“En el día de hoy vencido y derrotado el COVID-19 los últimos enfermos han abandonado el hospital. La pandemia ha terminado. 1 de agosto de 2020. El Ministro de Sanidad” (...)
¿Se imaginan que dentro de unos meses pudiésemos escuchar tan agradable noticia por un portavoz sonriente con voz rasposa? Posiblemente nunca lo veremos entre otras cosas porque al ser una pandemia lo que se logre en un pequeño país que representa el 0,8% de los pobladores del Planeta es de una importancia relativa, también porque, aunque se trate de una verdadera guerra ya los comunicados de victoria no son tan ceremoniosos y por último porque las cosas no están tan claras a tan corto plazo. Nos dicen los científicos investigadores que este maldito bicho -el coronavirus SARS-COV-2 responsable de la enfermedad COVID-19- ha venido para quedarse aunque también nos aseguran que pasado un tiempo su morbilidad y mortalidad baje hasta ser parecida a la de la gripe.
Sí que es posible que dentro de unos meses los nuevos contagios sean muy escasos y que el marcador entre el “Guadaña Sport” y “Sanitarios Atlético” sea muy distinto al de ahora que nos ganan por goleada. También nos dicen que para la nueva temporada ya habrán reforzado los atléticos la plantilla con vacunas, nuevos antivirales y eficaces medicamentos de terapia combinada capaces de dejar al bicho o sus complicaciones en su mínima expresión a menos que mute el muy… cabrito (hoy no estamos para rimas)
Por mucho que ahora estemos en lo más duro de una batalla, no está en mi ánimo al hacer una parodia de un conocido parte de guerra tratar de refrescar nada del pasado, no están los tiempos para ello, y además porque hay dos razones poderosas, la primera es que no me gusta removerlo cuando puede herir sentimientos: lo enterrado, enterrado está y no debe moverse; y la segunda porque no viví aquellos momentos, mi padre era por entonces un jovenzuelo imberbe gracias a lo cual se libró de ir al frente y es en sus relatos donde cobra sentido el encabezado.
Me contaba mi padre que en aquellos duros años él y otros jóvenes del pueblo se amontonaban en los pocos aparatos de radio de válvulas –o de lámparas como vulgarmente se conocían– para escuchar el parte de guerra que puntualmente era radiado cada día. Tras escuchar el número de muertos rezaban pues entre los caídos era muy posible que hubiera algún familiar o conocido en uno u otro bando y muchas veces en los dos.
Mucho debió marcarle esos difíciles momentos a mi padre y a los de su época pues hasta bien entrados los noventa era normal oírles: “voy a escuchar el parte”, cuando en realidad se ponían delante del televisor a ver el telediario o escuchar la radio, ahora ya con un transistor forrado de cuero marrón.
Cuando ahora veo o escucho los informativos interesándome por las cifras de afectados o muertos, siento el mismo miedo que quizás sentían aquellos jóvenes, moderado, porque las redes sociales y la comunicación fluida ya te han podido anticipar si entre ellos hay uno de los tuyos.
–¿De los tuyos? ¿Quiénes son los nuestros? –Todos son nuestros y quizás los que ya no son de nadie más que de la memoria de sus allegados podían ser menos si se hubieran hecho las cosas más a tiempo sin ideologías espurias o intereses personales. Permítanme al respecto que traiga a colación una cita muy bien replicada por Ernest Hemingway en “¿Por quién doblas las campanas?” pero que es del magnífico y poco conocido poeta inglés John Donne que la escribió, pálmense los snobs descubridores de “pangéa”, “la pacha mama” y “conservacionistas de todo bicho viviente” en nada menos que 1612. Dice traducido libremente así: “Nadie somos una isla… cada hombre somos un pedazo de la masa continente… Si el mar se lleva un pedacito de nuestra tierra, Europa se queda reducida a un promontorio aislado… la muerte de cualquiera me disminuye a mí que soy parte de la humanidad… por eso cuando oigas repicar a muerto no preguntes por quien… las campanas doblan por ti.”
Si una cosa hay clara es que las guerras –y esta lo es– se ganan con unión. Como he dicho antes no me gusta recordar el pasado por lo que no restregaré a nadie por qué se perdieron algunas.
La gente está dando –salvo contados energúmenos– ejemplo de unidad, cumplimiento y responsabilidad. Falta que nuestros políticos hagan lo mismo dejando a un lado sus intereses. Si nuestros gobernantes aparcan sus diferencias esta lucha será breve a pesar de las carencias iniciales ya que tenemos la suerte de tener unos profesionales magníficos que no dudan en arriesgar sus vidas por nosotros.
Si falta esa unidad es muy posible que el parte, declaración, comunicado o lo que sea se demore más de la cuenta habiendo tenido que escuchar para entonces muchos redobles de campanas.