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¿Qué es la guerra… papá?

(Foto: www.muhimu.es)

LA CRÍTICA, 28 ABRIL 2020

Luis Feliú Bernárdez | Martes 28 de abril de 2020
Pasa un tren entre luces y ruido rompiendo las sombras y la tranquilidad de la noche cerca de una pequeña aldea alsaciana, ¿quienes son?, pregunta un niño a su padre, son soldados, hijo, que marchan a la guerra, y el niño le pregunta ¿qué es la guerra, papá?… ...(del libro El estallido de la guerra de 1914, Ernst Jünger). (...)

... Declarada la guerra entre los “imperios centrales”, Alemania y Austria-Hungría, y frente a ellos Rusia, Francia y Gran Bretaña apoyando a Serbia, se ordena la mas estricta neutralidad a los súbditos españoles de SM con arreglo a las Leyes y el Derecho Internacional, así se podía leer el 7 de agosto de 1914 en el Boletín Oficial de la época, La Gaceta de Madrid. España se abstenía de entrar en el conflicto. En los años siguientes entraron sucesivamente otros contendientes de un lado y de otro, Turquía, Japón, Bulgaria, Portugal, Italia, Rumanía, Estados Unidos, Brasil y otros países de la Commonwealth, como Australia o Nueva Zelanda o también Argelia como parte de Francia, parecería que nadie quería perderse el primer conflicto bélico del siglo XX.

El 28 de junio de 1914 resonó en Sarajevo ese disparo que en un segundo hizo saltar en mil pedazos el mundo de la seguridad en Europa, de la razón creadora en la que nos habían educado, en el que habíamos crecido, en el de la prosperidad, en el que nos sentíamos en casa… (El mundo de ayer, memorias de un europeo, Stefan Zweig). Nadie en su sano juicio podía concebir a principios del siglo XX que en una Europa avanzada social y económicamente, en la de la filosofía, la del progreso pudiera desencadenarse una locura como aquella, pero ocurrió.

Era la primera guerra del siglo XX en Europa y algunos pensaban que se desarrollaría como las del siglo XIX, pero el desarrollo avanzado de nuevo armamento, la ametralladora, fusiles de repetición, evolucionada artillería y morteros, incipiente aviación, los primeros tanques, hizo comprender rápidamente a los jóvenes voluntarios que llegaban al frente, la terrible desproporción entre aquellas maquinas de matar y el pobre soldado de infantería y que la lucha sería una prueba terrible para todos ellos, y en verdad lo fue. (La flor en el fusil, Jean Gaultier).

La mayoría de aquellos soldados no sabría dar más que una respuesta confusa a la pregunta sobre el origen de la guerra o por sus causas, finalidad u objetivos, aun hoy en día no están claros los verdaderos orígenes ni la finalidad de la guerra. En 1916 los soldados no se batían por Alemania ni por Francia, luchaban por obligación, por responsabilidad, porque es lo que tocaba, por salvar la vida, por su compañero, incluso por resignación, esperando sobrevivir sin secuelas a aquel espanto.

El arte de la guerra y las virtudes y sacrificios que actúan en su aplicación quedaron esfumados, ensordecidos por el continuo tableteo de las ametralladoras y por el estampido del cañón. Diríase que son las armas y no los hombres los protagonistas de la guerra, por ello se explica la búsqueda extraordinaria por parte de las naciones de descubrir un arma o explosivo de tan maravillosa eficacia que permita exterminar, sin riesgo, al enemigo y conseguir la victoria sin sacrificio, sin esfuerzo, así de fácil. (Los factores del triunfo en la guerra, 1918, Juan de Castro).

Las potencias europeas no supieron leer las enseñanzas de la guerra Ruso-Japonesa de 1904/1905 que se desarrolló con elementos similares a los empleados en la Gran Guerra. Aquel conflicto fue la antesala a pequeña escala de lo que se viviría en Europa apenas diez años después. Trincheras, alambradas, fortificaciones, masas de soldados con llamativos uniformes intentando sobrepasar barreras de fuego mortal de armas automáticas. La tecnología se había adueñado del campo de batalla y lo sabían los Ejércitos, pero no parece que tuviera efecto en los Planes de Operaciones. Las nuevas armas no entendían de los romanticismos del XIX, de las heroicas cargas de caballería o de los combates frontales de la infantería con derroche de valor y sublime exhibición de energía. A pesar de la tecnología, se dice que en la Gran Guerra murieron tantos millones de caballos y mulos como de hombres.

