Hernán Cortés toma preso a Moctezuma. Óleo de Antonio Gómez Cros, Museo del Prado, Madrid.
Cuando San Juan Pablo II visitó México el 9 de mayo 1990, calificó como hermoso en su conjunto el proceso de conquista y evangelización, a pesar de las sombras que no faltaron. El Papa Francisco, en la misma línea pidió disculpas por los excesos de algunos españoles, pero exigió reconocer con objetividad el grandioso testimonio de miles de obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas (franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas, carmelitas…) quienes durante siglos, (...)
... e incluso hoy, consagran su vida a la evangelización, en su viaje hace cuatro años a Ecuador, Bolivia y Paraguay.
Otra cuestión muy diferente es la leyenda negra que los enemigos de España de dentro y de fuera airean estos días promovida por el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador. Mientras otros países saben vender su terrible colonización de algunas naciones americanas, parece que España tiene que pedir disculpas de nuevo por sus pocas sombras y sus muchas luces.
Frente a esta leyenda negra está la realidad objetiva de la Hispanidad, tal como la intuyó Ramiro de Maeztu, que es necesario rescatar de la marginación y del olvido. La España de ahora como la de Ramiro de Maeztu tiene la necesidad de volver a descubrir el gran legado histórico, del que muchos reniegan con desprecio y prepotencia. Para Ramiro de Maeztu la España de su tiempo como la de ahora necesita volver a defender sus grandes valores que se sintetizan en la Hispanidad tal como la plasmó, su máximo poeta Rubén Darío en su verso: la América que reza a Jesucristo y habla Español.
Para Ramiro de Maeztu la tragedia de España era entoces y lo es ahora. intentar experimentar las grandes ideas del liberalismo y del socialismo, con sus místicas laicistas y secularizadoras, abandonando las raíces católicas de su Monarquía sin las cuales la Historia real de España no tiene sentido ni es comprensible.
Como escribía Ramiro de Maeztu en su tiempo, experimentable hoy: “A esta España que vive como si estuviera de más en el mundo y no es sino una sombra de gran nación, solo le queda volver a los grandes ideales actualizados a los tiempos tan complejos y dificiles cuyos síntomas más dolorosos son el separatismo y la destrucción de su unidad como Nación”.
Escribía Ramiro de Maeztu, “el alma de los seres humanos como la de los pueblos necesitan perspectivas infinitas para no resignarse a las limitaciones cotidianas”.
Los versos de Rubén Dario en su “Salutación del optimista” son memorables:
Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;
mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;
retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte;
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña
y en la caja pandórica, de que tantas desgracias surgieron
encontramos de súbito, talismánica, pura, riente,
cual pudiera decirla en su verso Virgilio divino,
la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!
Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
o a perpetuo presidio condenasteis al noble entusiasmo,
ya veréis al salir del sol en un triunfo de liras,
mientras dos continentes, abonados de huesos gloriosos,
del Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,
digan al orbe: la alta virtud resucita
que a la hispana progenie hizo dueña de siglos.
Abominad la boca que predice desgracias eternas,
abominad los ojos que ven solo zodíacos funestos,
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres,
o que la tea empuñan o la daga suicida.
Siéntense sordos ímpetus en las entrañas del mundo,
la inminencia de algo fatal hoy conmueve la Tierra;
fuertes colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,
y algo se inicia como vasto social cataclismo
sobre la faz del orbe. ¿Quién dirá que las savias dormidas
no despiertan entonces en el tronco del roble gigante
bajo el cual se exprimió la ubre de la loba romana?
¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
y que el alma española juzgase áptera y ciega y tullida?
No es Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo,
ni entre momias y piedras reina que habita el sepulcro,
la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,
que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas,
ni la que tras los mares en que yace sepultada la Atlántida,
tiene su coro de vástagos altos, robustos y fuertes.
Únanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersos;
formen todos un solo haz de energía ecuménica.
Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.
Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
que regará lenguas de fuego en esa epifanía.
Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
así los manes heroicos de los primitivos abuelos,
de los egregios padres que abrieron el surco prístino,
sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
y el rumor de espigas que inició la labor triptolémica.
Un continente y otro renovando las viejas prosapias,
en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,
ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.
La latina estirpe verá la gran alba futura:
en un trueno de música gloriosa, millones de labios
saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente,
Oriente augusto, en donde todo lo cambia y renueva
la eternidad de Dios, la actividad infinita.
Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros.
¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!
Fidel Garcia Martínez
Doctor Filología Hispánica
Catedrático Lengua Literatura