... Quiero reivindicar el tapabocas tradicional, prenda de lana o felpa antiguamente muy usada en el ámbito rural por los hombres. En los 70 fue desplazado por la más liviana bufanda que mi madre me obligaba a llevar y que definitivamente abandoné diez años después cuando llegó a convertirse en elemento diferenciador de clase especialmente si iba anudada de un modo especial.
Recuerdo a mi abuelo colocándose cuidadosamente un tapabocas negro hasta con cuatro vueltas alrededor del cuello. El tapabocas era simplemente un bufandón gigante de hasta tres metros de largo y más de medio metro de ancho que protegía del frio y enfermedades. Las mujeres lo sustituían por un pañuelo grande que después de cubrir la cabeza se envolvía alrededor de garganta, boca y nariz. -“No es pal frio, a saber la cantidad de bichos que tragamos y que no vemos” –me dijo una vez mi tía cuando yo era pequeño demostrando ella una sabiduría innata.
Bueno, a lo mejor no era tan innata. Su padre (mi abuelo, el obsesionado con el tapabocas que murió con 93) vivió de joven la mal llamada Gripe Española de 1.918 y 1.919 que se llevó por delante a 200.000 españoles y 50 millones en todo el mundo aunque algunos afirman que fueron más. Fue la pandemia más mortífera en números absolutos tras la peste negra del S.XIV pues esta liquidó a un tercio del mundo conocido entonces con 200 millones de fallecidos.
Digo mal llamada “Española” porque parece haber coincidencia en que vino desde EEUU cuyos soldados diseminaron el virus por toda Europa en sus campañas de la 1ª Guerra Mundial. Aquí que, no había guerra, se tomaron a chanza - tal como ha hecho nuestro gobierno recientemente- las primeras infecciones negando permanentemente en la prensa cualquier motivo de alarma. La llamaban los periódicos jocosamente “La Gripe de Moda”. Con el paso del tiempo y tras 8 millones de afectados -misteriosamente y a diferencia de ahora los niños y ancianos se libraban- las risas se cambiaron por lágrimas y a bombo y platillo se divulgaban las cifras de fallecidos lo que hizo que el resto de potencias embarcadas en la guerra, poco interesadas en declarar sus bajas, le pusiesen tan desafortunado nombre. Recientes estudios apuntan que tal vez el nombre no es tan desafortunado y que pudo haber habido mutaciones o brotes previos especialmente en Madrid.
Un equipo de doctores de la Universidad de Arizona dirigidos por Michel Worobey ha publicado una interesante teoría para explicar la inexplicable inmunidad de aquellos viejos a la gripe de moda y que resumido y traducido a lenguaje no científico viene a decir que aquellos mayores en su infancia, cuando mejor se educa al sistema inmunitario (¡ojo papás que queréis tener a vuestros niños en una permanente campana de cristal!), ellos y solo ellos por aquello de las rotaciones y mutaciones que hoy traen de cabeza a los médico de la OMS para acertar con la vacuna anual, debieron haber estado expuestos a algún virus parecido al de la pandemia que les confirió una inmunidad parcial.
Sea como fuere, además de tomar entonces a broma a la gripe de moda en su fase inicial aquella pandemia tiene muchas similitudes con la actual y esperemos que no las tenga en el número de afectados. Hay que tener en cuenta que hace 100 años la medicina estaba en mantillas comparada con hoy día, de hecho los virus aún no se conocerían hasta 1935 y los biólogos buscaban la bacteria de la “influenza” sin saber cómo, aunque sospechaban acertadamente como se transmitía. En las fotos de época puede a verse a todos los servidores con rudimentarios tapabocas de tela, costumbre que enraizó más tarde en la gente y seguramente también en mi abuelo.
Vean a continuación un recorte esclarecedor del Boletín Extraordinario de la Provincia de Burgos disponible en: https://es.wikipedia.org/wiki/Pandemia_de_gripe_de_1918 que, salvo lo del aire libre ahora prohibido, sigue teniendo sentido. Y protéjanse incluso con tapabocas si no hay un método mejor.