... Al amanecer del 22 de julio de 1797 una escuadra inglesa al mando del Contralmirante Horacio Nelson fue avistada desde la plaza de Santa Cruz en Tenerife. Estaba compuesta por tres navíos de 74 cañones, el Teseo, buque insignia de Nelson, el Culloden y el Zeloso, una goleta cañonera de 50 piezas, tres fragatas de 38, 36 y 32 cañones y un cúter (balandro) de 14 cañones, un total de 393 cañones embarcados. La escuadra llevaba a bordo una Tropa de Marina y 39 lanchas de desembarco, un total de 4.000 hombres. Una flota que no era muy grande, unos 50 barcos, puesto que el Capitán Bowen, que mandaba la Fragata Terpsicore, y que murió en el intento de desembarco en el que fue herido Nelson, había convencido al Almirante Jervis y al Gobierno de SM Británica de lo fácil que resultaría la conquista de las Islas Canarias.
Bowen olvidó que dos siglos antes, Drake y Hawkins, en su expedición Británica con el objetivo de la ocupación de Panamá, intentaron tomar las Islas Canarias resultando en estrepitosa derrota. Ambos resultaron muertos en el Caribe, uno a manos españolas y otro por las fiebres, después de cosechar otras cuatro solemnes derrotas en la Isla de Guadalupe, en Panamá, en Puerto Rico y en Cuba. Es cierto, los españoles conocemos muy poco de las muchas derrotas que infringimos a los ingleses, desde el XVI al XVIII y que ellos ocultan con verdadera habilidad.
En la playa de Valle Seco de Tenerife desembarcaron unos 1.200 ingleses con el objetivo de ocupar el cerro que domina el Castillo de Paso Alto, ganar las alturas y dominar los pasos que conducen a la plaza de Santa Cruz por el interior. Varias partidas españolas ocuparon previamente los pasos que pretendían los ingleses, entre ellas una compuesta por soldados franceses, otra del Batallón de Infantería de Canarias, otra compuesta por soldados de la División de Cazadores libres de servicio, y alguna otra más con reclutas en tránsito para Cuba, todas ellas al mando del comandante de la División de Cazadores. Por otro lado, por orden del Capitán General, soldados de la Milicia Provincial del Regimiento de la Laguna subieron al alto cuatro cañones de cuatro pulgadas con sus municiones. Un batallón de 500 hombres de las Milicias del Regimiento de la Laguna se incorporó después al despliegue.
Las unidades españolas ocuparon los desfiladeros por donde necesariamente los ingleses debían pasar si querían internarse. Al amanecer del día 23 comprobaron que los ingleses, percatándose de las defensas y de la inutilidad del ataque, habían reembarcado por la noche y bajo la protección de las fragatas las lanchas habían regresado a la Escuadra. El Capitán General ordenó el regreso de las unidades a la plaza de Santa Cruz.
Una vez incorporadas las fragatas y las lanchas, la Escuadra inglesa abandonó la bahía, en maniobra de «diversión» para despistar y volver a aparecer por la tarde entre La Candelaria y Barranco Hondo, pero los británicos comprobando las defensas no tardaron en retirarse de nuevo de forma que apenas se les divisaba en el mar desde la Plaza. No obstante se mantuvieron las disposiciones defensivas.
Apenas rayaba la luz del día del 24 de julio cuando se presentó de nuevo la Escuadra Británica en la zona de mar frente al Castillo de Paso Alto en la que habían fondeado dos días antes. Anochecía cuando se acercaron a Paso Alto una fragata y la cañonera y empezaron a disparar al Fuerte y a las alturas de alrededor. Les faltó puntería a los artilleros ingleses pues de las más de 40 bombas que lanzaron solo una impactó en el Fuerte sin daños de preocupar. La artillería de Paso Alto respondió al fuego enemigo mientras el gobernador daba la orden de hacer una descubierta en las playas de Valle Seco, los británicos se retiraron.
Al anochecer el contra Almirante Nelson ordenó de nuevo ejecutar el ataque mediante el desembarco de 1.500 hombres al mando del mismo Nelson. Las fuerzas se acercaron en el más absoluto silencio a la costa pasadas las 2 de la madrugada del día 25 de julio. Los centinelas de Paso Alto dieron la voz de alarma a la vez que el desembarco se producía por varios puntos. Los artilleros reaccionaron con prontitud y las baterías de San Miguel, de San Pedro, de San Cristóbal, de San Antonio, la del Muelle y la de Paso Alto, junto con la de la Concepción y San Telmo hicieron un fuego tan terrible que casi todas las lanchas fueron dañadas o hundidas, echando además a pique el Cúter de 50 cañones que protegía además a unas 450 tropas de marina. Antes de conseguir poner pie en tierra, el Contra Almirante Nelson perdió el brazo derecho por la metralla disparada por un cañón que impactó en la lancha en la que iba y dejó malheridos a todos los oficiales que le acompañaban.
