Para responder a las últimas cartas de mis amigos Juan Manuel y Enrique había preparado un trabajo sobre posibles soluciones que ofrecer a los ingleses en la negociación sobre la devolución de la colonia que mantienen en nuestro territorio cuando un sorprendente e insólito pre acuerdo sobre su futuro después del Brexit, un verdadero torpedo en la línea de la flotación de nuestras esperanzas, me obligó a reordenar mi propio pensamiento, que hoy me honro en compartir públicamente con este pequeño artículo.
Al final se han hecho realidad nuestros más negros augurios. Son muchos los artículos y editoriales que, ante el anuncio del gobierno, se lamentan hoy del preacuerdo alcanzado después de un silencio más que injustificable. Sin este silencio es muy probable que el preacuerdo alcanzado por el gobierno con los representantes gibraltareños hubiera sido distinto o nunca se hubiera alcanzado. Debe de ser que en el mundo editorial, menos afortunadamente en éste que generosamente nos acoge, se suele dar preferencia a los temas de más actualidad y, por lo que se ve, parece que el tema Gibraltar da la sensación de no interesar demasiado a la mayoría de los españoles y, por este motivo, es muy probable que el gobierno haya podido atreverse a seguir el camino equivocado, si su intención fuese la recuperación definitiva de lo que es nuestro. Aunque la posible solución de nuestro grave contencioso con los ingleses se haya trasladado a un futuro ya demasiado lejano, por lo menos para mí, ello no debe impedir que sigamos escribiendo, contra viento y marea, para denunciar hasta el final de nuestra vida lo que es una tropelía histórica de tamaño monumental que no puede desaparecer, según estamos comprobando, por la falta de voluntad y determinación que hasta hoy han demostrado la mayoría de los gobiernos de España, incluido el actual.
Aun no conocemos bien los términos del preacuerdo, pero la diatriba que mantiene Picardo con el diario gubernamental nos llena de preocupación y nos estremece porque hasta es verdaderamente posible que perdamos lo que es nuestro para siempre. Todo parece indicar que la ministra de asuntos exteriores ha llegado a un preacuerdo con los gibraltareños para un simple arreglo de los intereses de las poblaciones locales, pero no un acuerdo para resolver nuestra histórica reclamación cuando las irrepetibles circunstancias del presente así lo recomiendan de forma inequívoca.
Es difícil de comprender que la ministra de exteriores haya iniciado una negociación, y alcanzado un preacuerdo, con los gibraltareños que nunca fueron reconocidos como interlocutores válidos por nuestra diplomacia. Las conversaciones debieron de haberse llevado a cabo con el gobierno colonizador y no con su colonia. Y el gobierno inglés, con su habitual flema y siempre por encima del bien y del mal, solo tuvo que esperar a conocer a qué acuerdo habían llegado los negociadores españoles y gibraltareños para ver si, desde un plano como de superior nivel, finalmente lo aprobaban o lo rechazaban. Sin hacer caso del fatuo ultimátum de nuestra ministra parece que el gobierno inglés ha dado su aprobación, a priori, en el último minuto y como con prisas porque nunca hubieran podido imaginar, ni en los sueños más optimistas, que la propuesta española pudiera ser tan favorable al mantenimiento perpetuo, y gratuito, de su base militar.
Desconocemos cuál será la decisión del parlamento inglés en relación con la aprobación o rechazo del preacuerdo alcanzado pero bien conocemos cuál será la actitud y la decisión del parlamento español, siempre favorable al gobierno. Y aún es posible que el parlamento inglés, a lo mejor, aun quiera un poco más dada la buena predisposición española.
A todo ello se une el asombro de nuestros colegas de la UE que no pueden comprender que nuestros negociadores hayan dado todo a cambio de nada, lo nunca visto en una negociación diplomática. De ahora en adelante nuestra posición dentro de la UE será difícil de sostener si estamos dispuestos, por ejemplo, a aceptar que sean los gibraltareños, que no son estado, los responsables del cumplimiento de las obligaciones y normas del acuerdo Schengen que obliga a todos los estados que lo firmaron. Y tampoco pueden hacerlo los ingleses porque el RU ya no es territorio europeo después del Brexit.
¿Por qué los ingleses alcanzan en Gibraltar todos sus objetivos, sin apenas moverse, y nosotros ni por aproximación somos capaces de acercamos a plantear, y menos defender, los nuestros? Pues muy probablemente porque los parlamentarios ingleses no tienen la misma disciplina de partido que habitualmente demuestran tener los españoles, ni se les ocurre mercadear con su voto. A mí me parece que los parlamentarios ingleses se deben más a sus electores que a los partidos políticos a los que pertenecen. La democracia parlamentaria inglesa tiene mucha mayor tradición y es mucho más activa que la nuestra. Con un parlamentarismo deficiente y muchas veces vendido al mejor postor es imposible controlar de un modo efectivo las decisiones del gobierno y la defensa de los intereses de la mayoría de los españoles como se necesitaría para resolver el problema colonial que sufrimos.
