Antifa y su organización fraterna Black Lives Matter han sido las puntas de lanza, las tropas de choque, durante todo el violento verano 2020 de una larga y sostenida operación golpista anti-Trump a favor del partido Demócrata, con un sistémico fraude electoral que ha provocado masivas protestas, culminado en los incidentes del Capitolio del pasado 6 de Enero.
En el momento crítico la “derechita cobarde” americana (los RINO, los NeverTrump, el Establishment GOP, The Wall Street Journal, National Review, etc.), como la española (Ciudadanos y PP, el ex presidente Aznar, el ex embajador Rupérez, el ex nadie Borja Corominas, etc., arropados por casi todos los medios “conservadores y liberales”: ABC, La Razón, El Mundo, El Confidencial, El Español, okdiario…) se han sumado a la crítica del presidente americano, aplaudiendo el Nuevo Macartismo izquierdista o progresista, y la censura personal –vergonzosa caza de brujas– de Trump y del Trumpismo por las siniestras corporaciones Big Tech.
La expresión “fascismo progresista”, traducción adecuada de “liberal fascism”, es el título de una obra “best seller” de Jonah Goldberg (Liberal Fascism. The Secret History of the American Left, from Mussolini to the Politics of Change, Doubleday, New York, 2009) sobre la deriva autoritaria del partido Demócrata con Barack Obama y Hillary Clinton, obra a propósito de la cual escribí un largo ensayo (v. Manuel Pastor, “El fascismo progresista, La Ilustración Liberal, 44, Verano 2010).
Mi hipótesis, inspirada en Goldberg (aunque la expresión “fascismo liberal” o “liberal-fascismo” la usaron anteriormente H. G. Wells y la Komintern de Stalin, positivamente el primero, denigratoriamente en el segundo caso acompañando a la de “social-fascismo”), es que –como indicó magistralmente Friedrich A. Hayek (Camino de servidumbre, 1944)– todo fascismo es de izquierdas y “progresista”, ya que siendo un sistema fuertemente estatista y pro-colectivista nunca podría ser considerado de derechas y conservador. De hecho los fundadores y líderes del Fascismo y del Nazismo (Mussolini, Hitler, Mosley, Doriot, Laval, Degrelle, etc.), eran socialistas aunque de tipologías no ortodoxas.
Siguiendo la “doctrina Huey Long”, en una de las primeras declaraciones de Joe Biden tras los incidentes del Capitolio ha sido acusar de “nazis” a los defensores de Trump, los senadores Ted Cruz y Josh Hawley, por reclamar una investigación sobre el fraude electoral. Nada nuevo. Todos los populistas de derechas, críticos del Establishment y de la corrupción política, desde el propio Huey Long y Joe McCarthy, hasta el Tea Party, Trump y el Trumpismo (¡casi 75 millones de ciudadanos que le votaron!), han sido descalificados e insultados como fascistas o nazis por idiotas periodistas e intelectuales de todos los colores.
Trump o sus fans más radicales han podido cometer errores, y la ocupación con vandalismo del Capitolio por algunos (y lo peor: cinco muertes y múltiples heridos) fue un error muy grave, aunque no creo que fuera la intención del presidente –que alentó con claridad a manifestarse “pacífica y patrióticamente”– y de la gran mayoría de los manifestantes en el exterior del Congreso. Espero que una investigación seria algún día revele todos los datos y los responsables sobre tan extraño suceso, con la inexplicable dejación de la policía (suceso que seguramente –según testigos cualificados entre los congresistas– no estuvo libre de provocaciones por terroristas domésticos de Antifa y otros grupos extremistas como Insurgence USA, también vinculado a BLM).
Hubo un punto de inflexión histórica en la democracia americana con el gran fraude electoral de 1960 que benefició a John F. Kennedy (S. M. Hersh, 1997; I. Gellman, 2021), y el golpismo posterior contra el presidente Richard Nixon (L. Colodny & R. Gettlin, 1991; R. Locker, 2019). El partido Demócrata vampirizado por su Shadow Party (Horowitz & Poe, 2006) ha profundizado en esa ruta y deriva antidemocrática, con la ayuda del Deep State y las agencias de inteligencia en un auténtico Spygate: FBI, CIA, DNI, etc. (D. Nunes, 2018; L. Smith, 2019, 2020; S. Lokhova, 2020).
El reputado como mayor experto en teoría y praxis del golpismo, Edward N. Luttwak (autor de la obra clásica, Coup d´État: A Practical Handbook, 1968) analizó inmediatamente los incidentes del Capitolio, y desechó la idea de que fuera un intento de golpe (“The Mob on the Hill Was Far From a Coup”, The Wall Street Journal, Jan. 8, 2021). Sospecho que más que el “18 Brumario” de Donald Trump, como lo ha descrito un columnista, habría que llamarlo el “23-F” de la Democracia Americana: un falso golpe fabricado para facilitar el acceso de los corruptos al poder.
Luttwak aprovechó la ocasión en su artículo para criticar el largo proceso de espionaje –y a mi juicio de golpismo real– durante cuatro años contra el presidente legítimo Donald Trump bajo el pretexto de la falsa acusación de una “Russia Collusion”, como escribe el prestigioso analista: “rehusando considerar la posibilidad de que en una confrontación con China, podría ser una buena idea hacer la vista gorda de los pecados de Putin, como hizo Nixon con Mao para contrarrestar a la Unión Soviética.” Yo mismo he aludido recientemente en un artículo a esa posible y conveniente “Nueva Triangulación” en la mente de Trump: Estados Unidos y Rusia versus China (con el apoyo de Taiwan).
Sin embargo un editorial del mismo medio al día siguiente estimó que la Speaker Nancy Pelosi, líder principal en el partido Demócrata del movimiento golpista silencioso (“Silent Coup”, según Colodny & Gettlin, o “Paper Coup” según Smith) mediante la técnica de los Fake Impeachments, ha podido incurrir en un acto golpista burdo cuando intentó intervenir –en un claro abuso de poder– en la cadena de mando militar (“A Coup of Her Own”, The Wall Street Journal, Jan. 9, 2021).
Repetiré la advertencia que ya hice hace meses: no son creíbles en España los que critican el golpismo secesionista en Cataluña o de cualquier otro tipo si no hacen lo mismo con los verdaderos golpistas en la democracia de los Estados Unidos. Y para el colmo la “derechita cobarde” española, contagiada por la histeria americana anti-Trump, indecentemente exhibe hoy también una especie de Vox Derangement Syndrome.