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Tres cabezas de león en el escudo de Santa Cruz de Tenerife

Escudo de Santa Cruz de Tenerife

LA CRÍTICA, 1 JUNIO 2021

Emilio Abad Ripoll | Martes 01 de junio de 2021

Cualquier persona que observe el escudo de Santa Cruz de Tenerife e intente desentrañar el significado de los símbolos y elementos que lo configuran, aunque no esté muy versada en Heráldica, no tendrá grandes dificultades para deducir que las ondas y el color azul se refieren al océano que baña su costa, que las anclas indican la importancia de su puerto, y los castillos sus fuertes defensas; y que el triángulo blanco en la parte superior representa al monte que señorea sobre la isla, el Teide.

Un poco más difícil lo va a tener con las cruces, (...)



... porque hay dos superpuestas; pero alguien le explicará que la verde simboliza la cruz fundacional, la que el 3 de mayo de 1494 plantó Alonso Fernández de Lugo en la playa de Añazo, mientras que la roja, la casi oculta, es la de Santiago, por un hecho del que luego hablaremos. Mas, ¿y las tres cabezas de animales? ¿son perros, tigres, leones…? ¿y por qué la inferior está atravesada por la cruz de Santiago?

Para explicarlo recurriré al escrito que las fuerzas vivas del Lugar presentaron el 25 de agosto de 1797 al Comandante General de Canarias, don Antonio Gutiérrez, y al que acompañaba un “Ensayo de Escudo de Armas” que esperaban aprobase S. M. el Rey, a la vez que tuviese a bien conceder a Santa Cruz el título de Villa. Pues bien, en su punto 4º indica que en el citado escudo figuran:

“Tres cabezas de león; este animal sirve de cimera al escudo de Ynglaterra (sic) cuyas cabezas se representan quebradas en las tres Ynvasiones (sic) que aquí ha practicado esa nación… Negras porque lo han sido las tres empresas que la cubren de otros tantos borrones. La atravesada denota el gran destrozo que, para escarmiento suyo, experimentó últimamente por mar y tierra.”

El general Gutiérrez envió la solicitud a la Corte y Carlos IV la aprobó con creces (cambio de la corona ducal por la real y adición del título de Leal a los de Noble e Invicta pedidos).

Y puede que alguien se pregunte: ¿Cuáles fueron esas tres “Ynvasiones” que intentaron los ingleses contra Santa Cruz, y de la que tan solo la última, y desde tiempos muy recientes, se conoce algo? Si es así, vamos a intentar explicarlo para paliar ese olvido de nuestra historiografía

La 1ª cabeza de león

Estábamos en 1656 y en guerra contra Inglaterra donde su mandatario Cromwell se había propuesto interceptar nuestra Flota de Indias en su viaje de regreso a España. Encargó de la operación a Robert Blake, uno de los más famosos marinos británicos del XVII.

En diciembre zarpaba del puerto de La Habana la Flota de Méjico, compuesta por 9 mercantes y 2 navíos de guerra, bajo el mando de don Diego de Egües, con un importante cargamento de plata. El 22 de febrero de 1657 fondeaban frente a Santa Cruz

El Capitán General de Canarias don Alonso de Dávila, aconsejó a Egües el desembarco del cargamento y su puesta a buen recaudo, pues tenía información sobre la presencia cercana de una flota inglesa. Egües, consciente de la urgencia de entregar la plata en la Corte, decidió seguir el viaje, pero cuando llevaba dos días de navegación optó por regresar a Tenerife.

Desembarcó la plata, desartilló los mercantes (sus 24 cañones pasaron a reforzar las dotaciones de los tres castillos y 8 baterías con que contaba Santa Cruz) y fondeó sus barcos lo más cerca posible de la costa, error garrafal pues impedía la actuación de la artillería propia. Por lo que se refiere a efectivos de Infantería, las Milicias de Tenerife se componían de un total de 10.000 hombres.

Al amanecer del 30 de abril se detectó una escuadra de 28 barcos navegando hacia Tenerife. Dávila ordenó la puesta en ejecución del Plan de Alerta en toda la isla, lo que hizo que inmediatamente empezaran a llegar milicianos a Santa Cruz.

El ataque comenzó a las 8 de la mañana y los ingleses se cebaron de entrada en los indefensos mercantes, que pronto comenzaron a arder, mientras que los dos buques de guerra, tras un intenso cañoneo contra el enemigo, fueron volados por sus propias tripulaciones. Los británicos no pudieron, por lo tanto, apoderarse de ningún barco.

Con el hundimiento de los buques propios había desaparecido el obstáculo que impedía hacer fuego a los cañones españoles, que empezaron a batir los buques enemigos. En las playas se incrementaba el número de milicianos, por lo que Blake consideró inútil intentar un desembarco y ordenó la retirada.

