... A pesar de que los principales talentos del pensamiento universal anticipaban la llegada de las nuevas tecnologías, del potencial de la inteligencia artificial, de la utilización de sistemas big data, de nuevos y revolucionarios CIS basados en la superconectividad, de los ordenadores cuánticos revolucionarios, de la posibilidad de llegar a otros planetas del sistema solar, etc, ha bastado una estructura vírica, primitiva, básica, pero extremadamente dañina, para desbaratar el orden mundial, para sofocar las economías tradicionales más potentes, y para trastocar la vida de más de 7500 millones de personas.
Viene sucediendo, desde el final de la Guerra en Europa, como llama el analista de relaciones internacionales Robert Kaplan al periodo 1914-1989, que cada vez se estudian con mayor profundidad los fenómenos transversales contemporáneos con mayor incidencia en la sociedad y que esta, y sus líderes, son cada vez más incapaces de prever sus efectos. El problema del diferencial económico Norte-Sur ha figurado en la mayor parte de los ensayos de los más avanzados pensadores y economistas, sin que 40 años después sus efectos, como las migraciones masivas y los conflictos sociales en las zonas más deprimidas, origen de movimientos irredentos y políticas basadas en la violencia, hayan podido evitarse, y que organizaciones sofisticadas como la Unión Europea, con capacidades económicas y sociales conocidas, hayan sido incapaces de hacerlas frente, poniendo como solución un mero recinto de contención en un país candidato, a base de dinero.
La inacción efectiva de las potencias mundiales con posibilidades de enmendar estos errores es por el momento una de las amenazas más evidentes que se ciernen sobre el mundo en general y sobre Occidente en particular. Si, Occidente ha ganado la Guerra Fría, pero está perdiendo la paz.
China como gran potencia económica es citada frecuentemente como referencia; la “nueva ruta de la seda” es el rastro de su acción mundial perfectamente presentada como reclamo de un Tercer Mundo deprimido que ve, en el Este lejano, lo que el Oeste no es capaz de propiciar ni solucionar; pero su acción eminentemente económica está contrabalanceada por un aparato militar de última generación con el que anexiona y se presenta agresivo en sus zonas pretendidamente propias. Colonización económica y presión militar son los instrumentos de este poco transparente Imperio.
Y por si fuera poco, el Imperio Central, origen de la reciente pandemia, se erige como árbitro de la Sanidad mundial al tener el monopolio de lo considerado erróneamente superfluo, tras la deslocalización empresarial del abastecimiento de lo más necesario. China triunfa, a pesar de todo, y pronto la veremos en cabeza de la economía mundial, y del poderío tecnológico y militar, y prácticamente nadie critica su ausencia de democracia y atentados contra los derechos humanos, imponiendo su ley en Hong Kong, dentro de una extraña complacencia de los que se creen progresistas.
El mundo vive un desconocido desprecio por su seguridad, quizás trágicamente aumentado por esa crisis de sensibilidad y banalización de las vidas humanas que han supuesto las pérdidas por la COVID 19, quizás por su focalización en los de mayor edad, y sabiduría; y en esta situación se produce una enorme despreocupación por la escalada armamentística que se está produciendo, precisamente en el Este, donde los tratados de este tipo carecen de acuerdos específicos y donde se ha producido la renuncia a los que han mantenido la paz internacional durante lustros en Europa (INF) y entre Estados Unidos y Rusia, que pronto tendrán que negociar los correspondientes a las armas nucleares de largo alcance (START), en un ambiente donde no impera, precisamente, la confianza entre las dos potencias.
Europa, a pesar de los impulsos teóricos de los más ilusionados europeístas, no está viviendo, desde hace ya algunos años, sus mejores momentos, y esto también es una amenaza, pero incrementada por la pérdida de potencia económica de sus componentes por la reciente pandemia, que afectará sin duda al concepto, siempre latente de “una defensa europea”, y que ha acrecentado la delicada situación de la solidaridad norte–sur dentro de la propia UE, una de las bases de su existencia. La falta de solidez de un ideal, tan repetido en la nueva DDN 2020, no solo es una amenaza en sí misma sino una utopía para los que lo enuncian.
El comportamiento general de las instituciones europeas en esta crisis extraña, pero posible, no ha sido técnica ni políticamente eficiente; si todo el entramado de instituciones no ha sido capaz de prevenir y evitar los daños producidos, y los que se producirán con esta pandemia, cómo le vamos a pedir un esfuerzo en determinar cual son sus intereses vitales y defenderlos.
En el Mediterráneo occidental se están produciendo rearmes de dispositivos militares que pueden afectarnos directamente, a la par del aumento de la actividad terrorista en el Sahel, y de la inestabilidad política continuada de los países de los que dependemos energéticamente en las distancias cortas; las consecuencias económicas y sociales de la COVID19 no van a dejar mucho espacio económico para poner a las FAS de nuestro país al nivel del esfuerzo que necesita una disuasión creíble, a pesar del anuncio de programas que debían estar ya funcionando hace más de 10 años.
La situación sociopolítica en España durante la pandemia, y su continuación, no dejan de ofrecer percepciones de debilidad a sus adversarios, en los conceptos fundamentales para la Defensa Nacional, es decir en la cohesión nacional, en la cooperación de todas las fuerzas políticas, en la planificación efectiva de medidas, en la alerta temprana, en la constatación de valores comunes, en la evaluación de los riesgos, y en la generación de capacidades de respuesta disponibles; solamente de esta crisis persistente se obtiene un valor indiscutible, la solidaridad de la población española, y su probable resiliencia.
Las nuevas orientaciones de la Defensa Nacional decantan escenarios difusos en los que no se distinguen los objetivos estratégicos prioritarios, entre los meramente políticos, y sin embargo el periodo a que se enfrenta Occidente es de recuperación de su capacidad de liderar el pensamiento democrático tradicional, el compromiso de equilibrar la emergencia del Oriente Lejano, frente a un pensamiento meramente económico revestido de autoritarismo, decidiendo sus mentores permanecer en el espacio estratégico próximo.
El Ejército de Tierra ha demostrado su disponibilidad y valores, admirados por la población, que siente su seguridad próxima como el principal de aquellos. La utilización política de capacidades militares para emergencias no debe ocultar que las características de la actuación meritoria de las Unidades militares del Ejército provienen de sus facultades para la defensa de España mediante el desarrollo de operaciones militares.
Se resucita el viejo, y nunca olvidado, concepto de la Defensa Nacional de España, pero se le sumerge en el difuso contenido de la Seguridad Nacional, precisamente en momentos, como en esta pandemia, donde lo nacional no ha terminado de dar los rendimientos que tantas instituciones merecerían.