Hace unas semanas, un sacerdote católico, Doctor en Medicina y Cirugía, que había ejercido, brillantemente, su profesión de médico antes de ordenarse sacerdote, me dijo, a su vuelta de Suecia, que los suecos con los que había hablado de Dios, no creían en su existencia, pero con incredulidad que calificó de genética.
Lo cierto es que este ateísmo es reciente. (...)
... Suecia hasta el siglo XI adoraba a Asatrú y durante casi seis siglos fue cristiana (católica), hasta que Olaus Petri consiguió, a finales del siglo XVI, que el luteranismo y más genéricamente el protestantismo, constituyera la religión de Suecia. En efecto, piénsese en la pléyade de santas y santos, incluidos sus reyes mártires, no sólo en Suecia que venera a San Eric, sino en los países escandinavos. Así, en Dinamarca se venera a San Canuto o en Noruega a San Olav. Pero es igualmente cierto que en la actualidad, aunque existe una gran variación en los resultados de las encuestas, en algunas de ellas el 80 por ciento de los suecos se declaran ateos.
La futura Santa Brígida nació en 1303. Su padre, Birger Peterson, fue senador del reino y gobernador de Upland. Acabada de nacer Brígida murió su madre, Ingeborg Bengtsdotter, por lo que una tía suya se encargó de su educación y casamiento al cumplir catorce años, según costumbre de la época, con Ulf Gudmarson, senador y gobernador de la región de Närke.
Dado que a lo largo de su vida Brígida tuvo constantes manifestaciones sobrenaturales como visiones, revelaciones, don profético, etcétera, y dado que la Iglesia propone a los santos no sólo como intercesores sino también como ejemplo a seguir, es claro que no está en nuestra mano imitar a esta santa en esas manifestaciones sobrenaturales, por lo que parece mejor ceñirse a su vida como esposa que ayudó a su marido, con su consejo, al buen y justo gobierno de su región de Nárke y como madre de ocho hijos, que a pesar de su entrega y dedicación a los mismos, no todos fueron como sería de desear, si bien una de sus hijas, Catalina, ha merecido el honor de los altares.
Una de las experiencias que le quedó profundamente grabada a Brígida y que jamás olvidó, se produjo con motivo de la peregrinación que, durante dos largos años, realizó con su marido a Santiago de Compostela y que le obligó a conocer los desastres, muertes, ruinas, hambre, desolación y dolores de todo tipo que estaba provocando la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra; asimismo, se dio cuenta del daño que ocasionaba a la Iglesia el destierro del Papa en Avignon. A ello se unió, que a la vuelta de la peregrinación, su esposo, al que quería con todo su corazón, enfermó y falleció.
Al año siguiente, fundó en Vadstena la Orden del Santísimo Salvador, orden contemplativa que sublimaba las terribles vivencias de su peregrinación y destinada a rezar a Jesucristo y a su Madre, como los únicos que podían dar solución a su doble experiencia de la guerra y el destierro, con la contemplación habitual de la Pasión del Señor. Su lema era: “Amor meus crucifixus est”.
La propia Brígida redactó la Regla, que tenía la originalidad de monasterios dobles que comprendían tanto mujeres (monjas) como hombres (monjes), que si bien vivían en edificios separados, tenían en común la iglesia o capilla.
Con objeto de obtener la aprobación de la Regla y ganar el Jubileo del Año Santo de 1350, marchó a Roma con su hija Catalina y por una revelación, supo que debía esperar en Roma la vuelta del Papa de su destierro en Avignon. Allí, en Roma, vivieron e hicieron limosnas con el producto del trabajo de sus manos, amén de instruir a los pobres.