A pesar de las bajas sufridas por los ingleses en las playas de La Caleta y del Muelle, los que pudieron escapar de la metralla desembarcaron en las playas del Barranco y de las Carnicerías, donde mediante dos columnas se internaron hacia la ciudad, una en dirección al Convento de Santo Domingo y la otra hacia la plazuela del Castillo principal de San Cristóbal, siendo éste el objetivo principal. Sin embargo fueron rechazados por las unidades españolas tomando los ingleses posiciones defensivas por la parte superior de la plazuela. Los ingleses pudieron controlar el almacén de víveres y seguros de su situación conminaron al Capitán General a rendirse o incendiarían la ciudad. Sin embargo los combates continuaban en distintas partes de la ciudad, particularmente en la zona de la plazuela del Convento de Santo Domingo que había sido ocupado por los ingleses.
Otra oleada de 15 lanchas de desembarco con más tropas de marina de refuerzo se enfrentaron a las baterías de artillería del Muelle, de la Concepción y de San Cristóbal que hundieron tres lanchas y ante la lluvia de metralla que les caía, las otras doce desistieron del ataque. Ante este revés una partida española salió y desfondaron todas las lanchas de desembarco que permanecían varadas en las playas desde la madrugada del día anterior. Los ingleses, que fueron testigos de todo ello, empezaron a desmoralizarse, sin refuerzos y sin forma de regresar a los buques. A pesar de ello, los orgullosos ingleses obviando su desesperada situación volvieron a conminar a la rendición al Capitán General, pero en esta ocasión daban como alternativa retirarse a cambio de todos los caudales del Rey y de la Compañía de Filipinas. Querían compensar con dinero la derrota. Naturalmente aquel despropósito terminó con la capitulación de la fuerza inglesa que firmó el Jefe de la Fuerza Samuel Hood, ratificada por el Comandante de las tropas británicas desembarcadas Comodoro J. Trowbridge en los siguientes términos:
«Santa Cruz, 25 de julio de 1797, Las tropas de S.M. Británica serán embarcadas con todas sus armas y llevarán las lanchas, que se hayan salvado, o se les franqueará las que necesiten, en consideración de lo cual se obligan a que no molestarán al pueblo, en modo alguno, los navíos de la Escuadra Británica fondeados frente a la plaza, ni a ninguna de las Islas en las Canarias. Los prisioneros se devolverán de ambas partes. Dado bajo mi firma y sobre mi palabra de honor. Samuel Hood. Ratificado por el Comodoro J. Trowbridge. Comandante de las Tropas Británicas. Dirigido a Don Antonio Gutiérrez, Comandante General de las Islas Canarias»
Mientras la capitulación tenía lugar en la isla de Tenerife, en el mar la Escuadra inglesa empezaba los preparativos para levar anclas cuando, sorprendentemente, el buque insignia, el Teseo, una fragata y la obusera se dirigieron al Valle de San Andrés. Desde el Fuerte allí ubicado se les hizo fuego con puntería tan certera que destrozó una vela y un mástil al buque insignia. El cañonero quedó muy dañado no sabiendo bien si se fue a pique o fue remolcado.
Finalizado el extraño incidente y reembarcadas las tropas inglesas, los prisioneros y los heridos, Nelson fue informado de la generosidad, magnanimidad, caballerosidad y cuidado con que habían sido tratados los heridos, prisioneros y soldados ingleses por las tropas españolas. En prueba de su gratitud Nelson dictó y firmó, con la mano izquierda, la siguiente carta:
«En el Teseo, frente de Santa Cruz de Tenerife el 26 de Julio de 1797. No puedo separarme de esta isla sin dar a Su Excelencia las más sinceras gracias por su fina atención para conmigo, por la humanidad que ha manifestado con nuestros heridos bajo su cuidado y por su generosidad en el trato para con todos los que fueron desembarcados, lo cual no dejaré de hacer presente a mi Soberano. Espero poder con el tiempo asegurar a Su Excelencia personalmente mi agradecimiento. Horacio Nelson. Señor Don Antonio Gutiérrez, Comandante General de las Islas Canarias»