Juan Manuel Martínez Valdueza

Así se reescribe la Historia. El ejemplo español. 2) La Segunda República (I)

Niceto Alcalá Zamora y Manuel Azaña Díaz, prohombres de la Segunda República.

SIGNO DE LOS TIEMPOS

LA CRÍTICA, 17 ENERO 2021

Juan M. Martínez Valdueza | Domingo 17 de enero de 2021
Cualquier intento de historiar la Segunda República en unas pocas miles de palabras sería vano, como ustedes comprenderán, existiendo además miles, no de palabras sino de libros, artículos y otros especímenes tales como reportajes, películas, etc., que son en su conjunto una variopinta visión de este periodo histórico tan corto por un lado y tan denso por otro. Visión, además, rara, por ser en su mayoría visión soñada por la mayoría de sus autores en lugar de vivida o al menos contemplada con una cierta imparcialidad difícil de encontrar y que hay que buscar, en gran medida, en los testimonios de sus protagonistas. Y en la documentación disponible. (...)

De este modo, y a pesar de ser un método rechazado por las corrientes historiográficas que nacen del positivismo y aún nos invaden hoy, que trazan el camino para recorrerlo y rellenarlo después, son los testimonios de sus principales protagonistas –Manuel Azaña, Niceto Alcalá Zamora, Alejandro Lerroux, Indalecio Prieto, Portela Valladares, Martínez Barrio, Miguel Maura y tantos otros– los que, unos más reposados que otros, nos llevan a comprender y como consecuencia a exponer otra visión de la Segunda República con toda seguridad más próxima a su realidad. Más próxima, digo, porque la auténtica realidad se la llevó el viento, día a día, en aquellos aciagos años treinta.


Sin perder de vista el objetivo de este trabajo, ya expuesto, que es intentar explicar el cambio radical que se está produciendo en la percepción de nuestra historia reciente, planteamos aquí –no por primera vez, que ya son unas cuántas en los últimos veinte años– dos enfoques para recorrer la Segunda República, uno ideológico y otro cronológico.


El primer enfoque, ya apuntado en la anterior entrega: cómo coinciden, se enfrentan y se destruyen tres conceptos de lo que debe ser la Segunda República desde su inicio en el Pacto de San Sebastián hasta las Elecciones de Febrero de 1936, representados cada uno de ellos por: la izquierda republicana, los republicanos de centro derecha y los socialistas revolucionarios.


El segundo enfoque, los siete tramos en que podemos dividir claramente el recorrido de la misma: 1) El Gobierno Provisional, 2) Las Cortes Constituyentes, 3) La ruptura del pacto republicano, 4) La sublevación socialista, 5) La derecha en el poder, 6) El golpe de mano presidencial, y 7) La España del Frente Popular.


Dado que el enfoque ideológico se entenderá mucho mejor después del recorrido cronológico, empezaremos por este.


1) El Gobierno Provisional


Una vez advenida la República casi por arte de magia el 14 de abril de 1931, de igual modo el Comité Revolucionario se convierte en Gobierno Provisional de la misma. Si a algún lector le parecen estas palabras un tanto extemporáneas, les recomiendo leer las memorias de Manuel Tagüeña Lacorte, prohombre del Partido Comunista y General de Ejército republicano (Testimonio de dos guerras, 1973) cuando, siendo estudiante de Ciencias en la Universidad Central de Madrid –donde, por cierto, se licenció con Premio Extraordinario en 1932 (Ángel David Martín Rubio, Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia)–, recorría en tal fecha el interior de Palacio Real de Madrid, porque así le vino en gana, asombrado de no encontrar la más mínima resistencia ni fuerza de seguridad alguna.


Es necesario resaltar aquí que, a pesar de la machacona insistencia de unos (el franquismo) y de otros (casi todos los demás) sobre la presencia de la Masonería en todo este proceso histórico, a favor y en contra de reconocer dicha presencia, de los doce miembros del Comité Revolucionario y por ende del Gobierno Provisional, siete eran masones y uno más (Manuel Azaña) lo sería meses después, en curioso acto en el que nos habremos de parar más adelante. Es curioso que entonces la única militancia religiosa que se resaltó fue la católica de Niceto Alcalá Zamora y de Miguel Maura, obviándose esta otra militancia religiosa de la mayoría y que, como también veremos más adelante, en las siguientes Cortes Constituyentes tuvo una representación ¡5.000! veces mayor que la que le correspondería por su número de militantes en el total de la población española. Más o menos.


El Gobierno Provisional, cuya principal misión sería la preparación de las elecciones de diputados a Cortes Constituyentes que dotaran a la República de una Constitución ad hoc, aprovechó el tirón para legislar una serie de medidas que consideraron urgentes para establecer desde ya un nuevo orden. Nuevo orden en el que habrían de conciliar, de todo modo imposible, las posiciones de la izquierda republicana, de los republicanos moderados y de los socialistas revolucionarios. “Sea como fuere, el decreto de Amnistía, el Estatuto jurídico de la República, la proclamación del Estado Catalán y su posterior vuelta al regazo de la República diez horas después, la pasividad del Gobierno ante la quema de conventos, el rechazo institucional a la manifestación pública de los seguidores monárquicos, el establecimiento de las nuevas claves para el proceso electoral, fueron jalonando las pocas semanas que transcurrieron hasta la convocatoria y celebración de las elecciones a Cortes Constituyentes”. (El autor, Las elecciones Generales de 1936…, 2007)


