Francisco Ansón Oliart

Signo de los tiempos: El relativismo

(Foto: https://www.elcato.org).

LA CRÍTICA, 8 NOVIEMBRE 2021

Francisco Ansón Oliart | Lunes 08 de noviembre de 2021
En mis tiempos de colegio, existía un argumento con relación al relativismo, que decía: “Si todo es relativo, es una contradicción porque ‘todo’ es un absoluto, luego ‘todo es relativo’ es un absoluto”. Nuestro Rafael Gómez Pérez que es, quizá, el antropólogo cultural que más he leído, escribe sobre el relativismo: “Podría decirse, al estilo orteguiano, que es el tema de nuestro tiempo, el fenómeno más importante hoy en el ámbito del pensamiento, de las actitudes y de la sensibilidad. Me refiero al fracaso de la Modernidad… (...)

... muy unido a… la extensión del relativismo cultural, del “vale todo”. (Rafael Gómez Pérez, La crítica del relativismo cultural, Aceprensa de 27 de enero de 1993).

La RAE define el relativismo: “Teoría que niega el carácter absoluto del conocimiento, al hacerlo depender del sujeto que conoce”. De manera que el conocimiento depende tanto de factores externos, sea la época histórica sea la cultura, como de las características del propio sujeto que conoce.

Así, el relativismo niega la existencia de la verdad válida para la generalidad, puesto que todo conocimiento es subjetivo, determinado por el lugar, ambiente, educación, historia, creencias, lengua a los que se pertenece y que incapacitan para ser objetivo, de manera que cada cultura y en ella, cada individuo, cada persona, tiene su verdad. De modo que en una sociedad que admitiera el relativismo no existirían, por ejemplo, convicciones, dado que si se acepta que todas las convicciones deben respetarse, el resultado es que ninguna convicción es respetada, es decir, no se respeta el hecho mismo de tener una convicción.

Naturalmente, el diálogo se hace casi imposible entre personas que sólo aparentemente hablan el mismo idioma y piensan y razonan desde de premisas distintas y desconocidas para los interlocutores. Acabo de referirme el relativismo lingüístico, porque lo cité hace unos días en una reunión de once personas y todos los que me escuchaban mostraron su incredulidad respecto a la posibilidad de la influencia de la lengua materna en el conocimiento de la realidad. Sin embargo, según esta relatividad, la lengua materna determina conceptualizaciones diferentes de la misma realidad, al punto que la programación neurolingüística se utiliza como una forma de psicoterapia, dado que modifica el modo de enfrentarse con la realidad.

Sin embargo, tal vez, los dos “relativismos” más comentados, sean el cultural y el moral. El relativismo cultural pone el acento de tal manera en la cultura, que ésta sería la única capaz de comprender la realidad humana. La importancia única de la cultura, impide que se juzgue ningún elemento cultural, aunque sea el de sacrificios humanos, desde otra cultura, puesto que el único criterio válido es el significado que tenga en esa cultura. Cada cultura (perdón por la repetición de la palabra en el que incurro buscando mayor claridad), sólo puede interpretarse desde dentro de ella misma, de sus valores, de su idiosincrasia, de su “manera de ser”. El relativismo cultural incide en el moral, por cuanto según él no existe el bien o el mal con validez general, sino que depende de la cultura y en consecuencia, cualquiera fueran esas creencias sobre el bien o el mal, no pueden ser cuestionadas, al punto que algunos radicalizan esta posición hasta afirmar que el bien y el mal cambiarían con las diferentes épocas de cada cultura.

Po su parte, Benedicto XVI ha manifestado su convicción de que el relativismo se ha convertido en el problema central de nuestro tiempo al considerar que de acuerdo con esta hipótesis, todos los sistemas conceptuales, o religiosos serían relativos al momento histórico y al contexto cultural, de ahí su diversidad e incluso oposición. Sin embargo, si se afirma que todos serían igualmente válidos, debe objetarse que es evidente que quienes afirman y niegan lo mismo no pueden tener igualmente razón, ni pueden ser considerados como representantes de visiones complemen­tarias de una misma realidad.

No obstante, se dice que la tolerancia es esencial para el diálogo, así como para la existencia del sistema democrático y además, y esto ya no es cierto, se identifica la tolerancia con el relativismo, a pesar de que poco o nada tienen que ver entre sí ambos conceptos. La tolerancia supone el respeto de ideas creencias o prácticas diferentes o erróneas, aun sabiendo que se trata de un error o un mal, quizá de un mal menor y por eso se tolera, pero reconociendo que se trata de un mal. Aquí, cabe recordar un pensamiento de Andrés Ollero, Catedrático de Filosofía del Derecho, que tratando de tolerancia y dictadura del relativismo, expone que ello se afirma en un contexto de dictadura del relativismo, en el que se pasa insensiblemente de la salmodia de que no cabe imponer convicciones a los demás, al veto formal a que alguien se atreva a expresar con libertad su propio código moral. En efecto, ¿quién sería admitido para militar en un partido político si dijera, por ejemplo, que es contrario al divorcio?

Uno de los grandes avances y logros de nuestra época es el reconocimiento de la existencia de unos derechos universales, que corresponden y son propios de la naturaleza humana y que, por consiguiente, no son una concesión del Estado, por lo que no pueden ser derogados por ninguna Constitución ni legislación estatal.

Pues bien, con motivo de cumplirse el sexagésimo aniversario de la Declaración Universal, ya el Papa Benedicto XVI señaló el peligro del relativismo, que puede llegar a conculcar dichos derechos, uno de los mayores logros éticos. Durante el discurso del Papa en la Asamblea General de las Naciones Unidas con el motivo señalado, advirtió: “Los derechos humanos son universales en virtud del origen común de la persona… Se basan en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones. Arrancar los derechos humanos de este contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos”.

Quizá quepa concluir este mero apunte sobre el relativismo con el título de un antiguo artículo de Ignacio Aréchaga, titulado, “Por favor, un poco más de relativismo”, porque, como demuestra el artículo, con gran sentido del humor, es que el relativismo lleva a la imposición de lo políticamente correcto, que supone la concepción del poder como derecho a regular coercitivamente y prohibir, incluso, lo que es opinable.

Francisco Ansón