Los presidentes de China y EEUU, Xi Jinping y Donald Trump. (Foto: www.cnn.com).
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Mil muertos haciendo
señales de humo
y un iroqués reclamando
el imperio en declive
Lo que Trump no puede decir, aunque lo piensa, lo dice Dan Patrick, vicegobernador de Texas, en unas declaraciones en las que ha afirmado que ...
... la vida de las personas mayores no debe impedir que siga la ingente obtención de plusvalía de la oligarquía estadounidense, por lo que las personas mayores deberían estar dispuestas a morir para que los beneficios continúen. Obviamente lo ha expresado con siniestras palabras torticeras: “Aquellos de nosotros que tenemos más de 70 años, nos ocuparemos de nosotros mismos pero no sacrifiquemos el país”, aunque su plural mayestático obviamente no se refería a él sino a los otros, porque la razón de fondo es que “todos los expertos dicen que el 98% de todas las personas sobrevivirán”, además los muertos serán viejos que ya no pueden producir plusvalía, al contrario, solo son un gasto cada vez mayor. Como dijo la Lagarde, “estos pensionistas viven demasiado”. Solo les queda verbalizar su más obscuro deseo: “este virus va a ser muy oportuno para quitarnos peso muerto”.
Por ello, las voces oligárquicas en Estados Unidos han empezado a lanzar la idea de que “el impacto en la economía podría ser más grave que el coronavirus”. Y, por eso, la Administración de Trump piensa abrir todos los sectores económicos que pueda, aislando a las poblaciones de mayor edad y permitiendo que los jóvenes vayan a trabajar.
Mientras la epidemia se extiende por los estados más poblados del país como son Nueva York en la costa este, y California y Washington en la costa oeste, y el número de casos confirmados se multiplica por el resto de la nación, Trump ya tiene fecha para el fin de las medidas de confinamiento, el 12 de abril, domingo de Resurrección, con la que un servil periodista se ha permitido el macabro juego de palabras, será “el día de la resurrección de Estados Unidos”, porque sería una “resurrección” de unos pocos a costa de un gran número de muertos, mayoritariamente personas mayores. Y Trump se ha lanzado a argumentar que “perdemos miles de personas cada año por la gripe y nunca hemos cerrado el país. Perdemos mucha más gente en accidentes de automóvil y no los prohibimos. Podemos distanciarnos socialmente, podemos dejar de darnos la mano por un tiempo. Morirá gente. Pero perderemos más gente si sumimos al país en una recesión o una depresión enorme. Miles de suicidios, inestabilidad. No puedes cerrar Estados Unidos, el país más exitoso”.
¿Qué le preocupa a la Administración Trump y a la burguesía monopolista estadounidense? Que los casos confirmados se multiplican y pronto será el país con más contagiados. ¡No! Que ahora ya sea el tercer país más afectado con una tasa de infecciones que se duplica cada tres días. ¡No! Que se haya convertido en uno de los principales epicentros globales de la pandemia. ¡No!
¿Le preocupa que las medidas de distanciamiento social decretadas provoquen un frenazo de la economía sin precedentes? ¡Sí! Que las acciones de Wall Street han perdido una tercera parte de su valor en un mes. ¡Sí! Que la economía llegue a reducirse en un 30% en el segundo trimestre del año y la tasa de desempleo se dispare al 13%. ¡Sí! Un exconsejero delegado de Goldman Sachs ha sentenciado que “machacar la economía, el empleo y la moral también es un asunto de salud, y más allá. En muy pocas semanas, dejemos a aquellos con riesgo más bajo volver al trabajo”.
Otro “experto” académico ha planteado, con heladas palabras letales, pasar de la “prohibición horizontal” a la “vertical o quirúrgica”, es decir, encerrar a la población más vulnerable, ya sabemos, los mayores, y sacar al resto a la calle con las recomendaciones propias de una temporada de gripe. Sus frías preocupaciones económicas –“me preocupa profundamente que las consecuencias sociales, económicas y de salud pública de este casi total colapso de la vida normal puedan ser duraderas y calamitosas”- terminan mortalmente -“posiblemente más graves que el peaje directo del propio virus”- es decir, que los fallecidos por el virus son un peaje barato comparado con la posible pérdida de inmensos beneficios de la oligarquía norteamericana.
En el polo opuesto, China no solo ha logrado contener por completo la epidemia -no presenta nuevos casos, ni siquiera importados, desde hace varios días, y el 89% de los infectados ya se han curado-; sino que ha pasado de ser el foco de la pandemia a ser el principal “exportador” de la solución, y ello por varios motivos. En primer lugar el “modelo chino” de contención de la enfermedad es el único que se ha mostrado exitoso. Un modelo basado en la ejecución de medidas drásticas de contención, anteponiendo por encima de todo la salud de la población, y no las graves consecuencias económicas que estas medidas generan; la movilización conjunta de todos los recursos del país, públicos y privados, en pos de este esfuerzo; la centralización política para gestionar la crisis -en base al centralismo democrático aplicado por la autoridad del Partido Comunista y el Estado chinos-; y por último, siempre apoyándose en la gente, como si fuera una “guerra popular” contra el Covid-19, lo que ha implicado una gigantesca colaboración ciudadana, una disciplina social y una concienciación colectiva.
En segundo lugar, China es la única potencia que está ayudando -tanto con asesoramiento científico como con miles de toneladas de ayuda material- a los países afectados, sobre todo de la Unión Europea y muy especialmente a Italia y a España. Al intercambio de información sobre el virus entre expertos chinos y españoles, y el medio millón de mascarillas donadas por el gobierno chino y que ya han llegado al aeropuerto de Zaragoza, hay que sumar las de muchas empresas y organizaciones sociales de este país, que están ofreciendo donaciones a España, desde las empresas Huawei (con un millón de mascarillas), Alibaba (500.000) y Xioami hasta el propio Banco de Construcción de China. Así mismo se ha comprometido con España a abrir corredores para la importación de equipos de protección individual (EPI) y equipos médicos, tanto para hospitales y centros sanitarios como para que no se colapsen los servicios sociales.
Ante todo el planeta han aparecido descarnadamente dos caminos, un Trump letal o una China vital, que expresan que, a nivel mundial, la pandemia está agudizando todas las contradicciones y está creando una situación internacional extremadamente móvil, convulsa e impredecible.
En la pequeñez
de la conciencia humana
reside la grandeza
del resto de la materia
Eduardo Madroñal Pedraza