No piensen ustedes que este es tema poco serio, que no es así. Dejando a un lado –que ahora no vienen al caso– los miles de guerreros de terracota encargados esculpir por el emperador chino Qin Shi Huang y descubiertos para nuestra curiosidad en los años setenta del pasado siglo, cuyos moños se elevan, unos verticales a sus cabezas y otros tal que un poco hacia la izquierda, les invito a reflexionar sobre la paulatina tendencia actual de convertir moños y coletas –mejor dicho, su posición en la cabeza– en signos o símbolos de militancia, no ya solamente étnica sino también de lucha y reivindicación, unas veces de forma consciente y otras no.
Capítulo aparte, o reflexión aparte, la conversión de coleta en moño y viceversa según parezca conveniente y oportuno al político español de primera fila que con tales movimientos nos fascina, jugando también con la posición en la cabeza de moño y de coleta, además de hacerlo con sus formas que van, desde el “desgreñe”, a la pura militar de terracota.
Ciñéndome al tiempo vivido y no más allá, que de historiar el peinado no se trata, durante las últimas décadas tanto moños como coletas solían nacer donde termina el cuello, en su parte alta, o sea el cogote o la nuca para entendernos. Moños y coletas femeninos siempre, las segundas en mujeres jóvenes y los primeros en señoras. En general, que de sentar cátedra ni de coña.
A partir de aquí, y la verdad es que desde no hace tantos años, la cosa evoluciona en dos sentidos. Por un lado, tanto moños como coletas femeninos se desplazan, en algunos casos, que no siempre, del cogote a la coronilla aportando a la mujer un aspecto desafiante –distinto al de algunas etnias africanas que así los portan–, exigiendo el caballo que montar a pelo y unos cuantos guerreros asombrados a su paso para darles caña. ¡Es de admirar el cambio que produce en una mujer el simple desplazamiento de moño o de coleta del cogote a la coronilla!
El otro de los sentidos de esta curiosa evolución son los moños y coletas masculinos, que aparecen adornando cabezas de actores y futbolistas no hace tanto y hoy ya tenemos mocetones de cualquier rango –ocupacional, que no de otro– como el ya citado en el segundo párrafo que, sin ni siquiera dar su nombre, no hay ni un solo lector que no lo sepa ya: Don Pablo Iglesias Turrión. La agresividad devenida en estos casos de transportar moño o coleta del cogote a la coronilla es patente y forma parte, a las claras, de una estrategia predefinida. Resalta al macho alfa, dicen, aunque no sé yo….
Claro que, además de lo dicho, que no pretende otra cosa que llamar la atención sobre este fenómeno, tan simple y tan eficaz, debo decir también que aquellos de ambos sexos –¡que vive Dios que existen ambos sexos!– que opten por este ligero desplazamiento en sus cabezas, corren el riesgo de no pasar de ser malas copias de los genuinos y que, en lugar de admiración y temor, pueden generar la malvada sonrisa del descreído que ve, en ellos, su carencia de personalidad y exceso de mediocridad.
La necesidad de pertenencia a lo que sea, que es tan vieja como la propia Humanidad.