... Leía hoy que la generación que ahora se acerca a la cuarentena están siendo perjudicados por esta pancrisis de manera muy especial, pues les golpea justo cuando encaran la parte más productiva de sus vidas, tanto en el plano laboral, como en la crianza de sus hijos; y eso después de que la crisis económica anterior les atacase, no sólo en sus perspectivas de encontrar su primer trabajo, sino en las de encontrar una Ilusión por hacer algo en un mundo en el que todo parecía ir a peor. Los que capeamos más o menos bien la década anterior y ahora abordamos la siguiente con salud (por el momento) y tranquilidad económica (más o menos), sentimos rabia o lástima por ellos, los vemos como una generación con mala suerte… y creo que nos equivocamos un poco.
Para mala suerte, la de todas las generaciones anteriores, con la notable excepción de la/s nuestra/s. Los padres de esa generación que no ha visto en su vida más que negros panoramas, yo mismo por ejemplo, lo más grave que hemos vivido como sociedad es la/s Crisis del Petróleo. Pero, contemplemos el asunto en perspectiva: antes de aquella crisis, viajar en avión era una excepción para el 99% de las familias, hacer un crucero algo para figurar en los anales de la historia y la mayoría de las familias no tenían coche. Pues parece que eso no fue tan grave, visto cómo siguió la Sociedad adelante; resultó ser poco más que un traspiés de esos que, con suerte, nos hacen avanzar cuatro zancadas en precario equilibrio para darnos cuenta de que, a la postre, hemos adelantado a los que iban a nuestro lado.
¿Y nuestros padres y abuelos? Ellos pasaron por una guerra civil, con centenares de miles de muertos, y seguida de una crisis económica y social brutal (por decirlo suave) de la que empezaron a sacar la nariz por encima del agua allá por los años ‘60’: unos 25 años de hambre, represión y limitaciones de todo tipo. Eso en esta España, en la que ‘la guerra ‘ sigue siendo un hito que, en cualquier conversación, marca un antes, y un después, con poco que se pueda comparar entre uno y otro periodo. Afuera había otras guerras, y no mejores.
¿Y nuestros antepasados anteriores? Aparte de la Gran Guerra, que se terminó rebautizando como Primera Guerra Mundial en cuanto hubo una Segunda, en España hubo la crisis de la guerra de Cuba (y Filipinas, aunque pillase más lejos), antes de eso las guerras carlistas, antes de eso las guerras napoleónicas, antes de esas, las guerras contra ingleses, piratas, sarracenos, etc.
En realidad, con la notable salvedad del reinado de Fernando VI, en el que no hubo guerras durante nada menos que ¡trece! años, y ni una sola epidemia de nada, lo normal siempre ha sido vivir entre guerras, epidemias y hambrunas. Sólo en el siglo XIX se contaron en España más de cien intentos de golpe de estado (algunos triunfaron) y media docena de graves plagas de cólera, fiebre amarilla, influenza (gripe), etc.
Los Estados Unidos contabilizan en toda su historia apenas unas pocas semanas (en total) en las que no estaban en guerra contra unos u otros.
Para cuantificar hasta dónde puede llegar una de esas Calamidades, repasemos el mapa de Turquía. Sí, porque en su costa oeste, en Éfeso, resulta que el antiguo puerto, el que recorrieron Marco Antonio y Cleopatra en uno de sus viajes, cerca de la Avenida de los Curetes, pilla ahora a bastante distancia de la costa, a unos seis kilómetros. ¿Por qué? Pues resulta que fue el resultado de una plaga claramente más grave (de momento) que la del Covid-19. Aquella fue de tal calibre que, por la elevadísima mortandad, se dejaron de cultivar grandes extensiones de terreno, de manera definitiva en casi todos los casos, y las terrazas y bancales que tallaban los montes a lo largo de los ríos de los alrededores, como el Caístro, se desmoronaron, los erosionó la lluvia, y miles de toneladas de terrenos agrícolas terminaron cegando la bahía en los siguientes años…
Y aquí… Si se viaja ahora por la parte montañosa de la costa de Murcia, Almería y Granada, se pueden ver infinidad de terrazas talladas en los montes, a alturas casi inaccesibles, donde ya no quedan los caminos de acceso por los que subirían y bajarían campesinos, mulas, semillas, abonos y frutos. Ahora resulta inimaginable dedicar el esfuerzo necesario para construirlas y para cultivar unos pocos e incómodos metros cuadrados de terreno, pero hace tiempo, quizá mucho, mucho tiempo, había en la zona tanta gente que, para no pasar hambre, había que cultivar incluso esos miserables metros cuadrados. Luego, casi toda esa gente, de alguna manera, desapareció. Las calamidades suceden.
Es el momento de valorar en su justa medida el que en este ¡país! venimos de disfrutar del periodo más largo, con mucha diferencia, de paz y prosperidad desde cuando ‘los romanos’. No es el momento de entrar en las importantes trabas a la libertad, de todo tipo, de los años de dictadura. Más allá de la política, y después de largos años de penurias económicas y sociales agravadas por el aislamiento internacional de España, lo cierto es que los nacidos de mitad del siglo XX en adelante, no recordamos desastres bélicos, ni grave escasez hasta estos días de buscar mascarillas, papel higiénico, levadura o harina de fuerza.
