legionarios que participaron en el hecho.
Volvamos a finales del mes de julio. Yo quedaba descartado, teóricamente, para poder mandar cualquiera de las dos Unidades citadas anteriormente para cubrir la vacante de coronel. Me enteré que para el “Alcázar” yo iba en quinto lugar de la lista de candidatos y ocupaba en cuarto para el mando del 2º Tercio (que lo habían pedido más de 50 coroneles).
Al día siguiente sonó el teléfono de mi despacho. Un buen amigo me dijo: “Enrique, hoy te firma el ministro tu destino al 2º Tercio; enhorabuena». No lo podía creer. Y me pregunté, ¿por qué? ¿Quién no había tenido en cuenta lo que el Comandante General de Ceuta y el Capitán General de Sevilla habían decidido al elaborar la lista de candidatos para el mando del Tercio y había elegido al número cuatro de la misma? Por tanto, mi sorpresa era enorme.
Después de esta sorprendente llamada, como jefe accidental de la División ―el general Muñoz Grandes estaba en Bruselas– bajé a despachar los asuntos pendientes con el Jefe del Estado Mayor Conjunto (JEMACON). Le dije que, oficiosamente, sabía que iba a mandar el 2º Tercio. Me dio la enhorabuena y en ese momento sonó su teléfono. El general Javier Pardo de Santayana lo descolgó. Escuchó y dijo: «Sí, está aquí, delante de mí». Y me preguntó: «Enrique, ¿puedes ir esta tarde a ver al ministro de Defensa?». Naturalmente le dije que sí.
El señor García Vargas me esperaba porque apenas hice antesala. Al ir a entrar a su despacho me abrió la puerta un oficial de alta graduación que me dijo casi al oído con rapidez: «Coronel, cuando llegues a Ceuta haz legionario de honor al Delegado del Gobierno. Se lo merece». Me volví hacia él, extrañado, y le contesté que, al menos, me dejara llegar a la ciudad.
El despacho con el ministro fue muy cordial y extenso. Duró cerca de hora y media. Me habló del problema en Ceuta, de su versión de los hechos, de que debía imponer en la Unidad la disciplina, etc. Le contesté que no tuviera duda de que así lo haría. Y le añadí que la Legión no está compuesta por Tercios que aguanten la monotonía de la vida de cuartel, que son unidades esencialmente operativas. Si en aquellas fechas se estaba pidiendo a España desde la UEO y la OTAN nuestra colaboración en la guerra de Bosnia, la Legión debía ir allí. Me contestó que ya había decidido que así lo iba a hacer. Le agradecí que me hubiera elegido a mí para tener el honor de mandar el Tercio y su contestación me aclaró muchas dudas: «No coronel. Ha sido el Estado Mayor del Ejército quien me ha dado su nombre para resolver esta situación».
Al despedirme del ministro me dijo que llegara cuanto antes a Ceuta, mejor mañana que pasado. Le contesté que debía llegar con el uniforme de la Legión y que en cuatro o cinco días lo tendría hecho en Madrid.
Al día siguiente, temprano, llegué al Cuartel General del Ejército para dar cuenta al Jefe del Estado Mayor de mi conversación con el ministro. Me dijo que se lo dijera a dos o tres generales más. Y de allí salí disparado a ver al sastre.
Mi mujer y yo preparamos nuestra marcha a Ceuta seleccionando unos pocos objetos personales que nos acompañarían en los dos próximos años. Dejamos solucionadas las necesidades de una casa en la que dejábamos dos hijas que estaban estudiando. Teníamos total confianza en ellas. Nuestro hijo ya era Alférez Cadete en la Academia de Infantería.
Por fin, el 5 de agosto de 1992 cruzamos el Estrecho. En el puerto de Ceuta nos esperaba una pequeña representación del Tercio encabezada por el jefe de la V Bandera que, como teniente coronel, lo mandaba de forma interina.
Al día siguiente me presenté al Comandante General de Ceuta, general de división don Rafael Bada Requena. Debo decir que la entrevista, breve, fue fría y distante. El general Bada tenía motivos para recibirme así. Además de no haberme propuesto en primer lugar para ocupar aquella vacante y llegar “impuesto” desde Madrid, sólo unos meses antes de estas fechas se había barajado en la capital la posibilidad –mucho más ideológica que realista– de hacer desaparecer a la Legión, convirtiendo los Tercios en Regimientos de Infantería.
La Legión significaba para muchos políticos de la época algo anticuado y, sobre todo, muy ligado al Régimen anterior. De ahí, que por abril de aquel año, la suerte de la Legión se despejara gracias a la labor, ante el ministro de Defensa, de sólo tres o cuatro generales que le hicieron comprender la necesidad de mantener esa fuerza de choque histórica y operativa de entre las Unidades de nuestro Ejército. Sin embargo el rumor de la posible desaparición de la Legión continuaba en muchos ámbitos. Y al general Bada no le había comunicado nadie lo contrario. Ni a la ciudad de Ceuta.
Mi llegada, después del suceso de julio, significó para muchos el punto de arranque de la transformación del 2º Tercio en un Regimiento de Infantería. Más tarde me enteré que esa era la idea generalizada en la opinión pública ceutí.
Aquella misma mañana la aproveché para ir a saludar al Delegado del Gobierno y al alcalde de la Ciudad. Ambas entrevistas fueron muy cordiales, sobre todo la primera de ellas. Al resto de los jefes de las Unidades de Ceuta los vería al día siguiente en la toma de posesión del mando del Tercio.