Brígida, al igual que su marido, pertenecía a la primera nobleza sueca y se caracterizó por seguir al pie de la letra los Santos Evangelios. Como deseaba practicar la más estricta pobreza, llegó a mendigar en el porche de las Iglesias con el fin de recoger limosnas para los pobres que atendía y también desprecios y malas contestaciones. Un hecho muestra las costumbres y modo de ser de la aristocracia del siglo XIV. Una princesa romana que la vio mendigando le reprochó, con extrema dureza, no estar a la altura de su rango. Brígida le respondió: “Si Jesús se rebajó sin tener vuestra autorización, ¿por qué no podré yo hacer también lo mismo, puesto que me esfuerzo por imitarle?”. (Omer Englebert, El libro de los santos, EDICIONES INTERNACIONALES UNIVERSITARIAS, 1946, p. 268).
Brígida, que siempre durmió en el suelo, recibió con indecible alegría la vuelta a Roma del Papa Urbano V que aprobó su Regla y la consiguiente fundación de la Orden del Santo Salvador. Este benedictino, el Papa Urbano V, fue el mejor de los papas de Avignon. Inteligente, recto, profundamente piadoso y de costumbres irreprochables. Brígida le suplicó que no regresara a Avignon, pero la situación en Roma era insostenible y aunque Brígida, con lágrimas en los ojos, le advirtió que si volvía a Avignon moriría, Urbano V regresó a Avignon y murió un mes después, tal y como le había predicho Brígida. Su cuerpo fue sepultado en la abadía de San Víctor de Marsella hasta que sus restos fueron profanados por los “ilustrados” de la Revolución Francesa. Pío IX le proclamó Beato el 10 de marzo de 1870.
Según contó Brígida, los “días más bellos de su vida” fueron los anteriores a su muerte, ocurrida el 23 de julio de 1373, porque pudo viajar a Tierra Santa y allí permanecer quince días, donde tuvo revelaciones sobre hechos de la vida de Jesucristo, no recogidos en el Nuevo Testamento y que han inspirado muchas pinturas y esculturas.
Los milagros que realizó Brígida desde su muerte y junto a su sepulcro fueron muy numerosos, algunos de ellos contrastados como veraces desde el punto de vista histórico. “Un dato curioso, por infrecuente, fue su ‘triple canonización’. La canonizó el papa Bonifacio IX en 1401; ratificó la canonización el antipapa Juan XXIII, en 1415, en el concilio de Constanza; y legitimó la canonización Martín V, ya verdadero Sumo Pontífice de toda la Cristiandad. Fue una de las mínimas consecuencias de tener varios papas por estar la Iglesia dividida por el cisma.
En la inauguración de las sesiones de Sínodo de obispos de 1999, el Sumo Pontífice la declaró Patrona de Europa, junto a Catalina de Siena y Edith Stein, queriendo colocar tres figuras femeninas junto a los patronos Benito, Cirilo y Metodio para subrayar el papel que las mujeres han tenido y tienen en la historia eclesial y civil del continente”. (Francisco Pérez González, Dos Mil Años de Santos, Ediciones Palabra, 2001, p. 873).
Escribe uno de sus hagiógrafos: “Sus Revelaciones demuestran la fuerte personalidad de una santa que por su carácter dinámico y práctico supo unir la contemplación con la acción, y por su devoción afectiva a la Pasión de Cristo y a la Virgen. Su mensaje es llevar al mundo la alegría y el fruto que se pide en la intercesión de la colecta es el de gozar (Oración colecta: ‘Señor, Dios nuestro, que has manifestado a santa Brígida secretos celestiales mientras meditaba la pasión de tu Hijo, concédenos a nosotros, tus siervos, gozarnos siempre…’). También, quiso trasmitir la certeza a la espera de la manifestación del Señor resucitado. Como ella, que fue ratificada en una última revelación antes de morir, sobre la conformidad de sumisión a la voluntad divina, podemos aprender a esperar pese a todos los fracasos. (Enzo Lodi, LOS SANTOS DEL CALENDARIO ROMANO, Ed. SAN PABLO, 1990, p. 247).
Pilar Riestra