Enrique D. Martínez Campos

La Antiespaña de las Autonomías (I) AMPLIADO

LA CRÍTICA, 14 NOVIEMBRE 2019

Enrique D. Martínez Campos | Jueves 14 de noviembre de 2019
¿Recuerdan quienes lo vivieron con uso de razón y en primera personas aquel nuevo régimen que se inauguró en 1978 llamado “la España de las Autonomías”? Sólo tres años después, en 1981, antes de producirse el golpe de Estado del 23 F, los políticos españoles de entonces, ...

... infinitamente mejor formados que los de hoy, ya decían que ése nuevo sistema político, inédito en el mundo, se les estaba yendo de las manos. ¡En 1981!

Pero, cuando en aquel 23 F se vino abajo el contragolpe del general Armada para formar un gobierno de salvación nacional constituido por los principales líderes de los partidos políticos, el desmadre autonómico recién inaugurado ya no lo paró nadie. Sobre todo aprovechando la presión que entonces –y hoy- ejercieron los partidos nacionalseparatistas PNV y CiU sobre el gobierno de España. Y, por supuesto, porque a los sucesivos gobiernos de España les interesó la colaboración de los nacionalseparatistas para que ellos pudieran gobernar con su apoyo. Apoyo que nos ha costado a los españoles, a todos, lágrimas y muchísimo dinero.

Desde hace unos cinco años –desde luego no desde anteayer- vengo escribendo en mis libros y artículos que la España de las Autonomías se ha convertido para los españoles en un régimen que se ha he hecho políticamente ingobernable y económicamente insostenible. Retengan, por favor, por un momento en su mente esta última frase que a algunos les puede sonar exagerada, incluso demagógica. Pues miren, soy enemigo acérrimo de la demagogia, de la tergiversación de los hechos y de la mentira.

Si ya en 1981, aunque a algunos indocumentados les parezca mentira o una exageración, los políticos españoles de entonces comenzaron a temer que este nuevo régimen se les podía ir de las manos en virtud de un Título VIII de la Constitución que, en realidad, nadie supo desde el principio cómo encauzar y aplicar debido a las ilimitadas posibilidades de transferir competencia desde el gobierno de la nación a las Autonomías, figúrense ustedes una situación cada día más enquistada y consolidada transcurridos 38 años desde entonces.

No es que se les haya ido de las manos. Lo que hoy sucede en nuestro país es que estamos viviendo –aunque algunos digan que no es para tanto- la mayor crisis política de nuestra Historia más reciente desde que acabó la Guerra Civil. No he conocido en mi larga vida una situación tan grave como la que hoy vive España. Los nacionalseparatismos periféricos están ya a punto de ganar esta guerra iniciada en la década de los años sesenta del siglo pasado. Guerra de ellos contra España, para trocearla y hacerla desaparecer en la práctica.

No se trata sólo de lo que hoy sucede en la región catalana, perdón, en el cantón catalán. La banda terrorista ETA, con casi 900 asesinatos a sus espaldas y miles de heridos, gracias al PSOE y a los apaños y conversaciones que hubo entre ambas partes, está representada en el Congreso de los Diputados de España a través de BILDU. ETA perdió la batalla contra las Fuerzas de Seguridad del Estado pero ha ganado la batalla política de su ideario separatista que lo ejerce nada menos que en sede parlamentaria.

Esto que acabo de narrar es un simple ejemplo de hasta dónde llega la estulticia, el relativismo, el buenismo, la falta de escrúpulos y la poquísima memoria de miles y miles de españoles que no quieren enterarse, o no les da la real gana de hacerlo, cuando como el pasado 10 de noviembre fuimos llamados a las urnas por cuarta vez en cuatro años para tratar de hacer de España un país gobernable.

No puedo entender a personas bien preparadas y con gran experiencia en las diversas y numerosas Administraciones del Estado –incluida la presidencia del Congreso de los Diputados- cuando tratan de convencer a su auditorio de que el Estado de las Autonomías ha sido una especie de bendición de Dios para España. De que ha sido –y parece que seguirá siendo- lo mejor que nos puede suceder a los españoles. Y, al parecer, de que debemos mantenerlo, mimarlo y cuidarlo con esmero. Cuando, en mi humilde opinión, lo que se ha conseguido con ese Estado cantonal ha sido desdibujar por completo la idea de la unidad de la nación española; enfrentar a unos españoles contra otros; que los españoles no reciban iguales servicios en todos los cantones autonómicos en los que se ha troceado a España; que, por supuesto, no todos seamos iguales ante la Ley; que el idioma oficial español sea perseguido o relegado como idioma secundario en determinados cantones; que esos cantones se hayan convertido en focos de corrupción como nunca antes se había conocido; que a los españoles nos cueste el mantenimiento de ese Estado autonómico (cantonal), según los expertos, unos 100.000 millones de euros anuales…

¿Saben ustedes lo que podría hacerse con 100.000 millones de euros? No tener recortes en Educación, ni en Sanidad, ni en los gastos de mantenimiento de la Dependencia; podría haber dinero suficiente para pagar las pensiones sin recurrir a la Deuda Pública; incentivar la natalidad; promover zonas industriales o agrícolas en esa España vacía y olvidada por todos… Incluso podría quedar algo para modernizar los materiales de las Fuerzas Armadas que defienden nuestra Nación.

