Manuel Pastor Martínez

Choque de Civilizaciones 2020

La ONU denuncia la persecución de la comunidad islámica Rohingya. (Foto: France24).

LA CRÍTICA, 21 DICIEMBRE 2019

Manuel Pastor Martínez | Viernes 20 de diciembre de 2019
Leí la obra Clash of Civilizations (primero un ensayo en 1993, después un libro en 1996) del politólogo estadounidense Samuel P. Huntington y escuché en directo una charla suya en la Universidad de Harvard a finales de la misma década, durante mi estancia de casi tres años (1998-2000) como director del Colegio Complutense en el prestigioso campus norteamericano. (...)

... Su muerte pocos años después, en 2008, coincidió en la época de la desaparición también de otros dos gigantes de las ciencias sociales en Harvard, David Riesman (en 2002) y Daniel Bell (en 2011), a quienes también tuve la oportunidad de escuchar en sendas charlas (casualmente hice y conservo fotos únicas de ambos en un homenaje al primero) y cuyas investigaciones sociológicas sobre la Cultura política subyacen a las de Huntington sobre la Civilización.

Las obras de estos tres grandes intelectuales son un antídoto metodológico y conceptual contra la revuelta “contracultural” de los años 1960s y sus ramificaciones actuales: el “multiculturalismo”, la “corrección política”, las ideologías ecológicas, de clase, de género, etc., y las diversas “guerras culturales”.

Más allá del catastrofismo marxista con su teoría de la lucha de clases y el “Fin del Capitalismo”, y más allá del optimismo buenista liberal del “Fin de la Historia”, Huntington demostró, tras la caída del Muro y el colapso de la “Civilización soviética”, que el futuro nos depara un complejo panorama de conflictos ínsitos en el enfrentamiento o choque de Civilizaciones y, en un nivel más concreto, de culturas (sobre la iniciativa política buenista de una “Alianza de Civilizaciones”, promovida por el socialista español Rodríguez Zapatero y el dictador turco Erdogan mejor no hablar).

El concepto de Civilización es controvertido y polivalente. Aunque para Huntington tiene un trasfondo o núcleo religioso evidente (judaísmo, cristianismo, islamismo, budismo, etc.), otros filósofos sociales le atribuyen una fundamentación ideológico-política. Por ejemplo James Burnham al referirse a una caduca “Civilización soviética/comunista”, o Friedrich A. Hayek a una futura y ya naciente “Civilización liberal/democrática” estadounidense (en la singular dedicatoria de su obra clásica, The Constitution of Liberty, Chicago, 1960).

Los precedentes del enfoque general de Huntington son múltiples (solo como ejemplos destacados: el sociólogo Max Weber, los historiadores Oswald Spengler y Arnold Toynbee, el antropólogo Quigsey Carroll, el politólogo James Burnham, y otras influencias menos conocidas como P. Sorokin, C. Dawson, A. Weber, F. Braudel, F. Fernández-Armesto, etc.). Aunque no deberíamos olvidar que el choque entre el Cristianismo y el Islam ha tenido algunos tratadistas españoles esenciales, con monografías particulares imprescindibles como las de Claudio Sánchez Albornoz, La España musulmana (1961), y El Islam de España y el Occidente (1965).

Cuando se publicó la obra de Huntington su tesis tuvo una inmediata demostración en el conflicto de los Balcanes tras la desintegración de Yugoslavia: serbios, croatas y albano-kosovares enfrentados, pese a ser todos “eslavos del Sur”, por sus diferentes culturas ortodoxa, católica e islámica.

En el horizonte que se nos presenta con el Nuevo Año 2020 pueden percibirse múltiples conflictos de Civilizaciones y culturas no resueltos: división entre judíos y palestinos por el Estado de Israel; la fragmentación del Kurdistán entre chiitas y sunitas con la presión de las naciones envolventes; las dos Ucranias (Occidental y Oriental); Cachemira entre hinduismo de India y el islamismo de Pakistán; los recurrentes conflictos en Líbano, etc.

