Fidel García Martínez

Sor María de Jesús de Ágreda: Cartas a Felipe IV

Sor María de Jesús de Ágreda. Anónimo. Museo del Prado, Madrid.

LA CRÍTICA, 8 MAYO 2021

Fidel García Martínez | Sábado 08 de mayo de 2021
Una de las dimensiones más conocida de Sor María de Jesús de Ágreda es su función como consejera del Rey Felipe IV. Maravilla que una monja de rigurosa clausura papal, que nunca salió de los muros fríos y duros del monasterio que su misma familia había fundado en su pueblo natal, tuviese tanta influencia en la vida de la Corte. (...)

... Ella fue la persona en la que pudo confiar el entonces aún monarca más poderoso de Occidente. Esta influencia está plasmada en una relación epistolar que desmiente las opiniones de historiadores que inventan lo que solo existe en sus fantasías ridículas sin más fundamento que seguir los postulados obscenos de la leyenda negra.

Como es conocido la España de Felipe VI vive momentos críticos y dolorosos tanto internos como externos. Entre los internos el Rey tiene que poner orden en las regiones como Aragón y Navarra, así como Cataluña que se levantan contra el centralismo Castellano, lo que exige la presencia del Monarca en los territorios levantiscos. Esta correspondencia no se interrumpe entre los años que van de 1643 a 1665 (año que muere el monarca). Ambas personalidades se intercambian una muy importante correspondencia, se conservan más de 300 cartas de cada uno.

El Rey recurre a la Abadesa de Ágreda en busca de apoyo espiritual, moral y consejos como príncipe cristiano. Aquí tenemos un caso similar en la correspondencia de Santa Teresa con Felipe II, solo que en aquella ocasión es la Monja Carmelita la que acude al Rey, mientras en ésta, es el Rey el que inicia la correspondencia con la abadesa concepcionista. Se establece entre ellos una fecunda relación epistolar en la cual se abordan los pensamientos del Rey sobre la política interna y externa y en la que reflexiona sobre las virtudes que deben guiar la acción de gobierno de un príncipe cristiano.

Las cartas conservadas son 614, de las cuales 218 son autógrafas, 361 en copia de mano de Sor María de Jesús, las restantes son copia de mano ajena. El primer encuentro entre el monarca y la abadesa tuvo lugar en Ágreda el 10 de junio de 1643. Escribe la abadesa: “Pasó por este lugar y entró al convento el Rey, nuestro Señor, y dejome mandado que le escribiese”. Sor María de Jesús tenia 40 años y gozaba de amplia fama por sus escritos y por su intensa y extraordinaria experiencia mística.

Este primer encuentro lo narra así el propio Rey en una epístola a Sor María, octubre 1643: “Salí de Madrid desvalido, sin medios humanos, fiando solo de los divinos. Fío muy poco de mí, porque es mucho lo que he ofendido a Dios y le ofendo, y así acudo a vos para que me cumpláis la palabra que me distéis de clamar a Dios Por mí”.

Estas cartas son un claro ejemplo de la extraordinaria personalidad de esta mujer singular que se mueve con seguridad tanto en el mundo sobrenatural de la experiencia mística, más sublime, como en el proceloso y complejo mundo de la acción política. Las cartas conforman un testimonio singular y valioso y una fuente histórica excepcional para el conocimiento de la forma de gobierno de la monarquía española y de sus valores en el siglo XVII. El principio fundamental sobre el que se ejerce la acción de Gobierno de Felipe IV.

En las cartas el Monarca se muestra como un fiel creyente en la Providencia Divina, que es quien dirige la historia incluso en los momentos más difíciles y turbulentos. Para Sor María de Jesús, las victorias no se logran con numerosos ejércitos, sino por la voluntad del Altísimo. El mismo Rey confirma esa doctrina de su interlocutora cuando afirma que los sucesos parecen torcerse: “en todo estaré conforme con su Santa Voluntad, creyendo firmemente que lo que dispone la Providencia Divina es lo mejor”. Nos deja en sus cartas un modelo de Príncipe Católico al que trata de acomodarse el Rey.

Las virtudes que deben adornar al Rey según sor María: las virtudes cristianas, observante de la religión, puro en su doctrina, amador de la virtud católica, celoso en obras pías, templado en sus pasiones, fuerte y magnánimo, prudente en su valor, debe erradicar de su república los daños generales, administrar justicia sin exención, oyendo a los mas sabios en las leyes. Como afirma un fino analista de las cartas de Sor María de Jesús de Agreda, Carlos Seco: “su empeño era tallar en su augusto confidente la imagen ideal del príncipe cristiano”.

Fidel García Martínez

Doctor Filología. Licenciado en Ciencias Eclesiásticas