... de que el periodo apuntado en la primera entrega, de noventa años, objeto de este análisis para tratar de explicar el cambio radical que experimenta hoy día la sociedad española en la percepción de su propia historia, es harto denso y enjundioso, siendo la Segunda República el primero de los cinco periodos en que lo dividimos para su abordaje, y del que llevamos recorridos hasta aquí solamente dos de sus siete tramos.
Cualquiera de los hechos o circunstancias que solamente se citan –por ejemplo la Reforma Agraria o la del Ejército y su consecuente evolución o la subversión catalana o la incipiente persecución religiosa o la propia Constitución de 1931– son asuntos que han requerido y aún requieren de estudios completos y complejos, sin que podamos abordarlos, lógicamente, en este contexto periodístico y divulgador.
Espero, al menos, que esta síntesis sirva para proporcionar al lector una visión de conjunto de nuestra historia reciente, que para algunos será insuficiente, y para otros espero que germen de un interés que les lleve a profundizar en el conocimiento de su propia historia y de la que, por suerte o por desgracia, en mayor o menor grado, directamente o a través de sus no tan lejanos ascendientes, les ha tocado vivir e incluso ser protagonistas.
Inciso: Aprovecho la salida de tono de estos días del vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias comparando al fugado de la Justicia Carles Puigdemont con los exiliados republicanos. Y toda la clase política y la opinadora llevándose las manos a la cabeza. Y me parece bien. Pero lo que nadie ha dicho –yo no lo he leído o visto–, y he aquí uno de los efectos de reescribir la Historia, con independencia de la condición de delincuente de Puigdemont, es que exiliados republicanos los hubo de muchas clases. Desde almas temerosas –muchos miles, la mayoría, incitados al exilio por la propaganda republicana–, de lo que les pudiera ocurrir y que terminaron volviendo a España más pronto que tarde; actores políticos cargados de mayores o menores responsabilidades, que de este modo las eludieron, y que mantuvieron la ficción de la Segunda República en el exilio durante treinta años; también muchos auténticos delincuentes que huyeron precisamente para no tener que dar cuenta de sus barbaridades. Y también lo fueron –exiliados– una mínima parte de la intelectualidad española de aquel tiempo –hoy se habla de que eran una mayoría–, de forma insolidaria, que dejó en manos de los que quedaron dentro la sacrificada tarea de levantar la España devastada y arrinconada por el resto del mundo. En definitiva, que no todos los exiliados republicanos fueron iguales ni todos dignos del mismo reconocimiento. Aun así, como hizo la Iglesia en los años setenta frenando la beatificación de muchos de sus mártires en la Guerra Civil como aportación a la reconciliación entre los españoles, sin que ni entonces ni ahora se entienda muy bien, con esa misma intención me sumo al considerar al exiliado republicano, como concepto, digno de todo respeto.
3) La ruptura del pacto republicano
“Del Gobierno Provisional ya había saltado el componente republicano conservador, primero con la dimisión de Miguel Maura Gamazo y después con la del propio presidente Niceto Alcalá Zamora. El 16 de noviembre de 1931, el nuevo gobierno de la República se había desembarazado también de los republicanos del Partido Radical y, presidido por Azaña, lo formaban exclusivamente los republicanos de izquierda en coalición con los revolucionarios del PSOE.
No es facil definir las razones que expliquen el establecimiento de esta coalición de fuerzas como motor de la República, a no ser el empecinamiento y la falta de visión de Estado de Manuel Azaña. Dejando a un lado a las mayorías republicanas y aliándose con quienes aceptaban el régimen de forma circunstancial, puso fecha de caducidad al sistema. Precio demasiado alto por unas reformas que, como se vería poco tiempo después, podían ser reversibles por la vía de la misma voluntad popular que ahora se despreciaba.
Tras año y medio en el poder la coalición republicano-socialista, la crisis del gobierno de Azaña en junio de 1933, consecuencia precisamente del obstruccionismo parlamentario de los radicales, resuelta con algunos cambios ministeriales, no hizo sino aplazar unas semanas el desencuentro de las fuerzas todavía coaligadas y la descomposición de algunas de ellas, concretamente los partidos Radical Socialista y Republicano Federal. Azaña no reaccionó intentando la formación de un gobierno de concentración republicana sin los socialistas –quizá también era demasiado tarde–; dejó la cuestión en caída libre, yendo finalmente a las manos de los radicales –Alejandro Lerroux– el encargo de formar gobierno el 7 de septiembre de 1933. Presentado este en las Cortes, en la misma sesión, Manuel Azaña e Indalecio Prieto certificaron su defunción al negarle con mucha dureza la confianza cada uno por su lado. El socialista Prieto aprovechó además la ocasión para declarar en el Parlamento:
Lo que nosotros queremos consignar aquí a efectos históricos es, sencillamente, esto: que los partidos republicanos el día 11 de septiembre de 1933 dejaron cancelados con el Partido Socialista todos los compromisos que, a requerimiento de ellos, aquel adquirió para instaurar y consolidar la República y que desde esa fecha somos, total, absoluta y plenamente libres e independientes.