Dicen que nuestro actual presidente declaró no querer entrar en cuestiones de soberanía durante las conversaciones del preacuerdo. Habría que recordarle que en el Tratado de Utrecht no se cedió la soberanía sobre el Peñón sino solo su propiedad o dominio para construir en él una base militar. Es un error negociar la cosoberanía como incluso el PP llegó a negociar en su día con nulos resultados. No siempre la costa genera mar territorial pero cuando lo hace lo genera para el estado que ostenta la soberanía sobre ella que, en nuestro caso, es España, como quedó meridianamente claro en el Tratado de Utrecht. Desde que los ingleses descubrieron esta carencia en el pensamiento español han cometido contra nosotros todo tipo de tropelías y avasallamientos basadas no en la razón ni el derecho sino en la burda amenaza del uso de la fuerza. En Utrecht hemos cedido la propiedad de una finca para instalar una base militar. Nada más. Lo mismo que hizo el gobierno de la Restauración cuando regaló a Wellington una finca en Granada como generosa compensación a su contribución en la lucha que los españoles manteníamos entonces contra los invasores franceses. Y podemos calificar esta donación de generosa porque a lo que de verdad venían las tropas inglesas era a defender y proteger sus propios intereses en España y Portugal, como todos sabemos. Pues bien, sería absurdo que el gobierno inglés declarase hoy tener la soberanía sobre la mencionada la finca para hacer o deshacer en ella a su antojo. Porque no tienen los ingleses ese derecho, como no lo tienen en Gibraltar que bien podría ser legalmente expropiado por falta de cumplimiento de las condiciones convenidas para que la propiedad adquirida mediante un tratado pudiese mantenerse en el tiempo.
Los ingleses han aumentado, unilateralmente, su jurisdicción en la mar algo que tienen prohibido por Utrecht. Y ahora, si todo sigue adelante como pensamos que va a seguir, podrán aumentarla a efectos prácticos también por tierra, hacia el Norte, esta vez por la alegre decisión de los propios españoles sin que ellos, los ingleses, vayan a tener que hacer absolutamente nada para lograrlo.
La colonia con la verja cerrada no podría existir. Pero olvidando esta circunstancia y con la sola y limitada visión de un alcalde que solo se debe a su pueblo, el de Algeciras está preparando ya la entrega de La Línea a los intereses gibraltareños para facilitar la cooperación y la inmediata llegada del Gran Gibraltar que, si nada ni nadie lo impide, podrá extenderse por toda la comarca a la medida de las necesidades del voraz capital gibraltareño. Un Gibraltar próspero a todo trapo, a costa de nuestros intereses económicos y a costa de nuestra seguridad, en la esperanza de obtener el correspondiente retorno económico, algo que aún está por ver. El gran regalo de los Reyes Magos para Picardo y sus mandatarios ingleses.
Nada más conocerse la noticia del preacuerdo alcanzado con los gibraltareños hemos podido conocer la noticia de un posible acuerdo del gobierno inglés con el gobierno marroquí para la construcción de un túnel bajo las aguas del Estrecho, o un puente, proyecto español que lleva parado más de cuarenta años por razones técnicas y por no quedar nada claro si eso es de algún interés para nosotros los españoles en un ambiente generalizado de invasión inmigratoria. La construcción de la terminal gibraltareña de esa obra obligaría a la creación de una inmensa zona de terreno ganado al mar en cualquier punto de la costa del Peñón, que invadirá aguas españolas y transgredirá la declaración de la zona, por parte de la UE, como de protección ecológica. Este relleno solo se logrará mediante la aportación de miles de toneladas de piedra y áridos que solo podrán proceder de España que quedaría, una vez más, como la sola responsable de pagar la factura del convite. Y ¿cómo se beneficiarían, en la parte española, los habitantes del Gran Gibraltar, y principalmente los habitantes de La Línea? Pues parece que no les quedaría otra que aceptar todos los inconvenientes de un continuo y contaminante tráfico pesado a través de su territorio y dedicarse a un continuo y poco lucrativo trabajo de limpieza de las calles del pueblo que habitan porque los beneficios, tasas, impuestos y demás prebendas del nuevo negocio quedarían en las arcas de ingleses y gibraltareños.
El preacuerdo alcanzado y el proyecto de un túnel, o instalación equivalente, sin la directa participación española, ayudan a comprender que:
-No se puede dar por derribada la verja por lo menos hasta que las circunstancias aconsejen hacerlo o el RU reconozca definitivamente Gibraltar como lo que es, territorio español.
-No se puede reconocer a Gibraltar, para entrar en Schengen, como estado independiente, ni incluso aceptando su pertenencia al RU que ya no es UE.
-No puede el RU establecer acuerdos internacionales en relación con su colonia que puedan afectar gravemente los intereses de España, como podría ser el proyecto de túnel o puente u otros para cuya firma no tiene el RU títulos suficientes.
Los colaboracionistas han hecho un buen trabajo. La generosidad gibraltareña parece haber llegado todo lo lejos y todo lo alto que ha podido, con resultados altamente satisfactorios si interpretamos bien la alegría generalizada que se respira alrededor del Peñón. Pero, por lo delicado del tema, mejor será dejarlo para un trabajo posterior.
Termino diciendo que nuestra diplomacia bien debiera distinguir claramente entre lo que es satisfacer un limitado interés local de lo que es seguir una política de estado, seria, que evite la humillación permanente de la presencia colonial en nuestro territorio de una potencia extranjera y garantice para siempre la prosperidad y la seguridad de todos los habitantes de la zona. Y la de todos los españoles. Porque vender a pérdidas nunca ha sido ni será un buen negocio económico, ni diplomático.