Mas el viento, que por la mañana les había favorecido en la entrada en la rada, les impedía ahora dar la vuelta, y durante horas los barcos ingleses constituyeron un espléndido objetivo para los artilleros españoles. Uno de sus capitanes escribió: “nos castigaron duramente hasta la puesta del sol, en que empezó a levantarse viento desde la costa y muy lentamente pudimos salir.”

Once barcos se retiraron muy seriamente dañados y, según sus propias fuentes, sufrieron 260 bajas. Y Blake, afectado sin duda en una grave enfermedad que padecía por el fiasco de Santa Cruz, falleció en el viaje de vuelta a su tierra.

La historiografía británica intentó magnificar, barriendo para casa, la acción, pero lo cierto es que, a las pérdidas sufridas, hay que sumar el fracaso en el cumplimiento de la misión (por cierto, la plata llegaría a la Península meses después en otro convoy). Por tanto, la 1ª cabeza de león está en el escudo de Santa Cruz con toda razón y merecimiento.

La 2ª cabeza de león

El 5 de noviembre de 1706, en plena Guerra de Sucesión española, los vigías tinerfeños informaban de haber descubierto los velámenes de 13 barcos de guerra acercándose a la isla.

Tenerife estaba defendida por unos 12.000 milicianos y la artillería de Santa Cruz estaba distribuida entre los 3 castillos citados y otras 10 baterías. El mando de la defensa recaía accidentalmente en el Corregidor don José de Ayala y Rojas, pues el Capitán General se encontraba ausente. Ayala ordenaba alertar a los Tercios que rápidamente comenzaron a enviar unidades a Santa Cruz.

A las 8 de la mañana del 6, la flota enemiga se encontraba ya en las cercanías del puerto santacrucero. A su frente venía el almirante John Jennings, quien pronto se percató de que iba a ser muy difícil que un desembarco tuviera éxito, pues las playas estaban ya guarnecidas por milicianos. Encomendó entonces a sus 700 cañones la labor de desgastar la voluntad de resistencia isleña.

Pero tampoco tardó mucho en comprobar la eficacia de la artillería de castillos y baluartes, especialmente la de un potente cañón asentado en el castillo principal (el Hércules, -hoy se puede admirar en el Museo Histórico Militar de Canarias-), que también había actuado contra Blake y cuyo superior alcance obligaba a sus barcos a alejarse de la costa y, en consecuencia, hacía imposible poder batir las defensas costeras.

El Hércules (según muchos, “el cañón más precioso del mundo”)

Optó Jennings entonces por un desembarco, y pronto unos 1.000 hombres en 37 barcazas comenzaron a dirigirse a las playas, pero el fuego preciso de la artillería española les obligó, con visibles daños, a retornar a sus barcos de procedencia.

Pasaron las horas, y Jennings utilizó las armas de la astucia y la mentira. Envió una falaz carta al Corregidor, contestada irónicamente por éste. Al día siguiente aún dudaba entre volver a recurrir a un violento cañoneo o intentar de nuevo un desembarco, pero para lo primero había que ponerse al alcance de aquel maldito Hércules y para lo segundo comprobaba que las defensas costeras estaban intactas y el número de infantes en las playas era cada vez mayor.

Al final decidió lo más sensato: poner proa hacia alta mar y no regresar, Y así la 2ª cabeza de león se instalaba en el escudo de Santa Cruz.

La 3ª cabeza de león

Julio de 1797. Como consecuencia del Tratado de San Ildefonso (1796), España y Francia están en guerra contra Inglaterra. Tan solo hacía unos meses, una escuadra española había sufrido una seria derrota en el Cabo de San Vicente y se había visto obligada a refugiarse en Cádiz, donde permanecía bloqueada por los británicos.

En medio del tedio del bloqueo, un ambicioso contralmirante recién ascendido, Horacio Nelson, propuso a su superior, el almirante Jervis, llevar a cabo una operación que hundiría a España al cortar el cordón umbilical que la unía a las posesiones americanas: tomar Tenerife (la isla más rica, mejor defendida y más habitada de Canarias), lo que traería consigo, como el propio Jervis señalaría, la caída de todo el Archipiélago.

A tal fin y al frente de 4 poderosos navíos de línea, tres fragatas, un cúter y una bombarda, que montaban 393 cañones, y en los que embarcaban entre infantes de marina y marinería unos 3.000 hombres, estaba en aguas tinerfeñas el 21 de julio. ¿Por qué eligió Nelson Santa Cruz para el ataque? Sencillamente porque era la única plaza fuerte del Archipiélago, es decir el obstáculo principal que se oponía a su proyecto. Cuando cayera Santa Cruz, -de lo que estaba absolutamente convencido- lo demás sería facilísimo.

