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La Virgen del Rosario

Antonio de Brugada Vila, "Episodio del combate de Lepanto", el día 7 de octubre de 1571. (Museo del Prado, Madrid)

LA CRÍTICA, 7 OCTUBRE 2020

José Manuel Gutiérrez de la Cámara | Miércoles 07 de octubre de 2020
Hoy 7 de octubre celebramos la festividad de Nuestra Señora del Rosario, devoción instituida por Santo Domingo de Guzmán por indicación de la Virgen María. El Santo, que murió en 1221, se dedicó a predicar y hacer popular la devoción del Rosario para el sufragio de las almas del Purgatorio, el triunfo del bien sobre el mal y prosperidad de la Santa Madre Iglesia. (...)

... Pero fue el 7 de octubre de 1571, fecha en que tuvo lugar la Batalla Naval de Lepanto, en la que los cristianos vencieron a los turcos, que durante siglos, constituyeron una seria amenaza para la cristiandad y en el siglo XVI. Su gran fuerza naval y sus incursiones en Europa -que llegaron hasta las puertas de Viena-, dieron lugar a la formación de una gran coalición convocada por el Papa Pío V, integrada por España, los Estados Pontificios, las Repúblicas de Venecia y Génova, el Ducado de Saboya y la Orden de Malta para destruir la poderosa flota turca.

La determinación de D. Juan de Austria, joven Capitán General de 24 años, no se hizo esperar cuando el 7 de octubre la galera de Juan Andrea Doria dio la voz de ¡Enemigo a la vista! La Armada, que había recalado en la isla de Petala, se dirigió al golfo de Lepanto entre la isla Oxía y el cabo Scrofa. A las siete de la mañana, al quedar la ensenada de Lepanto a la vista, se distinguía al fondo un verdadero enjambre de velas, que navegaban apoyadas por una ligera brisa de levante. Los dos almirantes contendientes se encontraron con fuerzas muy superiores a lo que se imaginaban. Don Juan de Austria no esperaba las 210 galeras, 42 galeotas y 21 fustas de Ali Pachá ni éste las 212 galeras, seis galeazas y 50 buques ligeros de los cristianos, sin embargo ambos ordenaron el orden de batalla. Las dos armadas contendientes eran muy similares en número de unidades, alrededor de 310 buques cada una.

La disposición adoptada por la escuadra cristiana respondía a la táctica imperante en la época, en que las formaciones adoptaban la línea de frente, al tener las galeras el armamento concentrado a proa. D. Juan de Austria mandaba directamente el núcleo central y las alas derecha e izquierda estaban a las órdenes de Juan Andrea Doria y Agostino Barbarigo respectivamente. El mando de la escuadra de reserva o socorro, dispuesta a apoyar donde se le necesitase, recaía en D.Álvaro de Bazán. Debe quedar bien clara la importancia de la participación española es esta batalla, pues las escuadras de los Estados Italianos de Nápoles y Sicilia eran tan españolas como las otras y como ellas, llevaban dotaciones compuestas indistintamente por españoles, italianos o alemanes, y viene esto a cuento porque hay autores extranjeros que para disminuir la participación española no consideran como españolas a estas escuadras.

La línea turca adoptó un dispositivo parecido al de los cristianos en forma de media luna, con un cuerno derecho al mando de Mehemet Siroco de Alejandría, con 54 galeras y dos galeotas; el cuerpo de batalla mandado por Ali Pachá con 87 galeras y ocho galeotas, y un cuerno izquierdo, mandado por Uluch-Alí, con 61 galeras y 32 galeotas, además de una escuadra de reserva de ocho galeras y 21 fustas mandada por Dragut.

Poco después de las doce del mediodía, el griterío de los combatientes y el sonido de los clarines y tambores fue superado por el estruendo de la artillería de las galeazas. Ciento veinte cañones dispararon casi simultáneamente sobre la línea turca y sus efectos fueron desastrosos. Se creó una paralización momentánea en el grueso turco y algunas galeras iniciaron la retirada. La capitana turca reaccionó y el enemigo superó la crisis de momento, pero el centro turco iba a llegar al choque retrasado y en mayor desorden con respecto al cuerno derecho, en el que el efecto de las galeazas no había sido tan intenso. A continuación hizo fuego la artillería de las galeras y enseguida se produjo el choque.

En el centro las cosas se pusieron difíciles para Don Juan de Austria, pues los turcos avanzaban a la vela y ello les proporcionaría una ventaja en el el momento del choque, que podría producirse antes de terminar el despliegue y, sobre todo, antes de que don Álvaro de Bazán estuviera en condiciones de intervenir a tiempo en la acción, pero milagrosamente a las doce, el viento cayó de golpe y las ventolinas que se produjeron a continuación soplaron del Oeste. Los turcos no tuvieron más remedio que arriar las velas y armar remos. Ya don Álvaro de Bazán estaba en su puesto. La lucha estaba generalizada, aunque se centró en el combate entre la capitana de Don Juan y la de Alí-Pachá que se habían embestido. Los arcabuceros de Moncada y Figueroa se lanzaron espada en mano a la Sultana y por dos veces llegaron hasta su palo mayor, pero Alí-Pachá recibió refuerzos por su popa y los españoles fueron rechazados.

