No sé ustedes, pero yo no termino de comprender que una de las extremidades de España campe por sus respetos, poniendo a su conjunto en riesgo permanente. Porque, más aún con la globalización, las consecuencias de una mentira o de una verdad, y dependiendo de su calibre, afectan de manera imprevisible a la credibilidad -prestigio- y a la economía de un país como es España y, por ende, al bienestar de sus ciudadanos, negativa o positivamente.
Sin contar la hartura, ya de años, que impregna nuestros corazones de rechazo a todo lo que huela a catalán, por más que queramos ser razonables y queramos asimismo rechazar ese sentimiento por injusto y nada razonable: ni todos los catalanes son enfermos de odio ni mucho menos, así como ni todos los españoles están por lo que estoy escribiendo, que hasta desde el Gobierno actual, desde una de las partes de las que hoy lo componen, están mucho más cerca de esas posiciones de odio enfermizo que de las nuestras. O de las mías, para que nadie confunda.