Queridos amigos: La campaña propagandística que se hizo por los partidos políticos y la práctica totalidad de los medios de comunicación para que los españoles votaran a favor de la Constitución, fue descomunal. Con esta premisa, a mí me seguía preocupando el hecho de quiénes de aquellos españoles se leería por completo aquel texto. De si se enterarían bien de lo que podía llegar a ser aquella nueva “España de las Autonomías”. ...
... Vimos en la carta anterior que había intelectuales que no estaban muy de acuerdo con lo que en ella se decía. Es más, si un partido conseguía mayoría absoluta, a base de Leyes Orgánicas podía modificar preceptos fundamentales contenidos en la Constitución. Así lo admitió en su momento, con buen criterio, el senador Carlos Ollero.
Julián Marías insistió en su punto de vista en aquella campaña: “La Constitución de 1978 incluye el establecimiento de Estatutos de Autonomía de todas las regiones, algunas de las cuales empezaron a llamarse, con expresión ambigua, nacionalidades… Me pareció desde el primer momento un error lingüístico, histórico y de seguras consecuencias políticas inconvenientes”.
Por su parte, el académico Gonzalo Fernández de la Mora dijo: “No sólo se fragmentó la unidad del Estado, se atomizó también la unidad nacional al introducir el concepto nacionalidades… Hoy, la conciencia política de nacionalidad es tendenciosamente separatista (¡en 1978!)… Esta serie de despropósitos lingüísticos deja sin explicar lo que la Constitución entiende por España, cosa que no se declara jamás en el articulado… En vez de España se habla del Estado español… rampa de lanzamiento, primero de los nacionalismos, luego del antiespañolismo y, finalmente, del cantonalismo”. ¿Se equivocó por completo Fernández de la Mora?
Así, España –muy anterior a cualquier Constitución- pasaba de ser “Una, Grande y Libre”, a un Estado inédito en el mundo que se reservaba unas poquitas materias en exclusiva para,, el resto, poder ser transferido a 17 miniestados, prácticamente sin limitación.
Algunos entendimos que, en lugar de dar a la Constitución -Ley de Leyes- la solidez ósea de los cuerpos bien constituidos (a través de acuerdos serios, bien planteados, con sentido común y debatidos en profundidad), de acuerdo con aquel “consenso” impuesto o consentido para beneficio de algunas clases políticas, nos presentaban una Constitución de plastilina, en extremo interpretable y con posibilidades de ser modificada a través de Leyes Orgánicas.
Por fin, el 6 de diciembre de 1878 el pueblo español votó la Constitución preparada, elaborada y anunciada por los políticos.
-Votó el 67% del censo, 10 puntos menos de los que votaron la Ley para la Reforma Política en 1976. Es decir, algunos sí se habían leído el texto constitucional y pareció no gustarles demasiado.
-De ese 67% votó SÍ un 87%; es decir, sólo el 64% del total del censo votó a favor del SÍ.
-Como era de prever, fue Cataluña la región española con mayor porcentaje a favor del SÍ: el 91%.
-Al pedir el PNV la abstención, sólo votó en Vascongadas el 47,6% del censo, De este porcentaje, sólo el 34% votó SÍ.
-En Galicia, debido a la dispersión de la población y a ser una de las regiones –entonces-menos politizadas, sólo votó el 19% del censo. De éste, votó a favor del SÍ el 11%.
Había dos temas, además, inquietantes a los que nadie daba respuesta convincente. Uno era el de los empleados públicos que se necesitaban para atender las Autonomías. Se decía entonces que serían poquísimos. Que de los 350.000 que había en España, una buena parte se trasladaría a las Comunidades Autónomas para atender su administración y funcionamiento. 41 años después, el número de esos empleados públicos llega a ser de unos tres millones de personas, la mayor parte de las cuales está en las Autonomías.
El segundo tema fue el del gasto que provocaría esa nueva capa de la Administración del Estado. Se dijo entonces, también, que eso sería “el chocolate del loro”, una minucia en comparación con los beneficios que se obtendrían al descentralizar el Estado. Hoy, el gasto que generan las Autonomías se cifra en unos 100.000 millones de euros. ¿Saben los españoles lo que podría hacerse con esa brutal cantidad que pagamos todos en beneficio de la Sanidad, Educación, Dependencia, Investigación, Fuerzas Armadas, Pensiones, etc.?
No obstante, la Constitución es la base del fundamento jurídico español y debiera acatarse y respetarse y, sobre todo, no malinterpretarse. Ser leal a los principios de la legalidad y legitimidad que le confieren su origen y su ejercicio. Lo triste, también, es que son muchos, demasiados, los políticos españoles que ni la respetan ni la acatan. Especialmente los nacionalseparatistas, los antisistemas bilduetarras y la extrema izquierda comunista. Y a través de leyes de ingeniería social infumables y, en mi humilde opinión, anticonstitucionales, elaboradas por otros partidos considerados constitucionalistas, como sucede con el progresismo del PSOE influido por la ideología de Herbert Marcuse.
Aprobada la Constitución, Suárez convocó nuevas elecciones generales para el 1 de marzo de 1979. En la campaña electoral el PSOE se presentó como el Partido con 100 años de honradez a sus espaldas (1879/1979). Los asaltos a los bancos en Asturias durante la revolución que promovieron en 1934; el envío del oro de todos los españoles a Moscú –y también a Francia- para comprar armas durante la Guerra Civil para que fuera el genocida Stalin quien lo administrara; los asaltos a los Montes de Piedad para robar lo que los más humildes habían depositado en ellos; el tesoro acumulado por Negrín embarcado en el yate “Vita” y que, cuando llegó a Méjico, lo robó Prieto… Toda esta honradez fue la que los españoles admiraron en el PSOE en 1979… o ni siquiera la conocían o prefirieron olvidarse de estas minucias.
Suárez, con el famoso discurso del miedo en TVE ganó de nuevo las elecciones con 168 escaños, mientras que el PSOE obtenía 121. La AP de Fraga se hundió al obtener sólo 9 escaños, mientras los “representantes políticos” de los asesinos de ETA, los de Herri Batasuna, lograban 3 escaños en la cámara de la soberanía nacional. Todo un sinsentido, una contradicción que, lógicamente, muchos no entendíamos. O mejor dicho, sí, como consecuencia de que en la Constitución cabía todo.
Pero después de aquel discurso del miedo de Suárez previniendo a los españoles del peligro de que ganara el PSOE, F. González, que no se lo perdonó, prometió acabar con el presidente del gobierno. Por su parte, A. Guerra llegó a decir en la cadena SER, con un sentido poco común de lo que era la democracia después de la derrota socialista, que “el pueblo español se ha equivocado”.
Sin duda, entre los políticos españoles comenzaba a terminar su famosa reconciliación y aquel alabado “consenso”.
Un abrazo a todos.
Enrique Domínguez Martínez Campos
Coronel de Infantería DEM (R