... y los diversos países de Oriente Próximo, Oriente Medio y el Pacífico y, en el caso de Europa, hacia todos y cada uno de los países aliados, desde Noruega hasta Turquía, dos países miembros que presentan realidades políticas y sociales muy diferentes.
Tres percepciones distintas
Para los europeos, la OTAN es, por antonomasia, ¨la Alianza”. Esto es, el soporte militar de la prosperidad y del modo de vida de los europeos occidentales desde su creación en 1949 y, desde la caída del muro, de muchos europeos orientales también. Los primeros la consideraron una barrera esencial, si no la única, contra la intimidante amenaza de la URSS, heredada ahora por Rusia a una escala tan diferente que hace más relevantes y dignos de atención otros problemas para su seguridad – el terrorismo yihadista y la piratería en el Cuerno de África, por ejemplo-, y los segundos, como un seguro de soberanía y de libertad frente al comunismo y también a la Rusia, comunista o no, de la que acababan de liberarse y cuya vuelta no desean de ningún modo.
La amalgama y la armonía entre estas dos percepciones no es tan fácil de conseguir como parece. Para los países europeos orientales y los bálticos el poderío de la OTAN es, fundamentalmente, la garantía del paraguas militar de los Estados Unidos y un foro de pertenencia a una comunidad europea muy diferente al antiguo corral comunista. Para los socios anteriores a 1989, una cómoda póliza de seguros que sustituye con ventaja no sólo al esfuerzo incomparablemente mayor que tendrían que realizar si decidieran constituir en serio una defensa genuinamente europea independiente del gigante militar estadounidense, y eso por no hablar de los problemas que suscitarían las cuestiones de mando, control, estructuras y asuntos varios si tuvieran que ser discutidas entre veintiocho países soberanos si los Estados Unidos no estuvieran dentro y, Brexit mediante, el Reino Unido tampoco.
¿Y qué significa para los norteamericanos? Para ellos, la OTAN es una alianza muy importante en su costado atlántico, una más que sumar a las que ya tienen en otras partes del mundo con otros actores geopolíticos, en Asia y en el Pacífico, desde el Mar del Japón hasta el Mediterráneo. Alianzas contra diferentes adversarios: el terrorismo internacional, el activismo islámico, el expansionismo chino en el Mar de China y su gravitación sobre los países del Sudeste Asiático y las Filipinas, la presencia y la actividad iraní en Oriente Medio y Próximo, etc. En fin, la multitud de tensiones y conflictos que asume como autoproclamado gendarme de la estabilidad mundial frente a sus rivales en la pugna por la hegemonía: la ascendente China y la perturbadora Rusia.
La OTAN después de Trump
En este contexto, Trump ha sido señalado casi siempre como hostil a la Alianza, a la que ha tachado en ocasiones de “obsoleta”, fustigando con su peculiar estilo a los europeos por no realizar los aumentos presupuestarios que les corresponden para aliviar la contribución económica americana al esfuerzo común, entre ellos dedicar a la defensa al menos el dos por ciento de su PIB, como acordaron en 2006.
La llegada de Biden al Despacho Oval, sin embargo, ha sido saludada por la nube mediática europea como el inicio de una nueva era en las relaciones transatlánticas, supuestamente en riesgo durante el mandato de Trump, que sin embargo no había realizado, fuera de sus palabras, ningún cambio que afectara al “transatlantic link”. En este sentido, el 20 de marzo pasado, en la reunión de ministros de Exteriores de la Alianza, el nuevo Secretario de Estado USA , Anthony Blinken, señaló que había viajado a Bruselas para “reconstruir las asociaciones de Estados Unidos primero, y ante todo, con nuestros aliados de la OTAN”. No obstante, el Secretario General de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg, ya había anunciado en junio de 2020 el comienzo de un proceso de reflexión de la organización para el 2030, cuyo objetivo sería conseguir en ese horizonte una Alianza “más fuerte militarmente, más unida políticamente y más global”.
Está por ver cuál será el tono de los cambios que tendrán lugar en ese periodo en América del Norte (Canadá es el otro socio americano en la organización), en Europa y en el mundo, y cuáles serán las decisiones que los treinta socios actuales y los que puedan sumarse hasta entonces puedan tomar por consenso en consonancia con tales cambios. A mi juicio, además de los dos pilares situados a ambos lados del Atlántico que sostienen la cinta de la unión, existe un tercero que debe en todo caso conservarse firme e incólume. Este pilar básico es el consenso en la toma de decisiones, acompañado por el mantenimiento a toda costa del papel del Secretario General como servidor de los dueños de la Alianza y no como supuesto líder de los mismos. Y esta cuestión no es en absoluto baladí, porque tengo la impresión de que los ciudadanos de los países miembros en general, y los españoles en particular, no tienen una idea clara de la misma.
En la OTAN todas las decisiones políticas no se toman por mayoría, sino por consenso entre los Estados miembros, con la misma fuerza en el voto de cada uno. Es decir, vale lo mismo la opinión de Luxemburgo que la de los Estados Unidos a la hora de emprender, por ejemplo, una operación. Y si cualquier país miembro decide no emprenderla, los otros veintinueve pueden ir al escenario del conflicto o de la crisis con sus banderas, pero la OTAN como tal no irá. Otra cosa son las fuerzas o los medios, militares o no, con que concurran los Estados. Es indiscutible que al inicio de los debates las posturas son diferentes, y que con un número tan crecido de miembros, el consenso crea problemas, pero la larguísima experiencia adquirida desde 1949 ha dotado a la OTAN de una pericia inmensa para superarlos, haciendo confluir esas posturas hacia una decisión aceptada por todos, y esa solidez en el reconocimiento de la soberanía de las naciones ha sido esencial para derrotar al Pacto de Varsovia sin disparar un tiro, y ha significado el triunfo de la libertad sobre la opresión y la clave del prestigio de la Alianza.
Parte de este pilar, y capital en su buen funcionamiento, está la figura del Secretario General, servidor de todos y cada uno de los Estados soberanos firmantes del Tratado de Washington. Ni una sola de sus palabras ha sido nunca ajena a la voluntad de ningún miembro, porque todo lo que dice es el fruto de reuniones, consultas y contrastes entre diversas posturas hasta salir, con el acuerdo de todos, de sus labios. La OTAN está representada por su Secretario General porque es la encarnación de la voluntad de las treinta naciones del lazo transatlántico. Mientras prevalezca este tercer pilar habrá OTAN para rato, antes y después de Trump.