Reconozco que me llevo muy bien con mi familia y que, estos días de confinamiento, han sido en conjunto muy agradables. En caso contrario quizá este artículo tendría otro tono. Pero llevo muchos años defendiendo la viabilidad de vivir a medio gas, trabajando mucho menos y, creo, manteniendo la mayor parte de lo que nos hace agradable eso de ‘vivir’(...)
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Además, llevo toda la vida entendiendo el teletrabajo: mi esposa empezó a teletrabajar en los ochenta, y yo he tenido empleados que no he llegado a conocer en persona: entrevista, contrato, desarrollo, entrega de resultados y pago… sin llegar a estar nunca en la misma provincia ni saber dónde hacía el trabajo.
Y lo que digo todos los veranos, cuando Madrid está casi vacío. El único problema es que muchos bares y algunas tiendas están cerrad@s y, como mayor inconveniente, tienes que pasear unos cientos de metros por calles amplias y despejadas para llegar al otro bar o a la otra ferretería. Siempre se me viene a la cabeza la misma idea: lo bien que estamos en Madrid la mitad de los madrileños, aunque sea trabajando, y lo bien que está la otra mitad en Benidorm bañándose entre paellas y sangrías.
A continuación concluyo que, para evitar agravios comparativos, tendríamos que turnarnos, y seis meses trabajaríamos unos, y otros seis meses ‘los otros’.
Evidentemente, la Vida fluiría más despacio: las obras durarían el doble (ya duran en doble, pero así durarían el doble del doble) la burocracia se ralentizaría (más aún), etc. En los hospitales (de la ciudad) habría la mitad de sanitarios (mis aplausos para ellos), pero también la mitad de pacientes; y en ‘Benidorm’ habría que sobredimensionar los hospitales, pero vivir relajados bajaría mucho su ocupación.
Antes de que alguien diga que parece idea del Pato Donald (o del no-Pato pero si-Donald), reconozco que no es algo para implantar tal cual, sin afinar bastante la idea, pero tiene recorrido, al menos bajo la bandera de la Sostenibilidad: hay que bajar el nivel de consumismo si queremos que el planeta nos dure unos años más y, ya que no estamos por la labor de ser la mitad de población, ‘tranquilizar’ el ritmo de vida serviría de gran ayuda.
¿Y si extrapolamos estas ideas a estos meses de confinamiento?
Cierto que la situación de todos encerrados no es económicamente sostenible sin más. Esperemos que la ‘Renta Vital Básica O Como Se Llame’ alivie algo el desesperado panorama de tantas familias sin ingresos en estos días, pero en eso también falta mucho por afinar, en esa idea, para hacerla totalmente aceptable por la mayor parte de la Sociedad. Aunque seguro que si nos ponemos a pensar en ello podemos imaginar una situación en la que todos aportemos algo a la Sociedad, trabajemos en suma, pero bastante menos que ‘antes’, y repartiendo los bienes básicos entre todos. En un mundo cada vez más automatizado, con los ‘robots’ llamando a la puerta, eso no es un brindis al sol del paraíso utópico socialista, sino una estación a la que se dirige nuestro tren y donde, tarde o temprano, llegaremos como Sociedad.
O, en otras palabras, esta experiencia de estar gran parte de la población en casa, con la Economía reducida a unas selectas ‘industrias básicas’ trabajando casi como siempre (que resulta que, en el fondo, son sólo la Sanidad y la Alimentación), y el resto buscando un hueco entre el teletrabajo y la desaparición por desvanecimiento; esta experiencia, opino, puede ser una primera aproximación a ese mundo futuro al que nos dirigimos, un apeadero con necesidades minimizadas, donde hacernos una idea de cómo vamos a desenvolvernos en la estación de destino de el tren de la automatización-universal-de-casi-todo.
