Juan Diego García González

Yo digo España

César Alonso de los Ríos (1936 - 2018).

DEDICADO A CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS

LA CRÍTICA, 12 ENERO 2020

Juan Diego García González | Domingo 12 de enero de 2020
Quiero recordar y por ello dedicar estas líneas a César Alonso de los Ríos. Periodista y escritor, fue sobre todo un intelectual y, por ello, un personaje valiente. Identificado con la izquierda política, nunca verán su figura y reflexiones reivindicadas por ningún partido u organización actual que se autodenomine de izquierdas. (...)

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Cabría preguntarse el porqué, y la respuesta se debe a que fue uno de los que antes supo ver las contradicciones que, orgullosamente, hoy admiten cabalgar aquellos que se piensan jinetes de la izquierda. Alonso de los Ríos fue de los primeros en señalar que la izquierda española, en su sempiterno revanchismo, insiste en cargar sobre la idea de España su autoalimentada sensación de derrota. Erudito sin complejos, siempre combatió armado con la razón los constructos ideológicos que esta pseudo-izquierda ya comenzaba a propalar. Recordemos su firme oposición a intercambiar el término de Estado por el concepto de España, hoy tan común entre los que se creen progresistas y los que siguen el juego de la corrección política.

No nos ha de extrañar por tanto que sea un personaje incomodo para todos estos grandes timoneles, hoy victoriosos, que en su historial solo acumulan naufragios. En sus escritos revela sus grandes mentiras y tomó a la perfección la talla del disfraz que visten; por ello, no debemos más que acudir a su legado para enfrentarlos a sus falsedades. Me refiero a que, si hoy, por ejemplo, quisiéramos contestar a esa denuncia izquierdista tan extendida que acusa a la derecha de apropiarse de la idea de España, no tendríamos más recordarles aquello que ya dijo Alonso de los Ríos: no hay ni hubo una izquierda reconciliada con la idea de España y sus símbolos, antes la ha despreciado.

Todas sus reflexiones, resultantes de la combinación de su nutrida experiencia con su brillantez intelectual, le llevó a plantear una serie de pronósticos que, tras estas últimas elecciones, tristemente se han materializado. Ya advirtió de que, “si el unitarismo fue clave en el deterioro del franquismo, la negación de la unidad está siéndolo para el régimen actual”. Él, antes que muchos, entendió la deformación que sufrió el progresismo en España tras la transición, fundiéndose en aquellos movimientos políticos en su mayoría reaccionarios que tienen como base la defensa de privilegios territoriales y la protección de los particularismos identitarios.

Suya, como la de otros pocos, fue el decoro, la valentía y la honestidad intelectual para denunciarlo. A César, como a este que escribe y como a mucho de ustedes, le dolía España. Veía una España donde la razón no amparaba, donde imperaba impune la mentira y la iniquidad; una España que avanzaba inexorable hacia su derrota cultural e ideológica sin que se diera apenas voz a aquellos que emprendían su defensa.

Denunció hasta sus últimos momentos que en España padecemos un pseudo-progresismo barato lleno de revanchismo que se encuentra muy alejado de la voluntad mayoritaria y el bien común. Señaló su necesidad de instalar un control educativo e informativo que le asegure tanto el control sobre el desarrollo ideológico de las nuevas generaciones como la formación de un estado de opinión que preconfigure el subconsciente de buena parte de la ciudadanía.

Pero a César no solo le dolía España, también lloró por ella. Lagrimas de rabia, que las peores son por sumar ira a la tristeza. Rabia que le ocasionaba el hecho de que, la izquierda, en su actitud hispánico-nihilista no solo consintiera las recurrentes humillaciones que infieren los nacionalistas, sino las utilizara en un grado mayor para su propia estrategia partidista y afianzamiento del poder. Como escribió el propio César, “los constitucionalistas de buena fe echan mano de la doctrina, de la historia, de la lógica y no le salen las cuentas mientras los de mala fe, los consultores del Gobierno aconsejan la vía de los hechos consumados, esto es, el pisoteo de la lógica, de la ley, de la dignidad nacional”. ¿Les suena?

Entonces, como ahora, España estaba en manos de los políticos más ingratos y perjuros de la democracia. Políticos que no solo carecen de dignidad, sino que mercadean con la de aquellos que gobiernan. Por eso mismo César Alonso de los Ríos decía España: porque esa era la mejor forma de defenderla. La nombraba armado con la razón y el sentido común, virtudes con las que contaba y que dan sentido completo a ese legado que hoy muchos reclamamos. Hoy, ante el escenario que enfrentamos, resulta difícil no acordarse y buscar inspiración en figuras como esta. Hoy, como César hiciera antes, yo digo España.

Juan Diego García González