... se seguirán perdiendo miles de vidas a diario, la vacuna puede tardar lustros en llegar si llega, las relaciones sociales se producirán oscurecidas por la paranoia, la visita de tu hijo te puede matar, la economía cabalga hacia el desastre y a la vuelta de la esquina nos aguardan el hambre y la violencia en un nuevo mundo apocalíptico. El optimismo se ve empujado a espacios residuales y, a veces, hasta ingenuos. En este periodo de miedo e incertidumbre en el que estamos metidos (literalmente metidos, en nuestras casas), es curioso lo tonificante que puede llegar a resultar la lectura de los libros de un indiscutible campeón mundial del pesimismo. Emil Cioran (1911-1995) fue un pensador rumano que pronto se exilió a París, donde dejó de escribir en su lengua para hacerlo el resto de su vida en francés. En Francia se le considera un escritor que pertenece a la literatura francesa (como Conrad y Nabokov, otros exiliados de su lengua, pertenecen a la literatura inglesa). Por su pesimismo sistemático, es inevitable pensar en otros parisinos que conoció, como Sartre o Camus. Fernando Savater, el principal introductor y amigo de Cioran en España, nos dice en el libro que Maite Grau y yo dedicamos al autor rumano: “A Cioran, Sartre le parecía uno de los mayores idiotas que han vivido en la faz de la tierra” (Cioran: el pesimista seductor, Sirpus. 2007). Creo que hay dos elementos que diferencian a Cioran de esos autores relacionados con el existencialismo: la ironía más lacerante y la utilización del aforismo (frases o párrafos breves). No sé hasta qué punto (como Dalí) se creó su propio personaje provocador cuando hablaba o escribía y hasta parecía recomendar en algunos casos el suicidio. No sé tampoco si sonreía o se le escapaba alguna carcajada gamberra cuando decidía los títulos de sus obras (En las cimas de la desesperación, Breviario de podredumbre, Del inconveniente de haber nacido, Ese maldito yo, Desgarradura, Silogismos de la amargura, etc). Íntimo amigo de Samuel Beckett y de Eugène Ionesco (los dos grandes del teatro del absurdo), desconcertaba a los intelectuales del barrio latino diciéndoles que cada día hablaba con prostitutas y mendigos, y que en ellos encontraba mucha más sabiduría que en Hegel…
Pero por qué puede resultar revitalizante un autor tan pesimista en estos tiempos dramáticos de la Covid-19. Pues porque no hay nada más deprimente para un deprimido que un optimista entusiasmado. A una persona que le diagnostican un cáncer, lo último que le apetecerá es toparse con alguien al que le acaba de tocar la lotería. La perspectiva pesimista relativiza nuestras angustias, sobre todo cuando contienen inteligencia e ironía. Cioran no recomienda nunca el suicidio. Lo que dice es que la posibilidad de que podamos quitarnos de en medio le tranquiliza. Un mundo sin esa puerta negra le resultaría mucho más angustioso. Al ser eterno, nos recuerda, esa puerta no la tiene Dios... El suicidio está condenado en todas las religiones. Eso incrementa la angustia para el que cree que si se suicida irá al infierno. En palabras de Cioran: “Si las religiones nos han prohibido morir por nuestra propia mano, es porque veían en ello un ejemplo de insumisión que humillaba a los templos y a los dioses (Breviario de podredumbre. Tusqués 1998). Nietzsche creía en el poder de la voluntad y eso ya contiene un alto grado de optimismo. Su idea de un “superhombre” capaz de crearse sus propios valores fuera del “rebaño” (agrupado con sangre por el cristianismo) supone una vía esperanzadora y optimista. Las palabras jocoserias y afiladas del rumano me parecen estupendas: “En mi infancia, mis amigos y yo nos divertíamos mirando trabajar al enterrador. A veces nos dejaba un cráneo con el que jugábamos al fútbol (…) Más tarde comprendí que el único cadáver del que se puede sacar algún provecho es del que se prepara en nosotros” (Silogismos de la amargura, Tusquets, 1990). Cioran decía que con sus aforismos quería despertar al lector dándole una bofetada. Sus frases ingeniosas y sugerentes siempre me dejan pensando con una sonrisa. Cuando aborda el tema del amor, vomita contraposiciones como esta: “Vitalidad del amor: es cometer una gran injusticia denigrar un sentimiento que ha sobrevivido al romanticismo y al bidé”. (Silogismos de la amargura). ¡Nada más alejado del romanticismo que un bidé, y son dos “inventos” del siglo XIX…! Cioran nunca se consideró un filósofo, y mucho menos un profesor de filosofía (la única vez que impartió clases durante unos meses tuvo la mala suerte de que una de sus estudiantes se suicidara). Fue un escritor, un literato con voraces inquietudes intelectuales. Transgresor, iconoclasta, poseedor de un estilo brillantísimo, tocó todos los temas, todas las ideas: “En sí misma toda idea es neutra, o debería serlo, pero el hombre la anima, proyecta en ella sus llamas y sus demencias; impura, transformada en creencia, se inserta en el tiempo, adopta figura de suceso: el paso de la lógica a la epilepsia se ha consumado. Así nacen las ideologías, las doctrinas y las farsas sangrientas” (Breviario de podredumbre). Toda su obra está compuesta de mordaces aforismos, a veces un poco crípticos. Me lo imagino una tarde pensando en que los imbéciles no se comen la cabeza y escribiendo esto: “Puedo comprender y justificar todas las anomalías, tanto en el amor como en todo; pero que haya impotentes entre los imbéciles, eso es algo que no me cabe en la cabeza” (Silogismos de la amargura). Paradójicamente, su pesimismo puede resultar estimulante (también peligroso). Una mujer escribió a Cioran para decirle que la lectura de En las cimas de la desesperación le ayudó a sobrellevar un bombardeo en Belgrado. Personalmente, parece que era muy locuaz y alegre. Fernando Savater y su viuda, Simone Boué, nos contaron a Maite Grau y a mí que era la persona más cariñosa y divertida que habían conocido en su vida.
Sí, no tengo ninguna duda, Cioran es una lectura muy recomendable en estos días tan preocupantes.
Carlos Cañeque es profesor de ciencia política en la Universidad Autónoma de Barcelona, escritor y director de cine.