Pilar Riestra Mediavilla

Toribio: el santo leonés que construyó el primer Santuario Mariano en el Nuevo Mundo

El Tercer Catecismo Limense. (Foto: https://www.wdl.org/es)

LA CRÍTICA, 24 FEBRERO 2021

Pilar Riestra | Miércoles 24 de febrero de 2021
Este santo leonés (conocido como Santo Toribio de Mogrovejo) nació en Mayorga en 1538, estudió Derecho en Santiago de Compostela y se doctoró en Salamanca. Impartió clases en Coimbra durante dos años y ejerció como Magistrado en Granada, pero, por deseo expreso de Felipe II, (...)

... fue elegido arzobispo de Lima siendo todavía laico, por lo que recibió las órdenes menores y mayores en Granada y la consagración episcopal en Sevilla en 1580.

La diócesis de Lima era más extensa que algunos de los reinos de Europa. Su territorio ocupaba algo más de la mitad de la Península Ibérica. A pesar de su enorme dimensión, Toribio la visitó tres veces. Su primera visita, duró siete años, y el motivo principal fue que nuestro futuro santo aprendió el quechua y algunos dialectos locales para entenderse con los indios. Como entró en sus míseras chozas y habló con ellos, pudo comprobar que casi todos estaban bautizados, pero no vivían como cristianos. Se esforzó en que comprendieran su dignidad como personas, que eran hijos de Dios igual que él y que los sacerdotes a los que estaban encomendados, si bien, con frecuencia, estos últimos defendían los abusos de los encomenderos con los indios, por lo que tuvo que corregirlos con gran energía.

De hecho, fue al final de su último viaje cuando enfermó en Saña Grande, una comunidad india. Ya llevaba más de un cuarto de siglo de trabajos agotadores, siempre muy unido al Señor, por lo que deseaba unirse definitivamente a Él; y cuenta la leyenda, que ha llegado a nuestros días, que prometió un regalo al que le confirmase que iba a morir de aquella dolencia, y al parecer fue el antiguo hechicero indio el que no sólo se lo confirmó sino que le aseguró que no viviría más de tres días. Y así fue, atendido por uno de sus misioneros, tomó el crucifijo y mirándolo comenzó a cantar el salmo 114 y al llegar a Dominus factus est adiutor meus, dejó de respirar. Era el 23 de marzo de 1606, sus restos fueron trasladados unos meses después a Lima, beatificado en 1679 y canonizado en 1726.

Toribio construyó el primer santuario dedicado a la Virgen María y sobre todo, llevó las necesarias reformas establecidas en el Concilio de Trento en el primer Concilio de Lima, en 1582, que “fue como el concilio Tridentino de América, en el que logró restaurar la verdadera disciplina” (Enzo Lodi, LOS SANTOS DEL CALENDARIO ROMANO, Ed. SAN PABLO, 2ª edición, 1992, p.115).

El concilio de Trento se celebró en uno de los momentos más controvertidos, problemáticos y dolorosos de la Historia de la Iglesia. “El Papa Paulo III (1534-1549), comprendió que un concilio ecuménico constituía el único camino para llevar adelante la reforma de la Iglesia. Carlos V deseaba ardientemente la reunión del concilio, con la esperanza de que sirviera para rehacer la unidad religiosa de Imperio. Pero esta perspectiva y el fortalecimiento del poder de Carlos que ello supondría, bastaba para que el otro gran monarca católico de Europa, Francisco I de Francia, en guerra casi continua con el emperador, no sintiera el menor entusiasmo por la convocatoria conciliar. La inauguración tuvo lugar el 19 de diciembre de 1545, muy tarde, sin duda, para tener serias probabilidades de ser un concilio unionista con los protestantes.

Además, el mes de septiembre de 1549 se suspendió el Concilio al trasladarse su sede a Bolonia, con el fin de sustraer la asamblea de la influencia de Carlos V, cuya relaciones con el Papa distaban de ser cordiales (baste recordar que la victoria de Carlos sobre los luteranos en Mühlberg fue recibido en la Curia Romana con más miedo que alegría).

Su segunda etapa continuó de nuevo en Trento, el 1 de mayo de 1551, bajo el nuevo Pontífice Julio III. La presencia de los reformados en este concilio puso de manifiesto cuán difícil era la restauración de la unidad cristiana, después de más de 30 años de escisión religiosa. De nuevo, motivos políticos, en este caso la traición del elector Mauricio de Sajonia, obligaron a suspender otra vez el concilio en 1552. Fue una interrupción que duró 10 años, todos los que duró el papado de Paulo IV. Volvió a reanudarse el concilio con Pío IV en 1562. Esta etapa duró dos años escasos pero sirvió para llevar a término la gran empresa reformadora. El 4 de diciembre de 1563 fue clausurado el concilio de Trento y el Papa confirmó todos sus decretos por la bula Benedictus Deus, el 26 de enero de 1564.” (Muchas de las palabras de las frases del texto original han sido modificadas y el orden de dichas frases alterado, pero lo he entrecomillado, debido a que los datos están tomados exclusivamente de José Orlandis, Historia de la Iglesia, Ed. RIALP, 2001, pp.122 y ss.).

Toribio convocó sínodos con el objetivo de formar a sus sacerdotes y que éstos impartiesen catequesis constante a niños y adultos a los que, con razón, Enzo Lodi, llamado los “indios de Toribio”. Tal era su amor y dedicación por los indios y su defensa frente a los abusos de los encomenderos, que llegó a ofrecer su vida con motivo de la peste, al punto que el concilio plenario americano del pasado siglo le declaró “la lumbera mayor de todo el episcopado americano”, entre otras razones, por la claridad de su doctrina y su celo pastoral que le llevó a publicar el Catecismo en quechua y en castellano, a fundar colegios en los que compartían enseñanzas los hijos de los españoles y de los indios, a construir “hospitales y escuelas de música para facilitar el aprendizaje de la doctrina cristiana, cantando.

Quien tenga la suerte de tener entre sus manos un fascículo del Catecismo salido del Tercer Concilio Limense, aprenderá a llamar mejor evangelización que colonización a la principal obra de España en el continente recién descubierto.” (Francisco Pérez González, Dos Mil Años de Santos, Ediciones PALABRA, 2001, Tomo I, p.358).

Pilar Riestra