Ya lo dije en otro artículo, pero hoy es el día de agradecerles el esfuerzo que han hecho, es hora apreciar en lo que vale el que sigan temerosos a salir a la calle y que les contagien, el que se arriesguen a que en el trabajo o en el viaje del Imserso, algún día, les rechacen por no tener la pauta completa. O las secuelas… que todavía no sabemos hasta donde llegan.
Algunos, cuando te dicen que no se han querido vacunar, quizá por modestia para no alardear de su generosa renuncia, te sueltan un popurrí de argumentos que justifican la decisión, según ellos por los riesgos e inseguridades relacionadas con la rapidez de desarrollo de las vacunas disponibles, o cosas por el estilo. No sé qué contestarles.
Tengo un hijo médico, una hija bióloga y una esposa también médico que me informan, constantemente, de todos los matices relacionados con la pandemia, con los tratamientos, con las vacunas, con las secuelas… pero sigo sin tener la formación de base de la que disponen como para considerarme experto en algo de ello; informado sí, de sobra, pero no experto. Por eso me conformo con atender a las conclusiones que los sí-expertos nos ofrecen respecto a tratamientos, vacunas, comportamientos, etc.
Por todo ello, cuando me ofrecen argumentos y razones para no vacunarse, apoyados incluso en supuestamente sesudos artículos que han encontrado en Internet (los otros artículos, los que aconsejan vacunarse, también están en Internet, pero deben estar más escondidos), lo que hago entonces es animarles a que, si ellos saben algo que la Organización Mundial de la Salud o el Ministerio de Sanidad ignora, corran a informarles para que, si resulta que el programa de vacunación es un error, detengan el proceso lo antes posible.
Pero mientras tanto, repito mi agradecimiento a los voluntariamente no-vacunados, pues gracias a ellos se ha adelantado unos días la vacunación de mis hijos.