Pero parece que ni a PSOE, ni a PP, ni a Podemos, ni a Ciudadanos, ni a los regionalistas, ni a los separatistas, les interesa nada de esto. Al revés. Su deseo es mantener el régimen actual como sea. Pretender hacer la reforma que se pretendía en 1981 es ya una especie de quimera o de equivocación para quienes viven precisamente de este sistema. Con sus gobiernos, parlamentos, consejerías, direcciones generales, televisiones autonómicas, empresas públicas deficitarias casi siempre, subvenciones, chiringuitos, etc. ¿saben cuántos empleados públicos pueden colocarse en toda esta capa de la Administración autonómica? miles y miles de políticos, asesores, afiliados a los partidos, amigos, familiares y mucho empleado público. ¿Y quién paga este derroche económico? Pues mire, usted, aquél, o aquel otro, el de enfrente y yo con nuestros impuestos. Es decir, todos los españoles. Sin darnos cuenta. O no queriendo dárnosla. Es más, encantados de la vida con “mi Autonomía”, con “mi gobierno autónomo”, con lo mío. ¿Pero han echado cuentas de lo que le cuesta “lo suyo”? ¿Y de cuántos cuentistas viven a costa suya? ¿Y del enorme número de problemas gravísimos que este Estado autonómico (mejor cantonal) nos produce a diario, todos los días?

Si a todo esto le añadimos la mentira, lo fatuo, el mito que nos venden los izquierdistas –desde PSOE pasando por algunos partidos separatistas y antisistema y continuando por la extrema izquierda comunista condenada ya en el Parlamento Europeo (¡ya era hora!)- de lo bueno, bonito y barato que es el progresismo (¡ojo!, no el progreso), el cuadro que se nos presenta a los españoles es verdaderamente tenebroso. Sobre todo con leyes de ingeniería social que son, además, aprobadas o respaldadas por PP (el del centroderecha).

Me refiero a la putrefacta Ley de Memoria Histórica, que lo que busca es el pensamiento único totalitario a base de que la Historia sólo la puedan escribir los políticos de izquierdas. Me refiero a la ineficaz y tendenciosa Ley de Violencia de Género, cuando el género no tiene sentido de la violencia, enfrentando a hombres y mujeres. Me refiero a la Ley LGTBIJKLM…del lobby gay para promover la mariconería y el lesbianismo. Me refiero a una Ley Electoral infame, provisional sólo para las elecciones de 1977 y que ahí sigue para beneficio de los grandes partidos y de los nacionalseparatistas. Me refiero a lo de “papeles para todos”, permitiendo que nuestras fronteras sean violentadas impunemente por tierra, mar y aire. Y, así, unas cuantas teorías “progresistas” más.

Pues bien, si usted está de acuerdo con todo lo anterior, enhorabuena. Es usted un progresista fenomenal que logrará, aunque a usted le parezca mentira, que España desaparezca algún día, no muy lejano, como nación. Y, además, tendrá el respaldo de unos medios de comunicación al servicio sólo de sus amos, no al servicio del interés general de España.

Ahora bien, si alguien levanta la voz contra todo este caos político, económico, cultural y social, ése es de extrema derecha, no de centroderecha, no. Ése es, además de facha, franquista, retrógrado cavernícola, también fascista. Es decir, nuestros valores, los de nuestros padres, abuelos, bisabuelos y todos nuestros antepasados, que fueron los que conformaron la Patria española, ya no tienen sentido. Hay que despreciarlos. Hundirlos políticamente.

Y los estultos e insensatos que así lo divulgan tachan de fascistas a los casi 4 millones de votos conseguidos por VOX en estas últimas elecciones. ¡Qué manipulación y qué grandísima mentira!...

Todo lo narrado hasta aquí, que puede llevarnos a la desaparición y al desastre (como cuando no se lo creían en Venezuela), es lo último que esperaba de una sociedad, la española, dispuesta a suicidarse. Por eso ésta es la tercera vez que he votado a VOX, porque ni son fachas, ni franquistas ni fascistas. Es un partido que defiende la unidad de España, al Rey, la Constitución (salvo su maléfico Título VIII) y está en contra del caos político y económico en que nos va a sumir el PSOE de Sánchez y sus socios. Y hablaremos de esa supuesta extrema derecha.

Enrique Domínguez Martínez Campos

Coronel de Infantería DEM (R)