Era Capitán General de Canarias el Teniente General don Antonio Gutiérrez de Otero, con gran experiencia en guerrear contra los ingleses (Malvinas, Gibraltar, Menorca). El Lugar, Puerto y Plaza de Santa Cruz contaba para su defensa con los conocidos tres castillos y diez baterías -unas 90 piezas en total- y unos 1.700 hombres, a los que se podrían ir uniendo centenares de los 5 Regimientos de Milicias de la isla. A destacar que, de ese número, unos 250 efectivos correspondían a la única Unidad del Ejército regular que guarnecía Canarias, el Batallón de Infantería, y otros 110 eran marineros de un buque francés robado por los ingleses meses antes de la rada santacrucera.

Muy en breve resumiremos lo que ocurrió. Fracaso total británico en dos intentonas de desembarco el día 22 al norte de la población. Una se abortó sin que las lanchas tocaran tierra y la otra terminó en el reembarque de unos 900 hombres tras pasar un día de tremendo calor en lo alto de una pelada montaña fijados por fuerzas españolas.

Nelson decidió entonces ponerse al frente de un desembarco frontal contra el núcleo urbano la madrugada del 24 al 25 de julio, en el que participaron unos 1.000 hombres, en unas 30 lanchas y el cúter Fox, que también transportaba armas, municiones y pertrechos.

Cuando estaban a unos 100 metros de la costa fueron descubiertos y se desató desde las baterías costeras una tormenta de fuego que hizo estragos en las lanchas de desembarco. Otro fracaso total para quienes llegaban a tierra al norte del pequeño muelle santacrucero. El propio Nelson, antes de desembarcar, recibió una grave herida de metralla como consecuencia de un disparo que la tradición asegura hizo un cañón sevillano llamado El Tigre. El resto, unos 120 hombres, resultaron muertos, heridos o prisioneros. Nelson fue llevado a su buque insignia, donde enseguida le amputaron el brazo derecho muy por encima del codo. Y el Fox, alcanzado de lleno, se hundió en breves momentos, ahogándose en el naufragio 97 hombres.

Bastantes de los que intentaron desembarcar al sur del muelle, consiguieron poner pie en tierra, pero fueron empujados hacia el interior de la población, en una tremenda lucha callejera, hasta obligarles a guarecerse en un convento, donde esperaron refuerzos de su escuadra. Ésta permanecía lejos de la costa, pues las corrientes marinas le impedían acercarse a tierra. Se lanzó una nueva oleada de 15 barcazas, con unos 400 hombres, de las que 3 iban a ser hundidas por nuestros cañones y el resto, con bajas a bordo, debieron regresar a sus buques.

El Tigre, que dejó manco al más famoso marino inglés

Sin esperanza alguna, los británicos en tierra decidieron capitular. A cambio de no volver a atacar las Canarias, se les permitió llevarse sus armas. Reembarcaron a lo largo del día 25 (el del Patrón de España, Santiago apóstol; de ahí lo de su Cruz en el escudo), en barquitas pesqueras tinerfeñas, pues sus lanchas habían quedado destrozadas. Y se llevaron a sus heridos, que estaban siendo tratados en los dos hospitales santacruceros.

Las bajas inglesas fueron muy grandes, pues posiblemente entre muertos y ahogados sobrepasaron las 200 y los heridos también llegaron al centenar. Por parte española hubo 24 muertos y menos de 40 heridos.

Hasta muy recientemente la historiografía inglesa ocultó o palió esta derrota de su idolatrado almirante Nelson. Afortunadamente para la verdad histórica las tornas están cambiando y hoy se pueden leer y escuchar opiniones muy distintas a las de hace muchos (y pocos) años. Además, los numerosos turistas británicos que visitan el Museo Histórico Militar de Canarias (Almeyda, Santa Cruz de Tenerife) son también buenos difusores de que aquellas aguas, que ven tan cercanas desde el propio Museo, se abrieron trágicamente para acoger cuerpos de muchos de sus compatriotas y el brazo derecho de su principal héroe en la última intentona inglesa contra Tenerife.

Y con esta victoria, y la correspondiente cabeza de león en el escudo de la Ciudad (cuyo nombre completo, por cierto, es Santa Cruz de Santiago de Tenerife), creo que quedan explicadas las tres “Ynvasiones” de que hablábamos al principio.

General de Brigada de Artillería (R) Emilio Abad Ripoll
Miembro de la Asociación Española de Militares Escritores (AEME)
De la Real Sociedad Económica de Amigos de Tenerife
y de la Tertulia Amigos del 25 de Julio.