Pilar Riestra Mediavilla

San Clemente I: La Carta más importante…

San Clemente I, el Romano

LA CRÍTICA, 16 OCTUBRE 2019

Pilar Riestra | Miércoles 16 de octubre de 2019
Hasta el siglo lV, todos, o casi todos, los papas murieron martirizados; algunos, hay que reconocerlo, con una muerte atroz. Clemente Romano, San Clemente l, desterrado en Crimea a trabajos forzados de picar piedra en las canteras de mármol, murió arrojado al mar Negro con un ancla atada al cuello ...

..., para que los cristianos no pudiesen recuperar su cadáver. Corría el año 97, siendo emperador Trajano, cuando el tercer sucesor de San Pedro, después de los papas Lino y Cleto, falleció en las aguas de mar Negro. Así lo estableció entre otros, Ireneo de Lyon, quien lo llamó el “tercero después de los Apóstoles” (Clemente l fue papa desde el año 88 al 97).

Según la tradición Clemente, que fue el cónsul Flavio Clement, y habría sido ordenado por San Pedro y discípulo de San Pablo. Es uno de los Padres Apostólicos, no sólo porque conoció y recibió directamente de ellos sus enseñanzas, sino porque las transmitió con toda fidelidad.

Tras el período de tranquilidad y paz de Vespasiano y Tito, fue el emperador Trajano el que volvió a perseguir, cruelmente, a los cristianos. San Clemente l demostró que la unidad de la Iglesia en comunión con el obispo de Roma, suprema autoridad como sucesor de San Pedro, era una realidad. El culto, principal y casi exclusivo, era la Misa, casi idéntica a como se celebra hoy, y constituía y proporcionaba la fuerza para el apostolado y la defensa de la Fe hasta el martirio.

Pedro Alcorta Maíz, uno de sus hagiógrafos, constata que, sin embargo, existían algunas excepciones a este clima de unidad doctrinal y de Fe. Por ejemplo, los problemas y disidencias de la Iglesia de Corinto adquirieron tal importancia que hubo que ponerlo en conocimiento del 0bispo de Roma. Ahora bien, en aquellos años el apóstol Juan, aunque ya anciano, vivía todavía en Patmos, que era más accesible para los corintios que la lejana capital del Imperio. Por consiguiente, el hecho de que recurrieran a Clemente pone de relieve que otorgaban la primacía al sucesor de Pedro sobre el apóstol Juan, uno de los Doce, elegido por Jesucristo y autor de uno de los Evangelios y del Apocalipsis, esto es, dos de los libros del Nuevo Testamento. (Pedro Alcorta Maíz, AÑO CRISTIANO, Ed. BAC, 1959, p.445).

La población de Corinto estaba integrada por una mezcla de elementos muy heterogéneos: comerciantes, marinos, burgueses y esclavos. Corinto era en la antigüedad uno de los centros principales del comercio mediterráneo. Erigida en colonia romana, adquirió bien pronto un carácter cosmopolita; la ligereza de costumbres que encontramos en todo el paganismo helénico degeneraba en Corinto en un libertinaje que llegó a ser proverbial y que chocaba incluso a los mismos paganos. La comunidad cristiana, fundada por San Pablo y visitada por San Pedro, se encontraba a fines del siglo primero en una situación religiosa moral bastante delicada. Pero, los cristianos más peligrosos eran los miembros que se creían en posesión de carismas o gracias extraordinarias porque pretendían administrar y ordenar todo lo referente a la Iglesia, su doctrina, su jerarquía, su liturgia. (Pedro Alcorta Maíz, AÑO CRISTIANO, Ed. BAC, 1959, p.450).

Consciente de su deber de restablecer el orden, Clemente escribió su famosa carta, un verdadero tratado doctrinal que, aunque dedicado a los corintios, se dirigía a todas las Iglesias en general. En una sucinta exposición de la fe tal como se vivía a fines de aquel primer siglo de la era cristiana, apoyado en el Antiguo Testamento y en la enseñanza de los apóstoles, conjuga un tono de bondad paternal con una firmeza y un sentido innato de la autoridad típicamente romanos. “Los sacerdotes depuestos deben ser imperativamente revestidos de sus funciones. Los culpables de los disturbios serán impelidos a fijar su residencia lejos de Corinto.” (c.42).

Según Jean Mathieu- Rosay, Conservamos esta carta debido a un descubrimiento que en 1894, un benedictino belga, Dom Germain Morin, buscando en una buhardilla del seminario de Namur, hizo un hallazgo sensacional: un manuscrito del siglo XI que contenía una traducción en latín popular -de un valor inestimable- de la célebre carta de Clemente; la versión se remontaba al siglo ll, es decir, casi contemporánea del mismo autor. (Jean Mathieu-Rosay, LOS PAPAS,Ediciones RIALP, 1990, P.25). La obra llegó hasta nuestros días a través de dos manuscritos en el original griego, además de dos traducciones coptas, una siríaca y otra latina.