En los últimos meses hemos presenciado conflictos más complejos culturalmente entre la China continental con una Civilización totalitaria/autoritaria, comunista y atea, y regiones (Hong Kong) o Estados (Taiwan) chinos con una Civilización liberal, con tradiciones budistas o cristianas, que han cuestionado el modelo publicitado de “una nación con dos sistemas”. Más trágico si cabe es el conflicto del régimen con la minoría musulmana de los “Uyghurs”, comunidad turcomana en el Noroeste de China, brutalizada con torturas, violaciones y asesinatos, forzada a abandonar su fe y su cultura, recluyendo en campos de “reeducación” a más de un millón de personas.

Otra tragedia imposible de ocultar es la que está padeciendo la comunidad islámica “Rohingya” en la oficialmente budista Myanmar (antigua Birmania), con el innoble papel de la Premio Nobel Aung San Suu Kyi justificando o negando la represión de los militares (aproximadamente 10.000 rohingyas asesinados, 700.000 refugiados en Bangladesh, y casi un millón en campos de concentración).

Las tragedias de las comunidades islámicas en China y Myanmar por obra de gobiernos bajo influencia comunista/budista o militar/budista, nos obligan a repensar el budismo y su imagen propagada en Occidente de religión pacifista (recordemos también el precedente de la guerra civil en Vietnam y la rebelión de las pagodas con los monjes budistas auto-inmolados, aliados del comunismo contra el catolicismo dominante en Vietnam del Sur).

Tan reciente como el pasado 11 de Diciembre el Parlamento de la India aprobó una ley que supone un test religioso para la ciudadanía, discriminando a 172 millones de musulmanes. El politólogo P. B. Mehta ha calificado este hecho “un paso gigante para convertir oficialmente una democracia constitucional en una etnocracia anticonstitucional”.

Hay conflictos culturales transversales antiguos, como las persecuciones a las diferentes denominaciones cristianas en los países islámicos, e incluso en los democráticos EEUU mediante una guerra cultural por parte del Nuevo Ateísmo –liderado entre otros por Barack Obama, la izquierda del Partido Demócrata, y las elites de Hollywood y Wall Street- según denuncia un conocido autor judío conservador, David Horowitz (Dark Agenda. The War to Destroy Christian America, 2019). Asimismo el viejo antisemitismo que persiste y encontramos en casi todas las culturas, religiones y doctrinas políticas, incluidas las más “progresistas” (por ejemplo: en el propio marxismo, iniciado paradójicamente por el judío converso Karl Marx en su folleto Sobre la cuestión judía, y en otras fuentes gentiles del socialismo moderno, desde el francés Charles Fourier o el alemán Eugene Dühring).

El antisemitismo sigue teniendo hoy muchas caras. No solo la del neofascismo/neonazismo y del islamismo radical. Muy recientemente lo hemos detectado también en organizaciones progres e izquierdistas, como el Partido Laborista bajo el liderazgo de Corbyn (UK), y en ataques de grupos radicales negros a establecimientos judíos en Jersey City, New Jersey (USA).

Personalmente rechazo el antisemitismo y las formas actuales de judeofobia, como el anti-sionismo, lo cual no me impide criticar o condenar debidamente el comportamiento individual de algunos judíos famosos y políticamente influyentes –que en algunos casos han invocado en su defensa ser víctimas de antisemitismo- como George Soros, Jeffrey Sachs, Noam Chomsky, Dominique Strauss-Kahn, Bernie Sanders, Adam Schiff, Jerrold Nadler, Jamie Raskin, David Cicilline, Matea Gold, Chuck Schumer, Debbie Wasserman-Schultz, etc., muchos de ellos últimamente destacados en el actual proceso de postureo político y patético partidismo en un teatral “fake impeachment” (más bien un intento de golpismo retorcidamente legal) contra el presidente Donald Trump.