2) Las Cortes Constituyentes


“El afán lícito y encomiable de reformar la Ley Electoral de 1907, en el sentido de acabar como fuera con la lacra caciquil, llevó a los miembros del Gobierno Provisional a establecer dos procedimientos para llevarla a cabo: la concesión de una generosa prima a las candidaturas mayoritarias y la desaparición de los distritos electorales unipersonales. Si bien el segundo procedimiento era razonable y eficaz en orden al objetivo perseguido, el primero resultó ser un desastre para la República. Consecuencias directas fueron, como se vería en las tres elecciones que se celebraron bajo sus dictados: a) la necesidad de grandes coaliciones contra natura; b) la desaparición de las opciones políticas minoritarias, especialmente las del centro, y c) la desproporción entre el voto depositado en las urnas y su representación en las Cortes. Y no fueron consecuencias de poco calado. Por el contrario, actuaron de abono fertilizador de la inestabilidad sembrada meses atrás.


Fueron las Cortes Constituyentes elegidas el 28 de junio de 1931, y constituidas el 14 de julio como homenaje a la Revolución francesa, la representación fervorosa del ideal republicano. De la esperanza de un tiempo nuevo, lejos ya de las sombras de una Monarquía apestada con olores de cera de monumento de Semana Santa, putrefacción cadaverina, olor de santidad, suciedad, gallinejas, casa de préstamos con centenares de mantas en los anaqueles, polvorientos archivos, desvanes hace siglos cerrados, sangre seca de los fusilados en las guerras civiles y en represiones carniceras; un olorcillo de fascismo que tira de espaldas … (Roberto Castrovido, La Democracia, 11 de febrero de 1936).


En ellas estuvo la Junta Directiva del Ateneo de Madrid casi en pleno…; la Institución Libre de Enseñanza…; todos los grupos y subgrupos republicanos, de izquierda, de derecha, revolucionarios, federales, autonomistas, independentistas… y con ellos la conciencia de la España nueva: los Ortega y Gasset, Unamuno, Marañón, Pérez de Ayala…; los prohombres que abjuraron de la Monarquía por sus veleidades dictatoriales: Melquíades Álvarez, Sánchez Guerra, Santiago Alba, Ángel Osorio y Gallardo… No habría de pasar mucho tiempo para que la mayoría de estos hombres, repito, verdadera conciencia renovadora e integradora de España, se retirara amargamente de la política viendo cómo su ilusionante proyecto se transformaba en otra cosa, en una República excluyente y maniquea, deseosa de revancha histórica e impermeable a los españoles de distinta actitud y convicción política, social, moral y religiosa.


Las Cortes Constituyentes fueron las Cortes legítimas salidas de las elecciones del 28 de junio de 1931. Pero distaban mucho de ser un fiel reflejo de la sociedad española. Una gran parte de ella aun no estaba organizada políticamente ante el vacío dejado por los políticos y la política del viejo régimen. Otra parte importante, aun compartiendo el ideal renovador republicano, distaba mucho de los ardores revolucionarios, demoledores del orden, de credos y tradiciones.


Y al tiempo del vertiginoso avance de las reformas, la sociedad fue reorganizándose políticamente hasta conformar los dos bloques, estos sí reales, que se enfrentaron a partir de 1933, y que hoy, tras guerra y revolución, dictadura y décadas de democracia, aún perviven.


Las Cortes Constituyentes cerraron el círculo jurídico de la República dotándola de Constitución, Presidente, instituciones de autoprotección, y de las leyes fundamentales que ponían en marcha las principales reformas: Agraria, Ejército, Religión, Enseñanza, Estatuto de Cataluña, etc. Pero al mismo tiempo saltó por los aires la unidad republicana: los republicanos de izquierda y los revolucionarios rompieron su alianza; los republicanos de centro –el Partido Republicano Radical– pasaron a ser el enemigo de los anteriores; los republicanos conservadores cada vez más fuera de juego, y los demás, sencillamente abandonaron. Enfrente, todavía con exigua representación parlamentaria, los que ni querían ni podían querer la República, avanzaban y aglutinaban paso a paso a los sectores sociales antirrepublicanos. Con ellos, la Iglesia católica, uno de los principales perjudicados por las reformas republicanas, que se protege como puede del diluvio.


Conviene apuntar aquí, nuevamente, el protagonismo de la Masonería en todo el proceso constituyente. Siendo casi el cuarenta por ciento de los diputados miembros de la misma, repartidos por todos los partidos republicanos y revolucionarios –en el PSOE eran el 41 por ciento–, con obediencias distintas y a veces enfrentadas, el apunte parece necesario. Y como ese asunto se llevaba a espaldas del pueblo español, que ni siquiera tuvo noticias de la ceremonia de iniciación del Presidente del Gobierno en ejercicio, Manuel Azaña, el 5 de marzo de 1932, en la Logia Matritense situada en la calle del Príncipe de Madrid, muy cerca de la Puerta del Sol, recomiendo hoy la lectura de la detallada descripción que de la misma hace en sus extensísimas memorias el que fuera secretario de las Cortes Constituyentes y diputado socialista en las tres legislaturas, Juan Simeón Vidarte Franco. Me quedo con el comentario que le hace a Vidarte su compañero de banco en la ceremonia, Honorato de Castro, y la respuesta de Vidarte:


–Esto parece una sesión de las Cortes.

–Va a ser lástima que no tengamos taquígrafos.” (El autor, Las elecciones Generales de 1936…, 2007)


Continuará en: Así se reescribe la Historia. El ejemplo español. 3) La Segunda República (II)

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