Pilar Riestra Mediavilla

San Bernardo: la figura pública más importante del siglo XII

Bernardo de Claraval en el Antifonario de la abadesa de Santa María de Beaupré, siglo XIII, Walters Mss. 769. (Título y foto: Wikipedia).

LA CRÍTICA, 16 JULIO 2021

Pilar Riestra | Viernes 16 de julio de 2021
Existe una profesión de extraordinaria importancia para la sociedad y para el progreso y bienestar individual, que se encuentra entre las más desprestigiadas y denostadas. Me refiero a la política. El ser humano ha sido creado por amor y para el amor. El amor consiste, fundamentalmente en desear y hacer el bien. Los políticos se encuentran entre los profesionales que más pueden y deben contribuir al bien común. (...)

... De ahí la necesidad de conseguir que se enaltezca esta profesión y por ello, en la figura de san Bernardo, que, si bien, fue un gran gran contemplativo, voy a resaltar, casi únicamente, su dimensión pública, ya que, al parecer, fue la figura de mayor importancia del siglo XII. Para ello, reproduzco los testimonios de cinco autores de procedencias, formación y espiritualidades diversas, por lo que cada uno de ellos introduce matices diferentes al analizar, desde el punto de vista público, la figura de este santo.

La prosperidad y auge que vivió Cluny en las últimas décadas del siglo X, le condujeron al relajamiento, fruto inmediato de la riqueza y la ociosidad. Por ello, hubo una reacción para volver a vivir el auténtico espíritu de San Benito y de hecho, Esteban Harding, consiguió la primera organización en Citeaux (cistercium) a principios del siglo XII. El nuevo monasterio iba a desaparecer, debido a la escasez de vocaciones, ocasionadas, en parte, por la severidad y rigor que caracterizó los tiempos inmediatos a la fundación, y en parte, por la epidemia de peste de 1111. Y es aquí, en plena crisis, en abril de 1112, cuando ingresa como novicio el joven noble de familia borgoñesa, Bernardo, con 30 familiares y amigos. “San Bernardo, hombre de extraordinaria personalidad e indiscutiblemente la más poderosa fuerza espiritual de la Cristiandad del siglo XII. Orador de arrolladora fuerza, predicador oficial de la segunda Cruzada, consejero de las más altas personalidades de la época, defensor incansable de la fe, hábil polemista y escritor insigne, arrastró con su ejemplo a los espíritus más fervientes y animosos”. (R. Civil Desveus, CISTERCIENSES, Ed. RIALP, GER, 1971, p. 689).

Uno de los autores que mejor encuadra históricamente y acoge tanto la espiritualidad contemplativa, como la acción pública de san Bernardo, es el Catedrático de Historia de la Iglesia, José Orlandis: “Si bien los siglos IV y V, durante los cuales la ciencia teológica realizó inmensos progresos, constituyen la edad de oro de la Patrística,… los Padres de la Iglesia aparecen a lo largo de un período histórico extenso, y el apelativo se aplica incluso a San Bernardo, que ha sido llamado el ‘último de los Padres’…. El Císter recibió un formidable impulso con la llegada de un joven señor, San Bernardo, que entró en Citeaux junto con 30 compañeros, todos ellos pertenecientes a las familias nobles de Borgoña (1112). Tres años más tarde, y a los 24 años de edad, Bernardo fue hecho abad del nuevo monasterio de Claraval hasta su muerte en 1153. San Bernardo fue probablemente el hombre más importante de Europa y ejerció una enorme influencia sobre la vida de la Iglesia y de la Cristiandad. Siendo como era un monje y un gran contemplativo, se halló activamente implicado en todos los acontecimientos importantes de su época. Defendió la fe frente a la herejía y las doctrinas de Abelardo; decidió el destino de Pontificado cuando el cisma de Anacleto; luego vio a uno de sus discípulos -Eugenio III- ocupando la cátedra de Pedro; y movilizó a la Cristiandad entera para la segunda Cruzada. Papas y reyes, príncipes y pueblos experimentaron el atractivo de la santidad de este gran protagonista de la historia. El Císter experimentó un asombroso desarrollo en vida de San Bernardo. Baste decir que la comunidad de Claraval llegó a contar con 700 monjes, que la docena de abadías de la Orden existente a su llegada, eran 343 a la hora de su muerte y que esta cifra todavía crecería hasta unas 700 a finales del siglo XIII. San Bernardo fue sin duda un gran hombre y un santo extraordinario que hizo llegar a la Europa medieval un poderoso soplo del Espíritu de Dios… Las primeras órdenes militares fueron la del Temple y la del Hospital. La primera tomó el nombre de la residencia que tuvo en Jerusalén y que se hallaba emplazada sobre el lugar donde se creía que estuvo el templo de Salomón. Un caballero francés, Hugo de Pagens, había fundado con otros siete compañeros una fraternidad en la que hicieron profesión de los tres votos religiosos. Esto ocurría en Jerusalén, el año 1119. El florecimiento de la Orden se debió en buena parte al favor de San Bernardo, que contribuyó a la redacción de la Regla y dedicó a los caballeros un elogio entusiasta titulado De laude novae militiae… La devoción mariana experimentó también un notable progreso durante los siglos de la Cristiandad… Contribuyeron a ello de manera destacada algunos grandes santos de la época, como San Bernardo y Santo Domingo”. (José Orlandis, La Iglesia Antigua y Medieval, Ed. PALABRA, 1974, pp.147 y ss.).