Lerroux escribiría sobre estos hechos algunos años después:
… pero esa fue la base, primero, y después la clave de la innoble conjura, con todos los caracteres de la más estudiada bellaquería: Dejar a Lerroux que formase Gobierno; facilitarle Ministros para que lo consiguiese; ofrecerle colaboración parlamentaria; esperarle en el Congreso y en la primera sesión tumbarle inutilizado: he aquí el plan.
En los días siguientes, y a la vista de los acontecimientos, saltan las alarmas en el PSOE y proceden a organizar una estrategia que, superando la Constitución, imponga a la Presidencia de la República la aprobación de una serie de leyes complementarias y la prohibición de convocar elecciones en tanto no fueran aprobadas dichas leyes por las Constituyentes, convertidas estas en Convención, al estilo de la Revolución francesa. Con ello pretendían los convencionistas, en primer lugar, obtener la dimisión del Presidente de la República Niceto Alcalá Zamora, que había abierto la puerta de la fortaleza republicana al enemigo.
Invitado Azaña a participar, detiene la operación en el último minuto, el día 3 de octubre, a la espera del resultado de la nueva comparecencia del gobierno de Lerroux en las Cortes. Comparecencia que marcaría el destino de la República porque, con su inesperada y patética dimisión y la de su gobierno, y los discursos de los líderes –Azaña, Prieto– quedó patente la ruptura definitiva y la imposibilidad de entendimiento futuro de los republicanos en su conjunto. La lucha política sería a muerte y, como recordaría años más tarde el socialista Vidarte, un escalofrío nos sacudió a muchos diputados. La sesión pudo terminar en un nuevo cambio de régimen al abandonar el hemiciclo el gobierno en pleno y cancelarse los rituales constitucionales para situaciones como la planteada. Exacerbados los ánimos de los más proclives a la ruptura del sistema, que la reclaman sobre la marcha, la intervención del presidente de la Cámara, Julián Besteiro, consigue de Lerroux y su gobierno que vuelvan al banco azul y se completen los trámites constitucionales.
Así las cosas, con el poder en el aire, a las doce de la noche se presentan en el domicilio de Alejandro Lerroux, a quien sacan de la cama con la mayor urgencia, Manuel Azaña, Marcelino Domingo y Diego Martínez Barrio. El destino de la República alrededor de la cama de don Alejandro. ¡Qué magnífica escena! El gran felón, Martínez Barrio, en los primeros pasos de su felonía para destruir el Partido Radical, comunicando a su jefe el encargo –que ha recibido del Presidente de la República– de formar gobierno y pidiéndole su parecer. Y el gran muñidor, Azaña, quien horas antes apuntilló al visitado, mirando al tendido, acompañado de Marcelino Domingo, vestido aun este con las galas radical-socialistas, aunque por poco tiempo, y mirando al tendido también. Tres masones en activo y uno en sueños. Y Alejandro Lerroux acepta.
Despachado Lerroux, el 8 de octubre de 1933 Martínez Barrio forma un gobierno de concentración republicana, que habrá de pastorear las nuevas elecciones generales”. (El autor, Las elecciones Generales de 1936…, 2007)
4) La sublevación socialista
“A pesar de las alarmas surgidas en las izquierdas republicana y revolucionaria ante el incierto resultado de unas elecciones sobrevenidas en un momento tan crítico, las discrepancias y enfrentamientos entre la mayoría de sus formaciones políticas, o mejor dicho entre sus dirigentes nacionales, impiden la presentación de candidaturas de izquierda unitarias y prefieren contrastar el poder real de sus formaciones en la contienda electoral. Lo cual fue un disparate, porque a la victoria alcanzada por la candidatura unitaria del centro derecha, hubieron de soportar en su contra el plus de representación otorgado por las leyes electorales a las mayorías. Resultado, amplia mayoría absoluta para el centro derecha. Como muestra del desastre, tras dos años de gobierno de las izquierdas republicana y revolucionaria, Acción Republicana de Manuel Azaña bajó de 20 diputados a 8, el Partido Radical Socialista de 55 a 3, y el Partido Socialista Obrero Español de 117 a 59. Por el otro lado, solamente entre radicales, agrarios y cedistas pasaron de los 200 diputados.
