... ni estos mismos ingleses tienen derecho alguno a ejercer esta soberanía a distancia sobre una población a la que no se le reconoce siquiera ciudadanía británica y, además, sobre un territorio que es una colonia en parte usurpada y en parte solamente cedida, como simple propiedad, para el establecimiento de una base militar.
El Reino Unido (RU) no tiene el poder político supremo sobre Gibraltar porque España y las Naciones Unidas se lo niegan. El RU solo tiene el poder militar supremo, que ejerce con amenazas y lo hace particularmente odioso a los ojos de la mayoría de los españoles, porque España ha renunciado al uso de la fuerza para recuperar su integridad territorial, progresivamente perdida de forma abyecta y desconsiderada. Aunque esta renuncia nadie pueda considerarla permanente.
Ante la situación de Gibraltar, joya robada, llama nuestra atención la ola de devoluciones que muchos países europeos están haciendo de los bienes artísticos y culturales depredados a lo largo de la historia de países más pobres, o militarmente menos capaces, lo que me lleva a escribir con no poca emoción, y no menor tristeza, el presente artículo.
Belgas, franceses y holandeses se apresuran a devolver a sus legítimos propietarios todo aquello que exhiben sus museos y no es verdaderamente suyo. Los belgas, franceses y holandeses se están dando cuenta, más vale tarde que nunca, de que no pueden disponer a su antojo, que no otra cosa es la soberanía, de un patrimonio que verdaderamente es de otros.
Pero no tenemos señal alguna que nos indique que nuestros amigos los ingleses estén siento afectados por este sentimiento. Como que no está en su ADN. Es como si los ingleses encontrasen muy difícil, por no decir imposible, abandonar su espíritu corsario. El mismo que les ha permitido ennoblecer nada menos que a un pirata, Drake, con el título de Sir Francis. Todos sabemos que el corso lo ejercían piratas autorizados (patente de corso) a cambio de un estipendio para el país que se la concedía y a cambio, también, de hostigar y dañar en lo posible a la fuerza naval, considerada enemiga.
Los reyes españoles nunca vieron con buenos ojos el ejercicio del corso y tampoco la esclavitud. Es cierto que España trajo oro y plata de América, pero fue principalmente para financiar las guerras que España mantenía en Europa. Fueron los europeos los verdaderos beneficiarios de esta riqueza. Todo ello, unido a la eficaz actividad corsaria de ingleses y holandeses hizo que el pueblo español se beneficiara muy poco, en su conjunto, de esta riqueza venida de América. Y recordar que toda la plata que nos trajimos de Perú en 300 años se produce hoy en solo uno. Algo que bien debiera conocer el nuevo presidente peruano. Y el mejicano también. Algo que no debieran de olvidar ambos presidentes, y alguno más, cuando quieren responsabilizar a otros del calamitoso estado de sus respectivas economías.
Llama mucho la atención que la mayoría de los monumentos declarados por la UNESCO como patrimonio de la Humanidad en Hispanoamérica fueron todos construidos por España. No hay ninguno inglés, francés ni holandés lo que nos hace pensar que la labor de España en el continente americano, por ella descubierto, fue incomparablemente noble y parecida o similar a la desarrollada por Roma en el mundo entonces conocido. Todo era Roma. La obra civilizadora de España en América no tuvo comparación. Todo era España. Aunque ahora muchas veces, nosotros mismos, por puro desconocimiento, seamos vicarios de una injusta leyenda negra.
De los dirigentes ingleses más conocidos parece que fue Toni Blair el que tuvo más comprensión, el que entendió mejor el problema de Gibraltar cuando ordenó iniciar conversaciones sobre la colonia que pronto fueron abortadas por los partidarios de los vestigios de un Imperio depredador y trasnochado. Y es que uno no puede tener la conciencia tranquila y vivir en paz consigo mismo cuando atesora patrimonios que no son suyos.
Cuando uno visita el magnífico Museo Británico de Londres todos los guías se esfuerzan en explicar, con fundamento dudoso y sin que nadie se lo demande, la razón por la cual están allí depositados los tesoros de otros que allí se exponen. La mayor parte del frontispicio del Partenón, que pertenece a los griegos, las numerosísimas momias o la piedra Rosetta que pertenecen a los egipcios son los ejemplos más conocidos y llamativos. Botín de guerra dice el gobierno inglés… en una interpretación inaceptable de lo que es quedarse con lo que no es suyo. Estos bienes culturales, que los expertos cifran en ocho millones de los cuales solo están expuestos 80.000, deben de ser devueltos a sus legítimos propietarios que es lo que se hace con los bienes robados y es lo que, para ejemplo de todos, están haciendo belgas, franceses y holandeses. A cada uno lo suyo.