Tan lejos estamos ahora de la mentalidad guerrera de nuestros antepasados, tan difícil nos resulta mentalizarnos en el ambiente de odios o desesperaciones de aquellos conflictos del pasado que, por el contrario, en la última guerra (con declaración de guerra y todo) en la que se vio involucrada España, se dio una situación digna de ser narrada por el mismísimo Gila. Es fácil que, si preguntan cuál fue, no acierte ninguno de los concursantes, y no fue en Irak (en aquello ni hubo declaración de guerra, ni nuestros soldados hicieron nada más de estar cerca, como apoyo político-moral): me refiero a la guerra de Kosovo, justo antes del año 2000. Y allí se dio el curioso caso de que, como parte de la OTAN, le declaramos formalmente la guerra a Serbia y Montenegro, y un ciudadano montenegrino en edad militar se paseó durante todo ese periodo, sin trabas de ningún tipo, por las calles de Madrid, daba entrevistas en televisiones públicas y privadas criticando al gobierno español por la inaceptable agresión a su país, y congregaba cada semana a decenas de miles de personas que le aplaudían a rabiar, sobre todo cuando marcó el gol decisivo en la septima ‘Champion’ del Real Madrid. Me refiero a Предраг Мијатовић o, si lo prefieren, a Predrag Mijatović, en sus mejores años como futbolista. ¿Nos imaginamos una situación así en otro tiempo, por ejemplo con un jugador alemán en la liga inglesa en 1944?
No, desde luego, ahora no estamos mentalizados para esas situaciones. Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis (Conquista, Guerra, Hambre y Muerte) los imaginamos como parte de un decorado en una película de fantasía, no como algo que nos puede afectar personalmente. Viendo en estos vacíos días (lo decía muy bien Sabina: ¿Quién me ha quitado el mes de Abril? ) el panorama, con la Humanidad encerrada y la televisión contando miles de muertos como antes contaba los millones de turistas en la temporada de verano, quizá deberíamos considerar que nos está afectando, personalmente, una catástrofe de un calibre digno de película de superhéroes.
¿Qué podemos aprender de todo esto?
Pues, creo, debemos concluir que las calamidades, salvo raros episodios como el del último medio siglo, no es que pasen, sino que se suceden, y se seguirán sucediendo, y hay que volver a desarrollar las habilidades, virtudes, fortalezas y musculaturas necesarias para superarlas, sin dejar de prepararse para las siguientes. Tanto a nivel Social como a nivel personal y familiar.
A la luz de las enseñanzas de estos días, cobran nuevo valor esas viejas (que nunca rancias) virtudes del trabajo bien hecho, la perseverancia, la caridad, la familia, la colaboración, el positivismo…
Y, para terminar, ruego se me permita presumir de que, en mi artículo de 2 de enero de 2019 en La Crítica, decía que el Futuro es de las mujeres, y resulta que, mira tú por donde, en estos días varios comentarios que circulan por la red destacan que, si ponemos a un lado los países que mejor han gestionado, hasta ahora (al menos), la crisis del Covid-19, y al otro lado los que peor lo han hecho (esperemos que sólo hasta ahora ), resulta que hay un importante sesgo: los que lo han hecho bien están, casi todos, dirigidos por mujeres.
Angela Merkel en Alemania, 蔡英文 (Tsai Ing-wen) en Taiwan, Jacinda Ardern en Nueva Zalanda, Katrín Jakobsdóttir en Islandia, Sanna Marin en Finlandia, Erna Solberg en Noruega y Mette Frederiksen en Dinamarca dirigen gobierno que son claros ejemplos a seguir; han tomado decisiones rápidas, acertadas, imaginativas y sin complejos. Del otro lado, donde hay varones al mando, con Corea del Sur y Japón como excepciones, la mayoría se ha encenagado en inconvenientes políticos, miedos económicos o, en los peores casos, en arrogancias y atrevimientos que venían muy bien en el Neolítico, cuando la fuerza y la agresividad eran elementos utilizables para conseguir prestigio, ascensos y victorias, pero en esta crisis, por mucho que le gritemos o le disparemos cañonazos, el virus no va a reaccionar huyendo. Lo de inyectarse detergente va aparte, en otro nivel más allá del surrealismo mágico.
Y ahora viene lo más difícil. Después de gestionar la epidemia como una guerra, ¿vamos a gestionar la ’paz’ del mismo modo?
Como decía en aquel artículo, “en los últimos millones de años las mujeres han mantenido y motivado equipos (familias, principalmente) huyendo de agresividad e hiper-competitividad. Y ahora va y resulta que justo esas cualidades, las que han desarrollado más y mejor que los varones, son mucho más adecuadas y valoradas en el mundo más adelantado, y serán las imprescindibles en el Mundo Futuro. Ya no hay que cazar para comer, ya no hay que conseguir el ascenso en el escalafón a garrotazos, sino que hay que ascender a base de negociar, convencer y consensuar… cosa que funciona fatal en cuanto se contamina de testosterona”.
Ahora más que antes. Más que nunca.
Félix Ballesteros Rivas
27/04/2020
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