Juan Manuel Martínez Valdueza

Convivir con la corrupción

"Operación Enredadera" en varios Ayuntamientos por amaños de contratos y otras lindezas. Foto: RTVE)

TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA CORRUPCIÓN (... y 6)

LA CRÍTICA, 28 JULIO 2020

Juan M. Martínez Valdueza | Martes 28 de julio de 2020
Durante las últimas décadas la percepción de la corrupción por la ciudadanía viene siendo medida por los diferentes institutos de opinión. Dependiendo del puesto en que aparezca ese ratio en el conjunto de preocupaciones planteadas en los estudios, será un asunto más o menos grave, llevadero o agobiante, que marcará (...)

... la pauta a seguir en el orden político del momento. Y dado que los encargados de generar opinión pública medible en millones de individuos son contados medios de comunicación, pero muy potentes, a los que solamente tienen acceso los representantes de los partidos políticos y sus mandatarios explícitos o no del mundo de la comunicación, tenemos aquí el origen de la variación del susodicho ratio, previo, lógicamente, a su constatación por los colegas del señor Leguina: los estadísticos.

Descargas al aire que ni califican ni abordan la cuestión de la corrupción auténtica, la de pata negra, quedándose en la repercusión mediática e interesada de los casos de corrupción que vemos por la televisión, como hacemos con las series más molonas o con las de reivindicación de género, por así decir, esperando el siguiente capítulo para comprobar qué pasará al final con los personajes que nos enganchan. La otra corrupción, enorme a veces y más de andar por casa en otras, la que nos afecta directamente en nuestra vida diaria, con la que convivimos, esa no existe. Y cuando asoma la puntita, cerca de nosotros, como es el caso de la “Operación Enredadera”, entonces nos llevamos las manos a la cabeza de verdad.

Porque ya no se trata ni del señor Rato ni de los señores andaluces de los ERE, emblemática munición partidista y tumba-gobiernos, sino de mi vecino que se dedica a hacer carteles que le encarga su primo el concejal, o de este cacique engreído que lleva haciendo de las suyas durante décadas y que cualquiera dice nada, que es dueño de medio pueblo y con un gesto se quedan en el paro mi hermano, mis cuatro primos y hasta el cura sin parroquia. Claro que para hacer de las suyas mi cacique o el suyo son más de lo que aparentan —y ni usted ni yo sabemos—, hasta que alguien se va de la lengua sin saber que es protagonista de un auto judicial que autoriza a la policía a espiar sus intimidades telefónicas, y entonces se nos abre la boca de estupor: resulta que este no solamente abreva donde manda sino que también lo hace enmarañado con otros, hacia arriba y a los lados, que mira cómo se tientan la ropa en sus aledaños… y se la tientan políticos, funcionarios, particulares y hasta eclesiásticos, que de todo hay en la viña del enredo y de la cotidiana corrupción cuando del reparto de los fondos públicos se trata, lo sea o no dentro de la ley y tenga o no el marchamo de la moralidad al uso.

Estamos acostumbrados, como el burro al palo —en otro tiempo, que hoy al que le zurra al burro se le cae el pelo seguro—, a aceptar y dar por inevitable la cacicada eterna y consustancial a nuestro entorno más próximo, pareciendo razonable el que sea hora ya de aceptar que este es un tiempo nuevo también a estos efectos, aunque sea pagando el precio de operaciones como la “Enredadera”.

De los enredadores poco hay que decir, pero sorprende la casi unanimidad de los enredados al negar actuaciones ilícitas o contra el bien común, sin valorar siquiera el hecho de haber actuado —presuntamente por el momento— fuera de la ley, identificando por tanto a esta —craso error— con su atávica forma de hacer las cosas. Ellos, los que les precedieron en sus cargos y los que les sucedan, so pena, en este futurible, de la eficacia de estas operaciones como aviso a navegantes.