Incluso antes de las elecciones, no ya la izquierda revolucionaria, sino los partidos de la izquierda republicana, en una lección antidemocrática sin precedentes, anunciaron que no permitirían que la República fuera regida por los antirrepublicanos, si estos resultaban vencedores, como fue el caso. Esta cuestión hasta fue incluida en los programas electorales de los partidos menos extremistas, como la Unión Republicana de Félix Gordón Ordás.
El presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, en una más de sus polémicas decisiones, y poniendo por delante el interés nacional, no se arriesgó a encargar la formación de gobierno a la fuerza más votada, la CEDA, pasando el encargo al radical Alejandro Lerroux. Dos meses después de ser humillado en el Congreso y expulsado del gobierno, Lerroux vuelve a ser presidente del mismo el 16 de diciembre de 1933, con el mayor apoyo parlamentario conseguido por ningún gobierno desde la proclamación de la República.
Lo que no se hizo público entonces es lo cerca que estuvo la situación de dar un vuelco, de consolidarse el golpe de Estado institucional propiciado por todos los partidos de izquierdas, mediante la formación de un gobierno auténticamente republicano que anulara las elecciones e hiciera una nueva convocatoria para, no sabemos cómo, invertir el signo de sus resultados. Esta maniobra fue abortada por el siempre imprevisible presidente de la República, y fue propuesta –vía Martínez Barrio– por Manuel Azaña, Marcelino Domingo y Santiago Casares Quiroga, a los que se unieron Botella Asensi y Gordón Ordás, además del socialista Juan Negrín.
Como queda dicho, ningún partido de izquierdas aceptó los resultados pero, fracasado el intento de golpe de Estado institucional, el PSOE, y según confirman múltiples declaraciones posteriores de sus líderes, decidió hacerse con el poder utilizando métodos revolucionarios. Para ello, combinó sus planes con los nacionalistas catalanes de Esquerra Republicana y con el sindicato UGT. A lo largo del año 1934 se produjeron varios intentos que no llegaron a cuajar por falta de organización y por anticiparse el gobierno –la última el 8 de septiembre– hasta que, a finales del mismo mes de septiembre, los rumores de crisis gubernamental que daban paso a la CEDA propiciaron la ocasión definitiva. La entrada en el gobierno de tres ministros cedistas el 4 de octubre puso en marcha la sublevación minuciosamente preparada, que estalló dos días después.
Cuatro meses antes, el 6 de junio de 1934, la Comisión ejecutiva de las Juventudes Socialistas distribuía a sus miembros –“a las secciones”– una circular instándoles a constituir las Milicias juvenil-socialistas, que por su interés reproducimos completa y que proporcionó el entonces ministro de la Gobernación Salazar Alonso.
No es este lugar para entrar en los detalles de esta sublevación, –que ha pasado a la historia con poco acierto como la Revolución de Asturias–, pero sí indicar que se saldó con miles de muertos, con la derrota de los revolucionarios y de los nacionalistas catalanes, y con la derrota también de cualquier salida política a la encrucijada en la que se vió envuelta la República.
La estrategia socialista en los momentos del fracaso revolucionario fue negar la mayor y reducir los acontecimientos a una huelga general revolucionaria y espontánea, provocada por la entrada de los cedistas en el gobierno, y que aun hoy pasea impune con frecuencia por los medios de comunicación. Con ello, muchos de sus dirigentes evitaron afrontar responsabilidades sobre la marcha. Años más tarde, estos mismos dirigentes de la revolución, Indalecio Prieto incluído, reconocerían con amargura su intervención en la misma como el mayor error cometido y el de más graves consecuencias para España. Es de reseñar también, que los republicanos de izquierdas renegaron en su momento de la sublevación socialista y que, poco más de un año después, ante la reconciliación representada en el Frente Popular, todos fueron adalides de la misma (Discurso de Manuel Azaña en León, La Democracia, 13 de febrero de 1936).” (El autor, Las elecciones Generales de 1936…, 2007).
Continuará en:
Así se reescribe la Historia. El ejemplo español. 4) La Segunda República (III)