A popa de la capitana de Don Juan se aproximaba la galera deD. Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, que transbordó cien arcabuceros de refuerzo y volvió a separarse para acudir a otro sitio. Gracias a este refuerzo, la situación se restableció y los españoles volvieron a saltar a la Sultana, pero ésta fue reforzada y de nuevo los españoles se vieron obligados a replegarse. Los jenízaros saltaron a la capitana de la Liga, y comenzaron a avanzar por su arrumbada. Alí-Pachá, con su cimitarra en la mano derecha y un puñal en la izquierda apareció en la proa de la Real rodeado de su guardia personal de feroces guerreros tártaros. Don Juan de Austria encomendó entonces la guardia del estandarte a un grupo de caballeros y se dirigió, espada en mano a enfrentarse con el Pachá.

Parece que ambos almirantes van a llegar al cuerpo a cuerpo, pero una descarga de arcabuces desde una galera próxima derribó a una gran parte de los asaltantes turcos. Se trataba de la capitana de Roma que embistió a la Sultana por babor y la asaltó. Al mismo tiempo, Don Álvaro de Bazán llegó por la otra banda y acometió a la Sultana lanzando sobre ella a don Pedro Padilla con sus arcabuceros del tercio de Nápoles. La suerte se decidió en pocos minutos. Alí-Pachá se defendió enérgicamente en la popa de su galera, pero fue derribado por un arcabuzazo y casyó muerto a la cámara de boga.

El peor momento para la escuadra cristiana fue cuando el ala derecha de Doria se distanció demasiado al tratar de envolver al ala izquierda turca y Uluch-Alí aprovechando la ligereza de sus fustas y galeotas se lanzó hacia el centro por el hueco que había dejado Juan Andrea, pero los socorros de Don Juan de Cardona y de D. Álvaro de Bazán con su escuadra de reserva salvaron la situación y provocaron la huída de Uluch Alí, que, ante la posibilidad de verse envuelto, forzó los remos y gracias a la ligereza de sus buques y al viento del suroeste que había saltado a su favor se retiró con las únicas galeras que los turcos pudieron salvar.

A las cinco de la tarde la flota turca había quedado aniquilada, la victoria de la Armada de la Santa Liga había sido aplastante, aunque el precio fue elevado, pues la flota de Don Juan de Austria había perdido quince galeras y sufrido 15.434 bajas, (7.650 muertos y 7.784 heridos). Quince galeras turcas fueron hundidas y 190 capturadas. Los turcos perdieron 30.000 hombres, entre muertos por arma y ahogados; 8.000 musulmanes fueron hechos prisioneros y 12.000 esclavos cristianos, que bogaban en las galeras turcas, recobraron la libertad.

No podemos olvidar la participación del gran Miguel de Cervantes, que a resultas del combate perdió la movilidad de su mano izquierda, por lo que fue conocido como «el manco de Lepanto», el cual calificó a esta batalla como «la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos, ni esperan ver los venideros»

Con esta victoria tan aplastante, la Cristiandad había conseguido un éxito decisivo, pues además de el efecto moral para las naciones constituyentes de la Santa Liga, quedo destruido el mito de la imbatibilidad del turco y a partir de ese momento, los turcos no osaron emprender operaciones de envergadura en la cuenca occidental del Mediterráneo.

Los cristianos sabían que si perdían esta batalla peligraba el cristianismo en Europa y confiaron en la ayuda de Dios, a través de la intercesión de la Santísima Virgen. El Papa San Pío V pidió a los cristianos rezar el rosario por la victoria de la flota y el mismo día 7, cuando se encontraba en Roma, tuvo una visión y anunció que sabía que la flota cristiana había sido victoriosa, por lo que ordenó el toque de campanas y una procesión. Varios días después llegaron los mensajeros con la noticia oficial del triunfo cristiano y el Papa instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias el 7 de octubre, que al año siguiente, ya en el papado de, Gregorio XIII cambió por el de Nuestra Señora del Rosario.

Como consecuencia de la victoria, se incluyó en las letanías del Santo Rosario la advocación Auxilium Christianorum y en un día como hoy debemos recordar el apoyo de la Virgen y lo que hubiera sido de Europa de no vencer en Lepanto. Otra razón de peso para hacer referencia a las raíces cristianas en la Constitución Europea.

José Manuel Gutiérrez de la Cámara