El 14 de mayo de este año, el Servicio de Salud (HSE) de Irlanda, proveedor de servicios sanitarios financiado por el Estado, sufrió un ataque de “ransomware” o cibersecuestro que le llevó a desconectar la mayoría de sus sistemas informáticos. Los atacantes amenazaron con hacer públicos los datos robados, incluidos los historiales confidenciales de los pacientes, a menos que el HSE desembolsara 20 millones de dólares. El Servicio de Salud se negó a hacerlo. Sus funcionarios volvieron a utilizar el papel y el lápiz, sus procedimientos se retrasaron y sus pacientes sufrieron molestias. El 14 de junio, los servicios aún no habían vuelto a la normalidad.
Cerca de dos meses después, el 3 de julio, más de 200 empresas en Estados Unidos fueron “golpeadas” por un tremendo ataque cibernético tipo “ransomware” uno de los más grandes y coordinados ciberataques de los últimos años, en el que los sistemas quedan intervenidos por hackers hasta que los individuos o compañías paguen por desbloquearlos. Los piratas agrupados bajo las siglas Revil (Ransomware Evil) aprovecharon una falla en el programa de tecnología de la información utilizado por unas 400.000 personas.
Si tratamos el campo de la seguridad y defensa, en los tiempos actuales las agresiones con ciberataques también se han generalizado entre estados y se utilizan comúnmente en campañas militares. En la guerra contra el Estado Islámico tanto Estados Unidos como el Reino Unido han empleado ciberataques para suprimir la propaganda, impedir las actuaciones de sus drones y sembrar confusión entre los miembros de grupos de milicias existentes en los países en los que opera y está operando DAESH.
Aunque la geopolítica tradicional apostaba por el Estado como principal ejecutor de la misma y a un conjunto de factores del entorno geopolítico como pueden ser la extensión, la población, la posición, los recursos o la dimensión de las Fuerzas Armadas, entre otros, en los inicios del siglo XXI se ha producido una evolución en la que además del Estado tradicional, aparecen también pseudo-estados, organizaciones supraestatales y actores no estatales al mismo tiempo que se utilizan nuevos factores de análisis como ocurre con las tecnologías emergentes, las grandes empresas digitales, la energía, el ciberespacio o el espacio geopolítico distendido que modifican las condiciones en que se desarrolla la geopolítica mundial.
Desde este prisma, el dominio del ciberespacio es el nuevo escenario geopolítico cuyas características más importantes son un entorno virtual sin límites geográficos, es decir, sin fronteras, de escasa seguridad, en el que se desarrollan actividades vitales para la sociedad y en donde aparecen la delincuencia, el terrorismo y el espionaje junto con conflictos armados y en el cual actúan actores anónimos en un marco geoestratégico de luchas de poder no sujetas a ninguna legalidad.
La pregunta que se hacen actualmente muchos estados es la siguiente: ¿Cómo debe responder la comunidad global a este desafío que supera los límites de las leyes internacionales? Una cosa es que un oleoducto cierre unos días o que el sistema sanitario no funcione plenamente durante un mes y otra cosa que grupos como Boko Harem, Al Qaeda, el denominado Estado Islámico, Abu Sayyaf o los cárteles de la droga puedan armarse a sí mismos con fondos conseguidos mediante el cibersecuestro.
La ciberseguridad fue uno de los puntos que trataron el presidente estadounidense y el presidente ruso en la cumbre que mantuvieron en Ginebra, el pasado 13 de junio, en un intento de descongelar sus relaciones. El 13 de julio, un mes después del encuentro en Suiza, REvil se desintegró. No está claro si fue obra de los servicios de inteligencia rusos o estadounidenses. En la ciberseguridad, todos los indicios apuntan a que Estados Unidos se encuentra rezagado frente a Rusia y a China.
El ciberespacio es el nuevo dominio de confrontación geopolítica. Constituye el quinto dominio en el que actúa la geopolítica después del espacio terrestre, espacio marítimo, espacio aéreo y espacio exterior (o ultraterrestre). Hoy en día, no se puede descartar una ciberguerra –conflicto armado que se desarrolla a través del ciberespacio– teniendo en cuenta que grupos criminales y grupos rebeldes han puesto a prueba su capacidad de reacción con una serie de ataques a diferentes países, desde el exterior, que en ocasiones cuentan con el respaldo de los servicios de inteligencia de potencias rivales.
En la geopolítica del ciberespacio, los actores pretenden apoderarse de este espacio, negarlo u ocuparlo, al objeto de alcanzar el ciberpoder que les permite ejercer un dominio sobre determinados objetivos que tiene previstos. Como espacio que surge al comienzo del siglo XXI, a consecuencia de las tecnologías emergentes, constituye un elemento multiplicador de poder que puede llegar a ser el Heartland del siglo XXI –quien domine el ciberespacio controlará el mundo cibernético y quien controle el mundo cibernético dominará el mundo–, sustituyendo o relevando a la teoría de Mackinder que acompañó al siglo XX.
En el actual y previsible escenario del ciberespacio cualquier actor, ya sea individual o estatal, puede cambiar el equilibrio de poder estratégico toda vez que no se sabe desde qué lugar o cuál es el origen del ataque o agresión, ni tampoco se dispone de las capacidades suficientes en los Estados para hacer frente solos a las condiciones existentes en este nuevo espacio, a la defensa de su soberanía o a la protección de sus ciudadanos.
Es un hecho objetivo que, en los últimos años, el ciberespacio ha sido el fondo oscuro del conflicto armado, pero en la situación actual y previsible este espacio se ha posicionado en primera línea de combate como consecuencia del nuevo contexto estratégico caracterizado por dar prioridad al ámbito digital frente a los teatros bélicos tradicionales de signo convencional.
En la actual ecuación de relaciones de poder, el ciberespacio conforma un desafío en términos de soberanía, de seguridad y defensa. En el último lustro, las ciberoperaciones se han caracterizado por formar una parte sustancial de conflictos locales y regionales y de la competencia entre las superpotencias. En concreto, el ciberpoder está adquiriendo un fuerte protagonismo en los nuevos tiempos.
En virtud de lo expuesto, y como mensajes de reflexión a considerar, podemos esquematizarlos en tres ámbitos. En primer lugar, el ciberespacio puede llegar a constituir, en las actuales y previsibles relaciones de poder, el Heartland de Mackinder del siglo XXI, con las adaptaciones conceptuales correspondientes. En segundo lugar, y con mucha probabilidad, el ciberespacio va a constituir el principal escenario del conflicto geopolítico internacional de este siglo. Y, como tercer mensaje, es preciso que se establezca a la brevedad, un ordenamiento global de este espacio al objeto de que se amortigüen los tambores de una ciberguerra y se camine hacia la paz y seguridad de la comunidad internacional. En este último mensaje, Naciones Unidas y, especialmente, Estados Unidos, China y Rusia tienen la palabra.
Jesús Argumosa Pila