Insistiendo mucho más en la vida contemplativa del santo, Laurentino Herrán escribe: “Bernardo de Claraval, doctor de la Iglesia, principal propulsor de la Reforma cisterciense, promotor de la santidad en todos los estados, y luchador incansable y valiente de la integridad de la fe católica, fue gracias a él, que el Císter comenzó a ser el centro de espiritualidad más influyente. La abadía tuvo en seguida monjes para nuevas fundaciones, y en 1115 el mismo Bernardo, salía para fundar Claraval, la abadía desde donde iba a ser la figura que llenaría su siglo. Bernardo vivió tan rigurosamente estrecha la Regla cisterciense, que su salud se resintió muy pronto, y ello dejó una huella definitiva en este hombre, siempre enfermizo pero con un vigor interno que lo sostuvo en la prodigiosa actividad de irresistible “cazador de almas”. Así Claraval ejerció una atracción que sólo la santidad de su abad puede explicar; a la muerte del santo eran 68 las abadías filiales de Claraval, y 343 los monasterios cistercienses en toda Europa. Bernardo es la encarnación del ideal cisterciense: silencio, contemplación, Oficio Divino, trabajo manual para todos, pobreza absoluta llevada hasta un desposeimiento total, que se traduce incluso en la arquitectura de los templos, donde la funcionalidad litúrgica será el módulo severo de la desnudez elegante que la caracteriza. Su vida contemplativa no le impidió llegar a ser famoso por solucionar felizmente las fricciones entre el poder eclesiástico y el civil y Bernardo, comenzó a ser “árbitro de Europa” por su decisiva intervención en el cisma de 1130-38. En el concilio de Etampes, convocado por Luis VI, la postura de Bernardo decidió la causa de Inocencio II”. (Laurentino M. Herrán, BERNARDO DE CLARAVAL, Ed. RIALP, Ger, 1971, p. 100).

Lo que supuso, específicamente, san Bernardo, para la Cristiandad, lo resume con acierto, Damián Yáñez que tras recordar que a pesar de ser una persona a enfermiza, el joven abad llegaría ser una auténtica lumbrera de la Iglesia. “Claraval sería durante siglos foco potente de irradiación espiritual,… San Bernardo inmortalizó su abadía: es el gran propagador del monacato en el siglo XII, el reformador de costumbres, la personificación más genuina de la Orden. A su lado se forjaron legiones de monjes que llevarían a todas partes un considerable bagaje de experiencias en los caminos de Dios, así como en el campo de la cultura, del arte y en el trabajo agrícola. La labor colonizadora de los monjes del Císter puede situarse entre las más brillantes que se han visto en el campo monástico de todos los tiempos”. (Damián Yáñez, O.C.S.O., NUEVO AÑO CRISTIANO -Director, José. Martínez Puche-, EDIBESA, Tomo 8, 2001, pp.479 y ss.).

La dimensión estrictamente espiritual del futro santo la retrata en pocas palabras, Carlos Pujol: “Un hombre de hierro que tiene una incansable actividad -aunque su salud fue siempre mala- y que es un contemplativo, un alma dulcísima y efusiva que se ganó merecidamente el sobrenombre de Doctor Melifluo, el de palabras de miel (una colmena es su emblema); un duro que rebosa caridad, un combatiente cuyo “paraíso”, como él decía, es el claustro, estático enamorado de la soledad y de la oración, comentarista del Cantar de los Cantares, “el capellán de la Virgen” por su devoción mariana, a quien Dante nos presenta cantando las glorias de Nuestra Señora: Y la Reina del Cielo por la que ardo/en amor nos dará toda merced,/porque yo soy su fiel siervo Bernardo.” (Carlos Pujol, LA CASA DE LOS SANTOS, Ed. RIALP, 1989, p. 281).

Conviene poner de manifiesto que, a pesar de ser la figura más importante e influyente del siglo XII, manifestó siempre una gran humildad, fundamento de las virtudes. He aquí dos ejemplos. San Bernardo, predicó la segunda Cruzada por toda Europa, instado por Luis VII y obtenida la bula de Eugenio III, pero la expedición fracasó militarmente. Sin embargo, fue Bernardo el que recibió todas las críticas, pero no se defendió sino que las aceptó con humildad, afirmando: “Gustoso recibiré las maldicientes lenguas de los murmuradores y las saetas venenosas de los blasfemos para que así no culpen a Dios. No rehúso quedar sin gloria alguna a mi alabanza para que no se injurie la gloria de Dios”.

Durante sus primeros años como abad, Bernardo era desmedidamente exigente, casi despiadado con las faltas de los que consideraba sus hijos, exigiéndoles la perfección, sin admitir ninguna flaqueza. Sin embargo, su humildad le llevó a aceptar la corrección fraterna que le hicieron los monjes mayores de acrisolada virtud, que le mostraron que aquél no era el modo de dirigir cristianamente. La humildad del futuro san Bernardo era tal, que no sólo agradeció el consejo, sino que arrepentido, después de oír el consejo, musitó: “Si la misericordia fuera pecado, yo no me podría salvar”.

Pilar Riestra