Carlos Cañeque

El maquiavelismo de Jordi Pujol

Jordi Pujol en el Parlament.. (Foto: Andreu Dalmau / EFE)

LA CRÍTICA, 13 ABRIL 2020

Carlos cañeque | Lunes 13 de abril de 2020
(...) Hoy sabemos que Pujol tenía una doble vida, unos afanes lucrativos indecentes, una familia con tintes mafiosos y una fábrica pública de billetes sucios. Durante sus 23 años en el gobierno catalán consiguió crear, mucho más que un partido político, un régimen fundamentado en la educación (adoctrinamiento), en la lengua catalana (como valor identitario), en el miedo a la disidencia y, muy significativamente, en los medios de comunicación públicos. TV3 sigue siendo hoy una televisión con un sesgo inaceptable, completamente al servicio de los independentistas. Puigdemont y Torra son inexplicables sin esta calculada labor propagandística de más de dos décadas con el “España nos roba” como bandera del odio. (...)

El príncipe de Maquiavelo es el primer libro de la historia del pensamiento político que rompe con la moral de la Iglesia y se basa exclusivamente en la experiencia. De ahí que se considere al autor italiano el principal precursor de la Ciencia Política. En este breve texto publicado en 1513 se aconseja que el príncipe (por extensión podemos entender cualquier gobernante) debe tener mucho cuidado en que todos le vean “lleno de bondad, de buena fe, integridad, humanidad y religión”. Sin embargo, a Maquiavelo le parecía que todas estas virtudes, entre las que la religiosidad “es la más necesaria”, suelen resultar perjudiciales a un gobernante que las asuma realmente como atributos de su forma de gobernar. El gobernante (que ha de ser al mismo tiempo astuto y fuerte, “zorra y león”), debe circunscribir estas máscaras de la virtud al mundo de las apariencias escénicas sin condicionarse éticamente por ninguna de ellas. Durante sus 23 años de gobierno, Jordi Pujol consiguió desarrollar un eficacísimo proyecto social (“construcción nacional”) en el que ya estaba desde el principio la semilla independentista que luego explicitarán Mas, Puigdemont y Torra. Por su habilidad para presentarse con valores éticos y por su capacidad para diseñar símbolos y ritos nacionales -como el de vestirse con la senyera cada vez que se cuestionó su honradez-, la figura de Pujol tiene mucho de liderazgo carismático y religioso. Incluso su estancia en la cárcel durante dos años y medio en el franquismo ha sido percibida por muchos catalanes como una suerte de sacrificio. Su propia “confesión-autoinmolación” en 2014 podría verse también como un sacrifico altruista oficiado para salvar a su familia. Pero ¿es Pujol realmente el hombre religioso que dijo ser en numerosas conferencias con títulos como “Catalanidad y catolicismo”? No parece nada fácil imaginarse a Pujol (y a todos los integrantes de su familia) revelando con sinceridad sus pecados a un sacerdote… Pujol ha sido un líder carismático (carisma significa en griego “don de Dios” y es el primer tipo de dominación de Max Weber, el más irracional y religioso), un Moisés que ha conseguido hacerse respetar y temer incluso entre las izquierdas catalanas y españolas. Con ironía, Maquiavelo nos dice en su capítulo sobre los principados eclesiásticos que, a pesar de ser indefensos y de no tener gobierno sólido ni ejército, son los más seguros porque “sus soberanías están erigidas y conservadas por Dios mismo; pero como son gobernados por causas superiores que la razón humana no alcanza, los pasaré en silencio”. Recordemos que en 1974 Pujol fundó su partido en el monasterio de Montserrat.

Hoy sabemos que Pujol tenía una doble vida, unos afanes lucrativos indecentes, una familia con tintes mafiosos y una fábrica pública de billetes sucios. Durante sus 23 años en el gobierno catalán consiguió crear, mucho más que un partido político, un régimen fundamentado en la educación (adoctrinamiento), en la lengua catalana (como valor identitario), en el miedo a la disidencia y, muy significativamente, en los medios de comunicación públicos. TV3 sigue siendo hoy una televisión con un sesgo inaceptable, completamente al servicio de los independentistas. Puigdemont y Torra son inexplicables sin esta calculada labor propagandística de más de dos décadas con el “España nos roba” como bandera del odio.

A pesar de la importancia de los Médici y los Borgia en su Florencia natal, Maquiavelo no habla directamente de la familia del príncipe ni de sus corruptelas. Sí lo hace en cambio de la imagen negativa que deja en un gobernante la avaricia, “cuya infamia va acompañada siempre del odio público”. Evitar la visibilidad de la avaricia tal vez haya sido uno de los pocos consejos no suficientemente atendido por este gobernante maquiavélico. Estos días el gobierno de Pedro Sánchez plantea unos nuevos pactos de la Moncloa con la intención de encontrar un nuevo consenso político en nuestro país y de paso incluir en él al menos a parte de los independentistas catalanes y vascos. Creo que es un proyecto algo peligroso, sobre todo desde un gobierno de coalición débil con grandes diferencias entre sus dos componentes. El verdadero consenso se alcanzó en 1978 y no me parece prudente salir de sus marcos establecidos entonces: autonomía, lengua y cultura. Pero autonomía no significa soberanía; lengua debe significar bilingüismo y cultura ha de ser toda la que se produce en Cataluña, en el idioma que sea. El salto al nacionalismo populista e independentista, latente en Pujol y explicitado después en Mas, Puigdemont y Torra, es un gran error que sólo ha producido y producirá el conflicto institucional y civil. Cataluña no es, como proclaman los soberanistas, un solo pueblo homogéneo sino una sociedad plural. Está claro que aspirar a un estado identitario propio implicaría que los catalanes nos dividiéramos en dos frentes hostiles. Debemos seguir siendo una comunidad autónoma integrada en España y Europa. No ver esto es una falta de inteligencia y de pragmatismo. Jordi Pujol fue muy hábil en instrumentalizar la lengua, la enseñanza y los medios de comunicación para su causa. Los réditos de su largo mandato me hacen ser pesimista en el futuro cuando veo los sondeos que muestran un claro ascenso independentista entre las generaciones más jóvenes catalanas, incluso entre los hijos de los inmigrantes nacionales e internacionales. Es increíble que ni siquiera en 2014, año en que confesó su delito mantenido durante más de dos décadas, apareciera una sola pancarta en contra de Pujol en La Diada del 11 de septiembre. No es respeto a su carisma, es miedo y fe religiosa cultivada por una secta durante mucho tiempo.

Quiero terminar este artículo refiriéndome, ya en el ámbito de la literatura, a mi próxima novela titulada “Jorge Pujols en el laberinto de su Purificación” (Ediciones El Criticón). Se trata de una parodia indirecta en la que el lector reconocerá no pocas similitudes entre la persona (Jordi Pujol) y el personaje (Jorge Pujols).

Carlos Cañeque
Profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona, escritor y director de cine.