Da alguna noticia sobre la jerarquía eclesiástica, su biógrafo, José Ibáñez Ibáñez, que escribe al respecto: “Existe en la obra de Clemente un testimonio precioso sobre la institución divina de la jerarquía eclesiástica: ‘los Apóstoles nos predicaron el Evangelio de parte del Señor Jesucristo; Jesucristo fue enviado de Dios. En resumen, Cristo de parte de Dios y los Apóstoles de parte de Cristo; una y otra cosa, por consiguiente, sucedieron ordenadamente por voluntad de Dios. Así, pues, los Apóstoles, habiendo recibido los mandatos…, salieron... e iban estableciendo a los que eran primicias de ellos -después de probarlos por el espíritu- por inspectores y ministros de los que habían de creer’ (c. 42). De este modo, la jerarquía cristiana consta de obispos o presbíteros y diáconos … Si los obispos suceden a los Apóstoles y estos ejercieron su poder obedeciendo a Cristo, el cual, a su vez, había sido enviado por Dios, se deduce que los elegidos últimamente son tan legítimos como los nombrados al principio y, sobre todo, que la comunidad no tiene derecho alguno para destituirlos dado que no es ésta la que les confiere la autoridad, sino que su poder proviene de Dios a través de los Apóstoles.” (José Ibáñez Ibáñez, SAN CLEMENTE l, Ed. RIALP, 1971, P.771).

Omer Englebert, también biógrafo de san Clemente l, considera esta carta, “este grande y admirable escrito, en frase de Eusebio de Cesárea; este documento precioso, que Orígenes cita con veneración y que los primeros cristianos equiparán a las Sagradas Escrituras” y que además demuestra que san Clemente l, no sólo conoce la mitología, sino que llega a proponer a la imitación y admiración de los cristianos corintios los ejemplos de abnegación heroica de ilustres paganos.

“Toda ella emana piedad y bondad y, además, consigue lo que quiere, esto es, reconciliar a los fieles de Corinto con sus pastores. Es el primer documento en que se ve a la Iglesia romana intervenir con autoridad en los asuntos de otra Iglesia.” (Omer Englebert, El libro de los santos, Ediciones Internacionales Universitarias, 1999, p.430).

El hagiógrafo, Carlos Pujol, escribe sobre la carta: “Esta carta, según Eusebio de Cesárea ‘universalmente admitida, larga y admirable’ y que se leyó ‘en la mayor parte de las Iglesias, no sólo antiguamente sino también en nuestros días’, es un testimonio indiscutible de la autoridad del Papa, que, en medio de persecuciones y herejías, es ya la voz suprema del magisterio. Completando poéticamente la figura de tan venerable pontífice (su epístola se consideró incluso formando parte del Nuevo Testamento), surgió una frondosa y pintoresca leyenda que le atribuyen una multitud de hechos prodigiosos,…” (Carlos Pujol, LA CASA DE LOS SANTOS, Ediciones RIALP, 1989, p. 388).

La relación de la carta de san Clemente l a los corintios con el Nuevo Testamento, se fundamenta en los diversos autores que han relacionado, así mismo, a san Clemente l, con la redacción de la Epístola a Los Hebreos, no sólo por su tono conciliador, sino por el elegante estilo de su griego, sólo superado, quizá, por san Lucas.

Otro de sus hagiógrafos, el P. Pedro Langa O.S.A., escribe: “San Clemente escribió el año 96 la Epístola a los Corintios, documento papal el más antiguo del que se tiene noticia, después de las cartas de San Pedro, y, fuera del Nuevo Testamento, primera pieza de la literatura cristiana de la que constan históricamente el nombre, la situación y la época del autor. Desgarrada por la discordia, la comunidad de Corinto encuentra en el escrito un exhorto a la obediencia del obispo de Roma. Llamada también Primera Epifanía del Primado, el obispo Dionisio de Corinto la veneraba ya en su tiempo como a la Biblia: en carta al papa Sotero afirma que se leía los domingos a los fieles, testimonio del que también se hacen eco Eusebio de Cesárea y San Jerónimo… Su importancia para la teología es mucho mayor que para la historia eclesiástica, en cuanto a lo que la Epístola aporta acerca de la Palabra de Dios y la doctrina sagrada. Abunda sobre la jerarquía, la disciplina, la sagrada liturgia y el espíritu católico. Irradia vasta cultura, sólida teología y encendido amor a la paz y a la unidad.” (Pedro Langa, O.S.A., NUEVO AÑO CRISTIANO –director: José A. Martínez Puche-, EDIBESA, 2001, P. 392).

El hagiógrafo, Francisco Pérez González, afirma: “La figura de San Clemente quedará a los ojos de la Historia como la de un noble campeón de la unidad cristiana. En un momento difícil y decisivo supo mantener enérgicamente los derechos de la primacía romana y cumplió su misión con la suavidad y dulzura del pastor de todo el rebaño de Cristo. Es admirable descubrir con nitidez la conciencia de su autoridad y de su obligación universal al intervenir en uno de los primeros conflictos, en virtud de su suprema autoridad. Con tono dignísimo y de gran solicitud paternal, Roma ordenó y fue obedecida.” (Francisco Pérez González, Dos Mil Años de Santos, Ed. PALABRA, 2001, P.1426).

Aun a riesgo de haber sido reiterativa, pienso que ha merecido la pena citar a estos pocos, pero importantes, hagiógrafos, sobre san Clemente l y sobre su carta -la carta más importante, fuera de las del Nuevo Testamento-, tan decisiva para la historia y teología católica, e insistir que, ya desde el siglo l se reconocía la autoridad y primacía del obispo de Roma, así como la continuidad perfecta de la liturgia, la doctrina, el espíritu católico y la Fe, desde los primeros cristianos hasta lo que viven y practican los cristianos de nuestros días.

Pilar Riestra