... No deja de sorprenderme que tal psicópata totalitario chino tuviera tantos admiradores –algunos realmente fanáticos– en Occidente, y concretamente en España. En mi artículo anterior (“La Cina è vicina”, La Crítica, 26 de Marzo) mencionaba la sopa de letras de partidos y organizaciones maoístas en España durante los años de la Transición, y a algunos dirigentes políticos e intelectuales realmente excéntricos que habían comulgado con un supuesto “maoísmo”.
No me sorprenden tanto los parias políticos, “lumpen-intelectualidad” marginal, tipo José Sanromá (Pepe el Chino), Eladio García Castro, Nazario Aguado, es decir toda la patulea de dirigentes de ORT, PTE y líderes sindicalistas afines, como algunos intelectuales de cierta reputación que más tarde obtendrían notoriedad bajo la tutela del PSOE: Jordi Solé-Tura (“padre” de la Constitución y ministro de cultura), Joaquín Estefanía (director de El País), Francisco Velázquez (director general de la Policía y de la Guardia Civil), etc. Y no trato de ocultar a otros que tuvieron una regeneración ideológica más radical y positiva, como Pío Moa o Federico Jiménez Losantos.
Menciono los casos que conozco, pero estoy seguro que hay muchos más entre la nutrida progresía intelectual y cultural española de finales del siglo XX, cómodamente instalados en cargos ministeriales, medios de comunicación y departamentos universitarios.
La crisis del coronavirus está demostrando que la actitud de los psicópatas dirigentes maoístas en China no ha cambiado respecto al criminal “pensamiento Mao Tse-tung” a la hora de admitir que en esta guerra biológica –intencionada o accidental- el número de víctimas de los propios súbditos chinos es abrumadora (no 3.305, según las estadísticas oficiales, sino más de 47.000 muertos, según estimaciones de fuentes críticas chinas solo para el epicentro pandémico de Wuhan y territorios adyacentes a finales del pasado Marzo). El número oficial total de contagiados en China para las mismas fechas (81.518) tampoco resulta creíble, algo “grotesco” lo ha calificado el senador norteamericano Marco Rubio.
La “neurastenia” que el doctor Li Zhisui agudamente diagnosticó en Mao y en el maoísmo (“una enfermedad peculiar comunista resultado de estar atrapado en un sistema sin salida”, The Private Life of Chairman Mao, New York, 1994, página 109) es la base psicológica de las burdas mentiras del régimen, la propaganda y la desinformación sistémicas y sistemáticas, con la colaboración servil de la Organización Mundial de la Salud (es decir, la ONU).
Aparte de una especie de difuso “nuevo maoísmo”, verdadero virus ideológico transversal que ha infectado en las últimas décadas a los admiradores papanatas del modelo económico chino y sus presuntas capacidades como gran potencia (¿la “China vital” según algunos?), algo tangible e inmediato es la actitud mendaz ante la crisis de la pandemia por parte de algunos gobiernos occidentales, como por ejemplo el social-comunista español, cuya credibilidad niegan más de un 63 por ciento de los españoles según las encuestas más recientes.
En los últimos días los españoles hemos sido testigos del fiasco de algunas “ayudas” provenientes de China, cuyo régimen ha intentado presentarse ante la opinión pública internacional como un gestor eficaz en la contención de la crisis y de los paliativos para la misma, con una pretensión ridícula aparentando ser una gran potencia mundial. No cuestionamos la honradez y laboriosidad ejemplares de los ciudadanos chinos en nuestras sociedades, e incluso la de los súbditos –en algunos casos auténticos esclavos- de la tiranía política en su país, no contaminados ideológicamente. Nuestra admiración es absoluta para los movimientos de rebelión democrática en Hong Kong y para el exitoso bastión de resistencia en la República de China en Taiwan, ambos casos casi borrados hoy por la propaganda y la desinformación de Pekín.
Quizás sea el momento y la oportunidad de desenmascarar como “tigretitos de papel” a algunos partidos y políticas social-comunistas, necesariamente prescindibles, en nuestras democracias liberales. El presidente Trump que, a mi juicio, ha sido demasiado diplomático conteniéndose en sus críticas a Xi Jinping y al corrupto régimen que lidera, en conciencia no dudará que las opiniones de algunos senadores como Marco Rubio, Tom Cotton, Josh Hawley y otros (el Partido Demócrata y la progresía mundial siguen atenazados por la corrección política), respecto a la responsabilidad criminal de la China comunista y la exigencia de que algún día pague por ello, son opiniones inapelables. Para los que creemos en la libertad y en la democracia constitucional, el decadente régimen maoísta que ha desencadenado esta maldita pandemia es, como viene observando el sinólogo crítico Gordon Chang (The Coming Collapse of China, Arrow Books, London, 2002), material y moralmente el verdadero “tigre de papel”.