Sin duda, a España le cabe el inmenso honor de haber sido la primera nación en transferir a otras regiones del mundo, desde Asia a América, el legado del pensamiento europeo desarrollado por el cristianismo. Un pensamiento que se traduce en la civilización que hoy disfrutamos. (...)
... Esta exportación fue llevada a cabo mediante la evangelización que comprende una enorme potencia generadora de civilización, y en sí misma un proyecto de fe, de transcendencia para el ser humano, basado en el derecho natural emanado de la ley divina. Europa se construyó sobre premisas que el cristianismo introdujo en la vieja civilización del Mundo Antiguo, produciéndose un cambio de tal magnitud que el ser humano pasó a alcanzar la dignidad y desarrollo que le permitiría cimentar las estructuras de una Europa emergente. La Universitas Cristiana que imaginara el emperador Carlos V y que apoyara Erasmus de Rotterdam.
La civilización tal como hoy la concebimos sitúa al hombre en un nivel de dignidad y libertad propio a su naturaleza, siendo la evangelización su mascarón de proa o instrumento que capacitó para penetrar en el pensamiento humano y sobre él, construir una cultura. Como dijo la que fuera periodista y escritora italiana Oriana Falacci en una de sus siempre provocadoras obras y en referencia al Islam: «qué religión es aquella que solo produce religión». Pues bien, la evangelización cristiana por su fuerza vivificadora fue más allá, generando civilización y teniendo España, a la que el destino otorgó el privilegio de difundirla y, hasta podríamos decir, circunvalar el mundo con ella. En el continente asiático quedó la semilla evangélica de aquella Europa en la que ya había nacido y germinado. Sería Magallanes quien abrió la ruta, y Sebastián Elcano quien la culminara. Fue España que introdujo y creó la mayor nación católica de Asia, como las Islas Filipinas. España había llevado a cabo la primera circunnavegación conocida en la historia, y con ella el pensamiento europeo. Esa semilla circunvaló el mundo gracias a aquella expedición española, muy mermada por el esfuerzo y sacrificio, pues a su regreso apenas se contaban dos decenas de hombres. El pensamiento de esa cultura no fue solo patrimonio de España sino también de una Europa en crecimiento.
Antes, España ya igualmente había descubierto el Nuevo Mundo y exportado dicho pensamiento o patrimonio europeo a otra inmensa región continental al oeste del hemisferio: América, recibió la evangelización y con ella la libertad, como tan exquisitamente fue dispuesto y expresado por la Católica reina Isabel de Castilla «se había tenido en mira ganar almas para el cielo y no esclavos para la tierra». El pensamiento europeo o la civilización penetraron en América, y España no solo en nombre de su corona sino también en el de esa cultura civilizada y asumida por el continente europeo, jugó el papel que la historia marcó. En América no se produjo un choque o encuentro de culturas sino el derecho natural a la convivencia humana sobre una región que desconocía otra cosa que no fuera la esclavitud y la muerte. A partir de ahí, el desarrollo, la dignidad humana y la libertad, fueron creciendo y tejiendo el futuro. San Juan Pablo II pronunció a este respecto en Salta (8-IV-1987) las siguientes palabras: «de un encuentro entre los españoles y el mundo precolombino, del que nació vuestra cultura, vivificada por la fe católica». Gracias a esa acción exportadora, y diez años después que Hernán Cortés pacificara la nación mejicana aboliendo la antropofagia, la esclavitud, etc. el indio Juan Diego dio a conocer su visión, en el cerro de Tepeyac, de la Virgen de Guadalupe que hasta hoy goza del fervor de la nación.
Sabemos de los numerosos hombres españoles: santos, militares y aventureros de toda índole y casta, que fueron pioneros y exportadores del pensamiento evangélico como también del proyecto cultural que Europa ya vivía; sin embargo, España, si bien obtuvo el privilegio como se dijo de ser la primera en difundirlo, viene pagando por ello un alto precio que supone la infame conjura contra la labor que representó en nombre de Europa, pues su mensaje no fue otro que el compartido con el resto de las naciones del continente. A España se le exige por muchos, no por todos, inmolarse y pedir perdón por haber ofrecido y legado un pensamiento común. La gloria de España se acrecienta en su sacrificio y en su crítica.
No puedo por menos y llegado a este punto evocar la preciosa y patriótica «Oda al dos de mayo», del poeta jienense Bernardo López, de una de sus estrofas referida a la gloria española: «Doquiera la mente mía sus alas rápidas lleva, allí un sepulcro se eleva contando tu valentía. Desde la cumbre bravía que el sol indio tornasola, hasta el África que inmola sus hijos en torpe guerra, ¡no hay un puñado de tierra sin una tumba española!».
Iñigo Castellano Barón