El Marqués de Santa Cruz de Marcenado había escrito sobre la evolución del arte de la guerra y la influencia de los nuevos armamentos en el campo de batalla y en la organización de los ejércitos en sus Reflexiones Militares editadas a principios del siglo XVIII. Reflexiones muy citadas pero poco leídas, quizá porque Don Alvaro no había ganado ninguna batalla. Desde luego, la influencia de los nuevos armamentos en el arte de la guerra no era una reflexión nueva en Europa.

Pero para empeorarlo todo, en las naciones contendientes, particularmente en Francia y Alemania, se sostenía por doquier la tesis de la corta duración del conflicto derivada de la mortífera potencia del armamento, de la movilización de la nación en armas, de los elevados gastos que supondría mantener y equipar tan elevados contingentes, así como de la paralización económica que sufrirían potencias tan poderosas como las europeas. (Manuel Pérez de Urruti, 1924). Diez millones de muertos en el campo de batalla y cuatro años de combates demostraron lo erróneo de esa tesis.

Este breve repaso a lo que representó una guerra sin objetivos, ni finalidad clara nos sirve para enmarcar la respuesta a la pregunta del pequeño, ¿Que es la guerra, papá?. Compleja respuesta, aunque parezca simple. Desde luego la guerra no es un concepto ético, a pesar de las discusiones filosóficas sobre la guerra justa o injusta, ni jurídico, a pesar de su formal declaración, ni filosófico, a pesar de que cada contendiente dice tener a Dios de su parte, ni incluso militar. La guerra es esencialmente política y existe desde el origen de la civilización, desde que voluntades enfrentadas por un mismo fin, deciden dirimir sus diferencias por la fuerza, al no sobrevenir acuerdo previo alguno. Es por ello que la guerra existe mucho antes que los ejércitos que surgen para precisamente “disciplinar la guerra”, aunque no siempre lo hayan conseguido. (Federico Aznar Fernandez-Montesinos y Andrés González Martín, 2019)

Según Mao Zedong, la guerra es la política con derramamiento de sangre, y la política es la guerra no sangrienta. Decía Von Clausewitz que la guerra es la continuación de la política por otros medios, siendo estos precisamente violentos. Es decir, en frase mucho más clara, la guerra es un acto de violencia para obligar al otro a hacer nuestra voluntad, ya que por las buenas se ha fracasado y el otro ha rechazado nuestras pretensiones. Clara imposición de la voluntad política, eso es la guerra, pura y dura política.

Miguel de Cervantes lo deja aún mas claro. “La guerra tiene por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear”. La historia de la humanidad le da la razón a nuestro eminente escritor, ya que la paz es el orden establecido derivado de las victorias en las guerras, o dicho de otro modo, ese periodo de estabilidad entre guerras. Por ello el objetivo político de la guerra es la “paz”, sin embargo, el objetivo militar es la “victoria” sobre el enemigo, conquistarle, dominarle. Confundir el objetivo político de la guerra con el militar ha llevado a grandes catástrofes en la historia.

Para sorprendernos, aún más, Sun Tzu nos dice en el siglo XI que el supremo arte de la guerra es vencer al enemigo sin luchar, sin armas, es decir mediante el planteamiento político incuestionable, respaldado por la exhibición de unas capacidades militares impresionantes, todo ello unido a unas exigencias razonables.

Sin embargo, explicar a un niño todo lo anterior y que la guerra es obligar por la fuerza a otro a hacer nuestra voluntad, cuando la política ha fracasado, no es tarea fácil. Aunque si ponemos la perspectiva en “micro”, eso es lo que tratan de hacer incluso los niños, hacer su voluntad aunque sea por la fuerza, todos hemos sido niños; por lo que en perspectiva “macro” la guerra es un fenómeno humano, íntimamente relacionado con lo que somos, y con el desarrollo que como especie hemos alcanzado. Es un proceso brutal y cruel que forma parte de nuestra especie y que no tiene parangón con ningún otro en la naturaleza. Aunque sea difícil de entender para muchos, la guerra es una de las características propias de la civilización. (La guerra es el estado natural del hombre. Perez-Reverte).

En fin, hijo mío, probablemente diría su padre después de esta larga reflexión, la guerra es el fracaso de la razón, de la política, de las ideas, de la capacidad de entender la posición del otro por muy diferente que sea, de conseguir que todos estén razonablemente descontentos con el acuerdo final. La guerra, hijo mío, es obligar por la fuerza a otro a hacer nuestra propia voluntad.

Entonces papá, si supriminos los Ejércitos ¿se acabarían las guerras?… …Tú que crees hijo mío.

Luis Feliu Bernárdez

Academico de Numero

Academia de las Ciencias y las Artes Militares

Sección de Pensamiento y Moral Militar