... El injusto nombre de la primera pandemia global coincidió con el fracaso trágico del primer experimento socialista en Rusia de los criminales bolcheviques Lenin, Trotsky, Stalin y sus cuates. El nombre del último, el “coronavirus”, merece recordarse en la Historia como el virus chino del maoísta Jinping.
Todos los socialismos y populismos actuales en Occidente -nos guste o no, pese a la corrección política- son tributarios de tan siniestros precedentes.
Hace pocos días, en el club Siglo XXI de Madrid, algunas viejas glorias del PSOE añoraban un partido PSOE más moderado y socialdemócrata que el de Zapatero y Sánchez, pero lo cierto es que un partido que se denomina “socialista” y “obrero” en el siglo XXI ya bien entrado en que estamos es más que nada un recurso nostálgico y un melancólico “wishful-thinking” (pensamiento desiderativo, tradujo Julián Marías) sin sentido de la realidad.
El socialismo, como muy bien y tempranamente observó Roberto Michels, inventó la partitocracia (es decir sus cimientos, la “ley de hierro de la oligarquía” en los partidos y sindicatos de masas obreras y minorías intelectuales) que se contagia y magnifica en el comunismo, fascismo, nazismo y diversos populismos de izquierdas. A lo largo de los siglos XX y XXI, con la extensión de la democracia, la partitocracia –especialmente en los sistemas parlamentarios- también será asumida progresivamente por los partidos de centro y derecha (democristianos, liberales, conservadores, nacionalistas y regionalistas, etc., especialmente en la Unión Europea).
Estados Unidos con su peculiar sistema de partidos y elecciones se ha librado relativamente de la partitocracia hasta tiempos recientes en que ha comenzado una transformación del Partido Demócrata en un partido socialdemócrata al estilo europeo. La forma más radical se ha operado desde 2008 con las candidaturas presidenciales de Barack Obama, Hillary Clinton, y Bernie Sanders. Éste último ya no tiene empacho en declararse socialista en 2016 y 2020, practicando una nueva forma de “entrismo”. Si los trotskistas lo hicieron con los partidos socialistas, Sanders lo hace ahora con el Partido Demócrata (por cierto, recientemente hemos sabido que en los años 1980s el alcalde y congresista “independiente” de Vermont apoyó precisamente las candidaturas del trotskista Socialist Workers Party, y admiró las dictaduras castrista en Cuba y sandinista en Nicaragua).
Estamos, pues, en la que he denominado en un ensayo anterior la era “Mob Politics”, con un Socialismo Zombi o Socialismo Basura (ya en 1917 el propio Trotsky, con su característica arrogancia, condenó a todos los socialistas –menos el suyo- al basurero de la Historia). Esta fatal arrogancia, según Friedrich A. Hayek, es precisamente el gran error intelectual y moral del Socialismo (The Fatal Conceit. The Errors of Socialism, 1988).
Hayek mantuvo (The Constitution of Liberty, 1960) que la era del Socialismo, iniciada en 1848 (según Tocqueville y Marx-Engels, entre otros), se extingue definitivamente cien años más tarde, tras la Segunda Guerra Mundial, con la expansión del Welfare State. El “socialismo realmente existente” degeneró en dictaduras totalitarias, y el “socialismo democrático” o socialdemocracia (Internacional Socialista desde el Congreso de Fankfurt en 1951) intentó regenerarse evolucionando hacia posiciones liberales y la economía de mercado. Pero el gran filósofo y economista austriaco no previó la prolongación de las fantasías socialistas a partir de los años 1960s. La Revolución Castrista y otros movimientos revolucionarios tercermundistas, especialmente en la América hispana (el pro-castrista Sandinista, el pro-maoísta Sendero Luminoso, incluso los más populistas del Peronismo y del Chavismo, etc.) alentaron el espejismo de un posible nuevo socialismo revolucionario, pero su estrepitoso fracaso en todos los casos es notorio y se encuentran hoy en una trágica fase final decadente, tras causar inmensos sufrimientos a sus respectivas sociedades.
Esta pandemia del coronavirus está demostrando que nuestra lamentable e incompetente clase política (con muy pocas excepciones) es incapaz de comprender las diferencias entre lo público y lo privado, y que el papel del Estado constitucional no es practicar el estatismo socialista.
Si España fuera una democracia liberal consolidada la mayoría de nuestros gobernantes nacionales y nacionalistas deberían ser juzgados por criminales. El coronavirus ha puesto en evidencia las falacias y falsedades de este Socialismo Zombi que nos gobierna.
Mi opinión personal (coincidiendo en gran medida con el presidente Donald Trump y el senador Tom Cotton) es que China comunista es culpable, y que su siniestro presidente Xi Jinping es el responsable máximo. Como ocurrió con la falsamente llamada “gripe española”, cuyos orígenes todavía se desconocen entre otras razones por la censura y el ocultamiento en la Rusia comunista, la información hoy sobre el “coronavirus” proveniente de la China comunista es pura propaganda y desinformación.
La historia contemporánea del comunismo en Rusia y China, del islamismo en Irán y de los diversos populismos latinoamericanos, sin ir más lejos, con sus múltiples y multiplicables émulos y tributarios entre algunos partidos de nuestras democracias occidentales, nos enseña que el Socialismo ha muerto y que los remedos de resurrección con fórmulas estatistas anti-capitalistas, se parecen más a experimentos “Frankenstein”, de naturaleza fascistoide, o de lo que vengo llamando fascismo-leninismo (v. Manuel Pastor Martínez, “Dirty Little Secret: ¿el fascismo-leninismo?”, Kosmos-Polis, 2015, y ”Dirty Little Secret: ahora todos somos algo fascistas”, La Crítica, 2016).