Otra ficha que se ha movido en estos días sobre el tablero de juego de nuestra sociedad de consumo, muy diferente, aunque apuntando en la misma dirección, y con mucho recorrido por delante, es la cantidad de cosas que se están comprando fuera de los canales comerciales tradicionales. ¿No conocemos a nadie que en estos días haya comprado carne a unos granjeros de Zamora, por ejemplo? Yo sí. Y un agricultor de Navarra me envía con regularidad sus espárragos y alcachofas (riquísimas, por cierto). El aceite, de una cooperativa de Cuenca (es más típico con alguna de Jaén, pero es que tengo olivos en Cuenca). Los huevos, el resto de las verduras y unas riquísimas magdalenas, nos las trae de Polán, en Toledo, el tendero que antes nos atendía en el mercadillo de los sábados, ahora cerrado…
Y para todo lo demás, los infinitos proveedores que se han agarrado a Internet como tabla de salvación.
Y en casos extremos, Amazón.
Cuando acabe esta endemoniada crisis, cuando la CoViD-19 sea un mal recuerdo profusamente documentado y requetediscutido… ¿renunciaremos voluntariamente a seguir comprando las cosas directamente a los productores, sin intermediarios…? ¿Resucitarán los Servicios de Correos como servicio público esencial después de estar años agonizando porque ya no escribimos cartas?
Al final, la CoViD-19 habrá sido un empujón que nos ha hecho dar varios pasos, de una vez y a trompicones, en la dirección de prescindir de los canales comerciales tradicionales.
De igual modo, ¿renunciaremos al teletrabajo? Bueno, los empresarios y los directivos que sean incapaces de dirigir un grupo de trabajo basándose en resultados, seguirán siendo incapaces de aceptar el teletrabajo; pero ese es un problema de los cuadros directivos, que se tendrán que reciclar. Las técnicas de Liderazgo y Dirección (son dos conceptos diferentes) son algo mucho más exquisito que la burda técnica de pasar lista y sumar las horas de presencia.
Llevamos meses trabajando desde casa (los más privilegiados), comprando desde casa, tomándonos el aperitivo con los amigos por teleconferencia (vale, no es exactamente lo mismo, pero con un poco de práctica mejora un poco), recibiendo en casa películas, libros, obras de teatro, en un tiempo verlo desde casa será el único fútbol al que podamos aspirar, etc. Sí: falta mucho para que esta situación sea sostenible de forma indefinida, pero falta mucho menos de lo que podíamos imaginar en febrero.
A opinar así me ayuda, como ya he dicho, llevarme bien con mi familia, poder teletrabajar, tener una casa cómoda, tener un buen servicio de telecomunicaciones… pero, salvo lo de teletrabajar, son cosas al alcance de la mayoría, si se tiene cuidado a la hora de elegir con quién se vive y, sobre todo, no se empeña uno en vivir en el centro de una ciudad cara, ¿verdad?
Pero añado un contraargumento, un dilema: si lo hacemos bien, eso detendría la Evolución del Homo Sapiens casi por completo.
Ya el hecho de tener un sistema sanitario permite que los más débiles sobrevivamos, que tener una tara, una minusvalía de cualquier tipo, sea una molestia más o menos grave, pero no un impedimento absoluto para llevar una vida lo más parecida posible a lo que en cada momento llamemos normalidad. La Evolución se basa en la preferencia de los más sanos y mejor adaptados; la Sanidad se basa en minimizar o eliminar los inconvenientes de estar enfermos o mal adaptados al entorno.
Si perfeccionamos los sistemas de protección social lo suficiente, la motivación por superarse bajará aún más, no sólo los menos aptos progresarán, sino también los menos motivados para la autosuperación. Ya describió un mundo así Arthur C. Clarke en La Ciudad y las Estrellas, y es su libro más pesimista.
Eso, a largo plazo, puede ser grave.
Pero inevitable: yo voto (¡¿quién no?!) por la protección de los débiles, por la igualdad de oportunidades, por una Sociedad más justa que, en suma, no deje a nadie atrás.
Todo un Dilema.
Félix Ballesteros Rivas
15/05/2020
agente.provocador.000@gmail.com