Como es bien sabido, Gibraltar nos fue robado en 1704, con mentiras y engaños, por una fuerza naval angloholandesa con la disculpa de estar defendiendo los derechos del archiduque Carlos, candidato a ocupar el trono vacante de España. Cuando los coaligados consiguieron poner el pie en tierra no izaron la bandera del archiduque sino la bandera inglesa lo que es una clara muestra de las verdaderas intenciones de los invasores. Esta injustificable invasión fue blanqueada en 1713 por el Tratado de Utrecht con el que los ingleses y franceses, cansados de guerrear entre ellos, firmaron una paz, negociada en secreto, que terminó pagando España. Por maniobras del rey francés Luis XIV los representantes del rey español Felipe V no pudieron llegar a tiempo para influir o matizar la redacción de un Tratado que se convirtió en un trágala para España. Desde entonces el propio Felipe V y todos los gobiernos que le sucedieron han reclamado la devolución de la colonia, e incluso intentaron su recuperación por la fuerza, lo que demuestra la férrea voluntad española para encontrar una solución definitiva a su mutilada integridad territorial.
Porque la soberanía de ningún pueblo puede robarse, aunque sea invadido militarmente. Si esto sucediese estaríamos ante un permanente “casus belli” como único procedimiento para restaurar la justicia especialmente cuando el invasor no se aviene a razones. Ni el propio Hitler pudo creer, y ni siquiera imaginar, que con la contundente e imprevista derrota de todo el ejército francés, y consiguiente completa invasión del país, pudiese haberse adueñado de la soberanía que siempre correspondió exclusivamente al pueblo francés invadido.
Y en nuestro caso, tampoco es aceptable que por la sola invasión del año 1704 o por el solo Tratado de Utrecht hayan los ingleses adquirido una soberanía que solo a los españoles corresponde. Aunque distintos gobiernos ingleses han podido tener la tentación de conceder la independencia a un pretendido pueblo de Gibraltar, constituido por un heterogéneo aluvión de mercaderes, comerciantes y lucrativos despachos de abogados, es más que evidente que este falso pueblo al servicio de intereses espurios no puede sustituir de ningún modo ni disponer de la soberanía que corresponde al genuino pueblo de Gibraltar que tuvo que abandonarlo para establecerse en la actual población de San Roque.
Ningún gobierno británico tendrá la capacidad ni títulos suficientes para conceder a esta población de aluvión una soberanía que de ningún modo le pertenece especialmente cuando ni siquiera se le concede la ciudadanía británica para evitar que los gibraltareños puedan influir desde su parlamento en la política inglesa. Ciudadanos de segunda clase, aunque estén bien remunerados, no pueden ejercer una soberanía otorgada por quien no tiene títulos para concederla sobre todo a una población sin derecho ni reconocimiento internacional alguno. Por tanto, si la soberanía no puede ser inglesa, aunque pretendan ejercerla ilegalmente por el ejercicio y la amenaza de utilización de la fuerza, ni propiamente gibraltareña, es evidente que la soberanía es, siempre fue y será española. Por tanto, sin esa soberanía no procede hablar de mar territorial inglés, ni gibraltareño, como quedó bien establecido en el propio Tratado de Utrecht.
El profesor Lacleta, de grato recuerdo, fue nuestro representante en la Convención de Naciones Unidas de 1982 sobre el Derecho del Mar. España firmó esta Convención, como correspondió en aquel momento, con una reserva sobre Gibraltar. Aunque existen casos en el mundo de costas “secas” es decir, sin derecho a mar territorial, son no pocos los españoles que sostienen, apoyándose en Lacleta, que Gibraltar tendría derecho a disponer de mar territorial sin tomar en la debida consideración que efectivamente cualquier costa, en principio, puede generar tal derecho pero que lo generaría para el país que ostentase la soberanía sobre esa costa que, en nuestro caso, es inequívocamente de España, como a lo largo de este articulo he pretendido demostrar.